El peor pobre es el endeudado

El presidente del Banco Central del Paraguay, Carlos Fernández Valdovinos, en un interesante y fundamentado artículo publicado por nuestro colega Última Hora (“Ser o no ser (deudor), esa es la cuestión”, ÚH, 24-10-16), defiende la sostenibilidad del acelerado ritmo de endeudamiento del país y exhorta a discutir con números. Yo propongo hacerlo con sentido común.

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Carlos Fernández es un economista de alta formación, a quien conozco hace tiempo y a quien respeto y aprecio. En su análisis, por un lado, proyecta un posible saldo neto (préstamos menos amortización) de la deuda a 2023 y, por el otro, un posible aumento acumulado del Producto Interno Bruto (PIB) para ese año.

Su conclusión es que, si se tomaran de aquí a 2023 nuevos préstamos por US$ 6.000 millones, lo que en términos nominales pareciera una enormidad y supondría una nueva duplicación de la deuda pública, en términos relativos solo tendría un efecto mínimo en el ratio deuda/PIB, que es el que se utiliza para medir la capacidad de pago y la sostenibilidad del endeudamiento.

Según su cálculo, tal ratio pasaría de 19,8% del PIB expresado en dólares (solo deuda de la administración central) a 21,1%, muy por debajo de lo que internacionalmente se considera riesgoso.

El problema con los números es que con ellos se puede argumentar prácticamente cualquier cosa, dependiendo de qué se ponga a cada lado de la ecuación.

El cálculo de Fernández presupone que habrá un aumento sostenido del PIB en dólares del 5,75% por año, resultante del crecimiento económico, más la inflación interna, menos el diferencial de inflación con Estados Unidos.

Es como que alguien se endeudara por encima de sus posibilidades suponiendo que todos los años le van a subir el sueldo, que no tendrá ningún imprevisto, que nadie de la familia se va a enfermar y que no surgirán nuevas necesidades.

Tendríamos que aceptar que el país va a crecer con baja inflación ininterrumpidamente, que no nos tocará ninguna crisis, que el gasto público se mantendrá bajo control, que se reducirán la corrupción, la evasión, la informalidad, que mejorará drásticamente la gestión de este y los siguientes gobiernos, que no crecerá exponencialmente la presión por servicios públicos y seguridad social.

Y tendríamos que aceptar que todo eso se va a mantener no solo hasta 2023, sino por muchos años más, hasta que se cancelen las obligaciones, porque aquí no estamos hablando de cuáles van a ser las consecuencias del endeudamiento para el próximo gobierno, sino para las próximas generaciones.

La matemática me podrá decir que sí. El sentido común me dice que no.

Por supuesto que el país necesita infraestructura, eso nadie lo puede negar. Al respecto, en una ocurrente alegoría, el exministro Manuel Ferreira dijo que tenemos que decidir si nos endeudamos para hacer la casa o si la construimos a lo Petrocelli, el abogado de la serie de televisión que, cada vez que podía, iba y ponía una hilera de ladrillos. Yo diría que hay cosas peores que no tener una linda casa, como tenerla pero estar con la soga al cuello. Como bien saben muchos en carne propia, no hay peor pobre que el endeudado.

Creo que nadie está planteando suspender completamente el endeudamiento. Lo que se pide es cuidado. La capacidad de pago, en definitiva, no va a depender de los números ni de las proyecciones, sino de la prudencia y de la correcta política fiscal. Parte de la casa la podemos hacer con deuda, pero parte la tenemos que hacer con buena administración, paciencia y ahorro. La idea debería ser dejarle la casa a nuestros hijos, no la cuenta.

arivarola@abc.com.py

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