El Estrangulador de Boston

El Estrangulador de Boston (Matt Ruskin, 2023) relata la escalofriante historia del asesino serial que conmocionó a la sociedad estadounidense en la década de 1960.

El Estrangulador de Boston (Boston Strangler, 2023)
El Estrangulador de Boston (Boston Strangler, 2023)

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¿Quieren escudriñar cómo se hace una buena película? Véanla, no tiene desperdicio ni adornos, pero sí un argumento sólido, aunque sea sobre una historia real. Hay directores que deberían tomar ejemplo de esto: el suspenso, el temor, la decepción y esa pieza suelta casi a la vista, casi imperceptible, descubierta por la sagacidad y tenacidad de la investigación periodística… Más allá de esto, hay que destacar la inteligencia de su director; cada pieza era importante en el rompecabezas, sobre todo ese lado humano casi incomprensible en una sociedad tan acartonada y machista como fue la de los años 60 en Norteamérica, y ni qué decir en Sudamérica.

Pero lejos de esta apreciación particular sobre aquella sociedad, no cabe otra cosa que felicitar al guionista y director por tan excelente ritmo. Aquí, un detalle llamativo: la trama sigue su curso a ritmo normal, y cuando las papas se comienzan a poner calientes y surgen los amedrentamientos personales –tan típicos en las películas de misterio o thrillers policíacos–, estos son muy sutiles; los ambientes y maquillajes son decisivos para lograr que nosotros, los espectadores, seamos parte del filme –claro, esa es la pimienta que nos cautiva, ¿no?–, ya que los primeros planos nos toman a nosotros como protagonistas con las primeras actrices de esta obra…

Ese ambiente de redacción de diario, inevitablemente, me hizo viajar en el tiempo. Trabajé en varias redacciones de nuestro medio, y cada una tuvo su peculiaridad. Quizá para mí la mejor de todas fue la del diario Hoy: gozábamos de la confianza de la dirección, así que podíamos hacer chistes y todas las ocurrencias posibles –el trato era sacar el diario a tiempo, y en eso sí que no fallábamos–.

El jefe de empresa norteamericano generalmente tiene una botella de whisky en su escritorio. La primera vez que presencié algo así fue en el diario La Nación, de Asunción, manejado al principio por un equipo argentino que vino para el efecto –sin desmerecer al periodismo paraguayo, tuve a uno de los mejores jefes de redacción–, y estos señores se manejaban como en la grandes cities, así que el santo brebaje no faltaba en sus escritorios… claro que si esto se hubiera propagado en todas las redacciones y entre el común de los cronistas, los resultados hubieran sido catastróficos… bueno, fuera de las redacciones sobran resultados a la vista como ejemplo.

Uno de los subjefes de redacción era paraguayo; se le pusieron los pelos de punta un día cuando estábamos haciendo uno de nuestros números 0 y, por un acierto notable en el diseño de prueba e impresión, el jefe se puso feliz y nos trajo un pack de cervezas americanas: «tomen, diagramadores delirantes», nos dijo; «celebren conmigo». Fuimos la envidia de toda la redacción. Claro, su lema era: «la única dictadura que debe existir en un diario es la sección de diagramación», pues allí se diseñaba la estética del periódico, cosa que algunos en nuestro país todavía no entienden –nunca han comprendido que, si la palabra no lleva una buena vestimenta, no será agradable leerla, por interesante que sea el articulo; desde luego, es el típico desprecio por la que algunos consideran labor de segunda mano–.

Pero lo que quería recalcar es el ambiente de esa redacción de los años 60 en Estados Unidos: era la misma vorágine, los mismos nervios de punta, pero con elegancia en el vestir y cigarrillos a montones –hoy en día imposible–. Claro, era una época en la cual el periodismo y la información todavía gozaban de cierta libertad y autonomía. El tiempo pasa factura y las condiciones cambian, la información se vuelve más corporativa, los enfoques se entremezclan con intereses muy diferentes…

Un detalle no menor: ver al armador –hoy diseñador gráfico– realizar la tapa a mano; fue una victoria visual de la cual fui mil veces partícipe, y mi corazón se sobresaltó al ver esta escena. No era para menos, en esa época todo era artesanal, y haber sido parte de aquellos tiempos, como en la película, fue como haberme colgado en el pecho una medalla de la historia… Esta escena era para relatarle a mis nietos: «yo estuve allí».

La actuación de Keira Knightley se vio casi opacada con la participación de Carrie Coon, que hacía de segunda periodista en la investigación final. Su papel era de vieja profesional del ramo, mientras que Keira hacía sus primeras armas dentro del periodismo de investigación; claro que, a fuerza de tenaz resolución, y casi a regañadientes de su jefe de redacción, el gran Chris Cooper, logra finalmente su cometido.

Para desenmarañar la telaraña de un caso que de por sí ya tenía sus complicaciones para la policía de Boston, estas niñas periodistas, con astucia y perseverancia, llegan hasta el final de la hebra, donde a nadie se le hubiera ocurrido investigar. Una aparición notable pero cortita es la del actor Rory Cochrane –de las primeras series de C.S.I. Miami– como una de las piezas clave de la investigación.

El caso es real: 13 estrangulamientos entre 1962 y 1964 marcaron a fuego la ciudad de Boston, creando pánico en cada mujer que vivía sola.

El Estrangulador de Boston es una película extraordinaria, y su paleta de tonos verdosos y grises oscuros es un acierto de posproducción para sumir al espectador en un solo lenguaje visual, sin que sufra ninguna distracción, sin que atienda otra cosa que estar dentro de la película. Un filme atrapante desde el principio hasta el turbio y siniestro desenlace, con la ambición, el dinero y la mentira en alianza perversa y la justicia como un plato de segunda. Pero, como siempre, la mejor opinión será la del espectador. Véanla, no se arrepentirán; si bien parece una historia simple, basada en un caso real, está llevada en forma muy inteligente –dirigida y escrita por el talentoso Matt Ruskin–.

Espero que la disfruten tanto como yo. Claro que a mí me tocó del lado periodístico… y bueno, hay amores de los cuales uno nunca se olvida.

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