“El horno no está para bollos”, advierten al Gobierno en Caacupé

“El horno no está para bollos”, o “Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia” (Cicerón), dos frases muy conocidas pero no menos reveladoras, pronunciadas por el obispo Ricardo Valenzuela en la “Carta al pueblo paraguayo” leída el viernes pasado tras la misa central en honor a la Virgen de Caacupé, grafican con toda crudeza la realidad que está viviendo nuestro país en materia de carencias y desigualdades –viejos problemas sobre los que no se perciben aún iniciativas tendientes al menos a amortiguarlas–, y también sobre inquietantes indicios de abusos contra la Constitución y las leyes, entre otras cosas, en uno de los mensajes más contundentes de los últimos años, aplaudido por la multitud.

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“El horno no está para bollos”, o “Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia” (Cicerón), dos frases muy conocidas pero no menos reveladoras, pronunciadas por el obispo Ricardo Valenzuela en la “Carta al pueblo paraguayo” leída el viernes pasado tras la misa central en honor a la Virgen de Caacupé, grafican con toda crudeza la realidad que está viviendo nuestro país en materia de carencias y desigualdades –viejos problemas sobre los que no se perciben aún iniciativas tendientes al menos a amortiguarlas–, y también sobre inquietantes indicios de abusos contra la Constitución y las leyes, entre otras cosas.

El prelado se ocupó de las “preocupaciones sentidas por todos”, abarcando una serie de cuestiones de suma relevancia para el presente y el futuro nacionales, en uno de los mensajes más contundentes de los últimos años, coreado en numerosos pasajes con gritos y aplausos por la numerosa concurrencia, en presencia de las altas autoridades, encabezadas por el propio presidente Santiago Peña.

El documento insta a la gente a “mezclarse en la interacción política”, alegando que con la pasividad jamás se podría cambiar “la penosa situación actual”. Con toda razón, urge a devolver a la política su “dignidad” para que los bienes del pueblo no se repartan como si fuesen “un botín de guerra”.

Dirigiéndose a las nuevas autoridades, Mons. Valenzuela les dice que “no hay tiempo que perder”, porque “el hambre, la enfermedad, la falta de empleo digno y la inseguridad no se detienen”. Agregó que los electores fueron generosos al volver a darles su confianza, que el pueblo paraguayo es noble, paciente y sufrido, pero que “no es prudente abusar de la confianza depositada en ustedes”. En tal sentido acotó que las autoridades no se dan prisa, demostrando “una apatía que ya empieza a repercutir en la paciencia colectiva”. Entre otras cosas, recordó la necesidad de insistir en la “lucha contra la inseguridad y la violencia”, incluyendo la toma de cárceles, que habría sembrado el pánico. Habló también, con buen tino, de la importancia de fortalecer la institucionalidad, esperando “que los representantes gestionen la cosa pública según el mandato de los representados” y no en beneficio de grupos de poder o de unos pocos, para que la democracia no sea un “engaño”. Dadas la ineptitud y la corrupción reinantes en el aparato estatal, se entiende que el documento sostenga que “es imperioso que los mejores asuman las más altas responsabilidades”. Al respecto dijo que “se están dando títulos a analfabetos funcionales”, y se preguntó “en manos de quiénes quedará el futuro de nuestro país”.

Instó a librar una guerra sin tregua contra “la pobreza, la corrupción, la inseguridad y la impunidad”. El obispo lamenta que “casi nadie se molesta porque importantes funcionarios y representantes” son insensibles ante los problemas populares: solo se ocupan de sí mismos.

Monseñor Valenzuela expresó su preocupación por el destino del fondo jubilatorio del Instituto de Previsión Social, ante la presunta intención del actual Gobierno de disponer del mismo. Al respecto, en medio de aplausos de la multitud, dijo que “ese fondo jubilatorio debe permanecer cerrado para su único objetivo, asegurar una vida digna a los obreros y trabajadores después de tanto esfuerzo”. Agregó que “la máxima preocupación del pueblo paraguayo es la corrupción y la impunidad, lacras que siguen carcomiendo los cimientos de la nación” y que parecerían “no tener límites”.

Con toda razón, el obispo teme que, ante tanta impunidad, la sociedad se habitúe a que “los delitos cometidos contra el bien común permanezcan impunes, sin que se demuestren ganas ni voluntad de repudiarlos y menos aún de exigir castigo”. En efecto, estima que ello podría conducir al cinismo social de estimar que sería tonto no robar en la función pública.

El obispo alentó a los jóvenes a reaccionar y a ser agentes de una contracultura basada en el Evangelio, para reencauzar la sociedad. Por otra parte, pide rezar para que cesen las guerras entre Rusia y Ucrania y entre Israel y la organización terrorista Hamás, que podrían desatar un “apocalipsis” mundial: se necesita vivir en paz.

Aclaró que “el sentido crítico expuesto en esta carta” no implica “una expresión de pesimismo” y que está convencido de que “vendrán tiempos mejores”, así como de que “nuestras autoridades comprenderán la necesidad de servir al semejante”.

El obispo puso el dedo en la llaga, o en las muchas llagas que están abiertas en nuestra sociedad. Es interesante la referencia a la frase de Cicerón que mencionamos al comienzo, que se puede interpretar como que la gente se está hartando de la persistencia de los numerosos males que nos aquejan y que, antes que ser combatidos, van en aumento, así como atropellos a la Constitución y a las leyes, que van enervando la paciencia de una creciente cantidad de habitantes.

Santiago Peña es el presidente de la República, y será el principal apuntado en caso de que su Gobierno no despegue y aumente la insatisfacción ciudadana. Nadie pensará –si los hay– en quienes desde las sombras le marquen las pautas, porque los mismos estarán muy bien protegidos. Parafraseando al obispo se puede decir que “el horno no está para bollos”.

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