Por la memoria, contra el olvido

El segundo libro de relatos del doctor Alejandro Encina Marín –conocido sobre todo como jurista y catedrático– acaba de ser presentado en el Centro Cultural El Lector, con palabras de presentación a cargo de la escritora Montserrat Álvarez, y ya se encuentra a la venta en las principales librerías del país.

De izquierda a derecha, Pablo Burián, de Editorial El Lector, el autor del libro "Un rosario de historias", Dr. Alejandro Encina Marín, y la presentadora, Montserrat Álvarez, escritora española y directora del Suplemento Cultural de ABC Color.
De izquierda a derecha, Pablo Burián, de Editorial El Lector, el autor del libro "Un rosario de historias", Dr. Alejandro Encina Marín, y la presentadora, Montserrat Álvarez, escritora española y directora del Suplemento Cultural de ABC Color.

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Un rosario de historias es el segundo libro del doctor Alejandro Encina Marín como narrador. El título admite una interpretación literaria y una interpretación cartográfica. Para la doctrina oficial de la iglesia católica, si no me equivoco, un rosario es el relato de ciertos hitos de la historia sagrada, ensartados como cuentas dispuestas sucesivamente en el orden cronológico lineal de los hechos evocados, y, en esa medida, es una crónica; su rezo reproduce ese recorrido y permite seguirlo simbólicamente un el propio interior. Por otra parte, si dibujamos un territorio, tenemos un mapa; y si trazamos un recorrido, con sus hitos y accidentes, tenemos un itinerario. Por eso, en mi lectura cartográfica, un rosario, en tanto representación de una trayectoria recorrida, es un itinerario.

Los mapas e itinerarios de los cartógrafos no son los de los habitantes de un lugar, cuyos mapas e itinerarios se nutren de la experiencia de los lugares vividos y no son solo geografía, sino también biografía, y, por supuesto, memoria, personal y colectiva, y memoria de cronistas, en tanto que ligada a unas vidas concretas. Y aquí convergen mis dos lecturas del título de Un rosario de historias, la cartográfica y la literaria, ya que, por todo esto, Un rosario de historias es una crónica y es un itinerario.

La crónica, que tradicionalmente ha tendido a quedar fuera de la consideración estética por su carácter de escritura no ficcional, es un género anfibio. Primero, porque narra hechos objetivos, pero desde los alcances y limitaciones del punto de vista subjetivo del cronista. Y segundo, porque se funda en un referente real, pero puede cobrar autonomía estética y, por ende, condición artística. Por eso la crónica es anfibia, y por eso fusionó en la Antigüedad la literatura y la historia, en la Modernidad la literatura y el periodismo, y siempre la realidad y la ficción, o al menos las estrategias estilísticas de la ficción, como en este libro del doctor Encina Marín. La crónica requiere del cronista un afecto sincero por sus temas, y aunque sé que decir esto suena como algo ingenuo y sentimental, la verdad es que lo digo fríamente y por motivos de pura técnica, pues la subjetividad del cronista, a lo largo de la narración, le da unidad y le insufla emociones y ocurrencias, con las que la anima, pero estas emociones deben ser dosificadas con discreción e inteligencia, con profundo respeto por lo narrado, pues la emoción del cronista debe matizar los hechos, pero nunca competir e importancia con ellos.

Los procesos de urbanización, que son en realidad procesos de mercantilización de los espacios, relegan a segundo plano el sentido que la historia y el recuerdo de sus habitantes dan a los lugares vividos, y la memoria que fundaba identidades se pierde al desaparecer los hitos significativos, cambiar por otros nuevos e irreconocibles o ser sustituidos por formas sin pasado. Por eso el cronista logra sus textos a condición de sentir afecto por ese pasado, porque el cronista en el fondo pelea por la memoria, pelea contra el olvido, y su voz es pretexto para que se escuchen y nunca enmudezcan las de otros, y no se borren las marcas del sentido que la memoria de la gente puso en sus itinerarios.

Un rosario de historias comienza con la fundación de Rosario, salta con agilidad a épocas más próximas y poco a poco, sobre todo a partir del pasaje del capítulo tercero que vincula pasado y presente con los recursos ingeniosos del fantasma y el monumento, establece una complicidad entre vidas particulares, épocas y generaciones de los mil seres humanos del más diverso pelaje, como diría el doctor Encina Marín, que han coincidido en Rosario. Una complicidad que persiste después de terminar la lectura y que, salvando con calidez, humor y sensibilidad, las distancias del tiempo y los contextos, llega también al que ha participado de todo eso al leerlo. El tono del autor es confidencial y próximo, como si contara historias que en el fondo hablan no solo de Rosario, sino también de la humana experiencia universal del amor por los espacios poblados por la experiencia; como si no solo hablara de sus queridos fantasmas, sino de todos los fantasmas que las personas llegan un día a amar, y a desear que perduren.

El espacio humano tiene sentido porque tiene historia. Una persona no está en un lugar como un vaso en una mesa. El ser humano no «está», sino que «habita». El lugar humano es humano en la medida en que tiene un sentido, y lo tiene en tanto que escenario de hechos, vidas, anécdotas, historia; lo tiene porque ha quedado, por ejemplo, resonando en él una frase, o flotando en su atmósfera la sombra de una escena. En aquellos lugares que la historia ha cargado de sentido, esos hechos alimentan la memoria y forman la materia de la crónica, personajes, anécdotas, leyendas, usos que terminan construyendo identidades, y por eso la crónica, sea su autor un hombre sencillo o erudito, habla por igual a todos, porque está hablando de todos.

Un rosario de historias es un vistazo a los mundos transitorios que cruzan nuestras vidas, a todo lo que se hace y se deshace en el tiempo, escrito con conocimiento de las historias grandes y con afecto y lealtad por las historias pequeñas, por las zonas de penumbra a las que no llegan los reporteros porque allí no hay noticias, por las vidas cuyas penas y alegrías nunca son titulares. En este libro se igualan las vidas de los simples amigos y las de personajes conocidos al coincidir en la ciudad de Rosario como espacio habitado por la memoria.

Los seres humanos trazamos itinerarios y mapas ligados a la experiencia y al relato de una historia, y por eso nuestros mapas e itinerarios son interpretación, son hermenéutica, son crónica. La ciudad de los urbanistas, los técnicos, los cartógrafos, ni siquiera se parece a la de sus habitantes. Son otros los mapas y los itinerarios, son otros los hitos y las rutas, y por eso también son otros los sentidos. Un rosario de historias es un mapa y un itinerario que permite vivir o revivir, al repasar las cuentas que ha ensartado el cronista, lo que un día fue, para que lo aquello que ya no está en la existencia vuelva a ella cada vez que alguien lea este libro, por la memoria y contra el olvido.

Alejandro Encina Marín

Un rosario de historias

Asunción, El Lector, 2014

98 pp.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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