Recuerdos de diversa índole en los que concurren personas, espacios y sitios especiales para cada uno: Así, habrá quien asocia la fecha con enseñanzas y trucos de pesca, que adquirió sobre un bote de la mano de algún tío mayor. Otro, recordará cuando los chicos juntaron huevos en el gallinero de la abuela, y aprendieron ese día que no se hacen en una fábrica. Y no faltará entre las anécdotas la inolvidable caída de aquel caballo viejo y lento pero mañero, por suerte, sin ninguna consecuencia que lamentar.
El proceso de la elaboración de la chipa, nuestro tradicional “chipá apó”, imposible de olvidar, así como la elección de las gallinas más gordas para reforzar el menú ante la llegada de más gente. Tampoco las anécdotas en torno al lechón que se cocinó a fuego lento para deleite de todos. Paseos, lugares nuevos, el contacto con la naturaleza y tiempo de calidad pasado en compañía de gente a la que se aprecia: Al igual que la leña bien seca quemándose, los olores de la Semana Santa paraguaya traen aromas a nuestras memorias.
No es una casualidad que todas estas actividades, a las que podríamos sumar docenas de otras igualmente ligadas a nuestro acervo popular, estén año tras año presentes en estas fechas. Que las cosas cambiaron, claro que cambiaron, pero los nuevos usos se adaptaron e incorporaron con mucha facilidad a los viejos, resultando en muchas ocasiones incluso muy prácticas estas innovaciones. El que no crea en esto, que saque “a mano” 10 baldes de 15 litros de agua de un pozo profundo. Después, volvemos a hablar.
Lo que no se puede substituir, o por lo menos se torna sumamente difícil, es la asociación de los días santos con el interior, el campo y los lugares abiertos. Si bien la tranquilidad durante esos días en la ciudad es un placer y el tráfico ideal, culturalmente la norma indica que se deben pasar estas fechas en el interior, mejor aún si es en el Paraguay profundo. Lo que se dice, en la campañaité.
Cosa más que comprensible, ya que muchas de las actividades están relacionadas a elementos que ya son raros de encontrar en las urbes. El tatakuá requiere de leña, y tira mucho humo, lo que de por sí no lo hace práctico si se vive en un edificio de 20 pisos. Y las gallinas, cerdos y su grasa, huevos frescos y frutas que el anfitrión pondrá a disposición con una gentileza que sólo tiene la gente del interior, ensamblan a la perfección con los agregados que proveen los que van llegando.
Rescatando una expresión que parecería de lo más apropiada, sobre ir a pasar la Semana Santa al campo alguien dijo “es todo un sentimiento”. Las precariedades de antes ya no existen: Aquellos que las vivieron saben muy bien que si hay agua y energía eléctrica ya todo lo demás es detalle. Las personas y los bultos se acomodan de la mejor forma posible, hay espacio para todos. Con espíritu colaborativo, las actividades se realizan en conjunto, quizás sean esas algunas de las razones por las que nos sentimos tan bien y todo es tan rico.
El entorno natural es igualmente una invitación para largas caminatas, y estos paseos en familia o entre amigos son una excusa perfecta para iniciar largas conversaciones sobre los temas más diversos. Las mismas van a prolongarse luego en sobremesas interminables, y es posible que aún después de varios días no se cierren todos los temas, pero eso no es lo más importante. Aquí, lo que vale es seguir cultivando estas tradiciones, que tanto hacen a nuestro ser nacional. Y vos… ¿te vas a la campaña en esta Semana Santa?