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Escucha dos respuestas, y dos actitudes diferentes: uno dice que va, pero no fue; y el otro afirma que no se iría, pero finalmente, se fue.
Y viene la pregunta realmente contundente: ¿cuál de los dos hizo la voluntad de su padre?
Todos concluyen que aquel que se fue a trabajar.
El texto nos motiva a considerar nuestras promesas, su cumplimiento y nos exhorta a no jugar con los sentimientos ajenos.
En la vida diaria prometemos muchas cosas a los demás, como ser: que vamos a traer leche al volver a casa, que nos empeñaremos más por vivir la fidelidad matrimonial, que mañana vamos a conversar con respeto, que la otra semana vamos a estudiar con ahínco, que el domingo siguiente sí o sí nos vamos a la Misa, y tantas otras.
Casi siempre las promesas son buenas y despiertan entusiasmo; sin embargo, viene el otro lado de la moneda, que es justamente cumplir lo que se ha prometido.
Prometer y no cumplir presenta un olor de artimaña, y si uno va repitiendo este procedimiento, finalmente, pierde la credibilidad y se vuelve un badulaque.
Prometer cosas solamente para agradar, para hacer buena figura y ya con la intención de no cumplir, es rematada hipocresía, incluso acentuada maldad.
Además de las promesas que hacemos y no cumplimos en la vida común y corriente, es menester analizar las promesas que hacemos a Dios, y preguntar: ¿será que las cumplo como corresponde?
Están las promesas de nuestro Bautismo, Confirmación y Matrimonio, de renunciar al mal y alejarse de las vanidades. Los Diez Mandamientos son para ser cumplidos, así como los Cinco Mandamientos de la Iglesia: ¿sabe usted cuáles son?
También debemos vivir empapados del espíritu de las bienaventuranzas y aprender siempre de Jesús, que es paciente y humilde de corazón.
Si prometemos y cumplimos, merecemos escuchar el elogio: este ha hecho la voluntad del Padre. Sin embargo, si hacemos al revés, prometemos, juramos y firmamos, pero sin cumplir lo prometido, entonces estemos seguros de que las prostitutas y travestís llegaran antes en el Reino de Dios, no por su condición actual, sino por su esfuerzo por cambiar y hacer la voluntad del Señor.
Estemos atentos para que nuestra fe en Dios no esté basada solamente en ciertos rituales, sino en un afán cotidiano para ser más honesto, y practicar con valentía los valores morales del Evangelio.
Paz y bien.