No ser cizañero

Seguimos con el capítulo trece de Mateo, que expone “Las parábolas del reino”, y hoy Jesús nos cuenta tres parábolas más: el trigo y la cizaña; el grano de mostaza y la levadura en la masa.

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El Señor sostiene que somos felices por oír lo que oímos, ya que nos revela secretos ocultos desde la creación del mundo, y a la par, hace una seria advertencia: “El que tenga oídos, que oiga”.

Esto se debe al hecho de que podemos escuchar las palabras – y las parábolas – de Jesús de un modo distraído o, lo que es peor, ni siquiera querer escucharlas, por ya tener el corazón lleno de mil cosas, que juzgamos más importantes.

Cristo explica que el mundo es como un inmenso campo, Él siembra el trigo –la buena semilla– sin embargo, hay un enemigo que planta la cizaña. Los dos granos van creciendo juntos, pero causando mucha confusión, hasta el momento de separarlos.

Son muchas las preguntas que suscita esta parábola, como, por ejemplo: ¿Por qué Dios no separa el mal del bien ya desde ahora?

Hay dos puntos a considerar: de un lado, el mal y el bien están dentro de cada uno de nosotros, y todos vivimos la dramática experiencia de cuán difícil es hacer solamente el bien en todas las situaciones; y, por otro lado, enseña la extraordinaria paciencia de Dios.

El Señor es tolerante y concede muchas oportunidades para que cada uno cambie su corazón, se aleje de las macanas y no siembre cizaña e inmoralidades.

Un modo de ser cizañero es ser intolerante con los otros, ser una persona que arremete y despotrica delante de la mínima falla ajena. Supuestamente, es el dueño de la verdad y de la perfección, y todo lo que dice y hace es como si fuera la más extraordinaria maravilla del mundo.

El Señor hace justamente lo contrario: es misericordioso y ofrece otra posibilidad de enmienda, pero el cizañero no quiere aprender esto de Jesucristo.

El cizañero es habilidoso para crear discordias, para inventar peleas, y en pequeños detalles, ve grandes problemas. Sabe manipular las cosas para generar enfrentamiento entre las personas.

Sin embargo, el final es dramáticamente diferente: el trigo va al granero, y la cizaña al horno ardiente, y “allí habrá llanto y rechinar de dientes”.

Procuremos entonces, quitar las malas inclinaciones de nuestro corazón y ser más comprensivos con los demás. Pacifiquemos nuestro propio espíritu, y para esto es importante meditar con frecuencia la Sagrada Escritura y participar de la Santa Misa todos los domingos.

Paz y bien.

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