Las locas del Congreso y el miedo añejo

Un ignoto diputado, de cuyo nombre ni siquiera me puedo acordar por su escasa trascendencia parlamentaria, en un desliz retórico soltó aquello de “las locas del Congreso”. Después quiso arreglar la torta, pero ya era tarde. Ya lo dijo, y con ello desvió la atención del tema al que se refería. Pero esa expresión que se le escapó refleja el pensamiento de muchos respecto a las mujeres que no se someten, que no se callan. Son todas locas.

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El honorable al que conocimos ahora solamente por esta derrapada verbal (mucho gusto) se quejaba del despilfarro de fondos públicos concedidos a ciertas ONG. Al respecto, hay que recordarle al susodicho que tales fondos son aprobados por el Congreso, con mayoría colorada. Así que, compañero, cuando los colorados digan no hay más plata para las ONG, no habrá más plata para las ONG. Así nomás.

Pero aquí resurgió otro atávico asunto que está siempre latente en buena parte de nuestra sociedad, especialmente en el ámbito político: el menosprecio a la mujer. Sobre todo, a la mujer que habla fuerte, que se planta, que enfrenta a los botarates varones que atruenan en la política con sus despropósitos empaquetados en hechos de corrupción e indecencia. Estas son las locas. Las que van de contramano a la “cordura” que suele exponerse en forma de silencio cómplice con las atrocidades que cometen nuestros “hombres”.

Es harto conocido que la historia del Paraguay está hecha a sangre, fuego y mujer. Sangre y fuego pusieron los hombres dedicados mayormente a destruir el país en su lucha por el poder. La reconstrucción continua estuvo a cargo de la mujer. Y esto no se debe romantizar, sino admitir racionalmente.

Hasta en la cotidianeidad de los tiempos sin violencia guerrera la mujer se cargó a este país sobre sus hombros.

La historiadora alemana Barbara Potthast (1956), profunda conocedora de la historia del Paraguay, señala en su libro ¿Paraíso de Mahoma o país de las mujeres? que ya durante la Colonia existía la tendencia de los hombres a “considerar al salario de sus conchavos como una ganancia adicional que podían derrocharlo en el tiempo libre entre trabajo y trabajo, mientras la alimentación de la familia era asegurada por la mujer”.

Las mujeres, reconstructoras de la patria, se dedicaron tradicionalmente a ejercer su poder nada más en ciertos ámbitos, el doméstico, por ejemplo, y quedaron invisibilizadas en la política. Las dos primeras mujeres parlamentarias aparecieron en 1963: Bienvenida R. de Sánchez y Dolores de Miño. Vinieron luego otras mujeres, entre ellas una inolvidable heroína cívica: doña Carmen Casco de Lara Castro, la inigualable doña Coca. A ella también, tal vez, nuestro ignoto e ignaro diputado hubiera tildado de loca. Porque no se calló ni ante el omnipotente Stroessner.

En este esperpento llamado Congreso, las locas (que son pocas; otras están acomodadas a la billetera patriarcal) meten un miedo añejo, primitivo, ese miedo que sienten los machos no tan seguros de sí mismos.

nerifarina@gmail.com

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