Víctor Hugo Viscarra, flâneur de muladares

«Cronista de madrugadas en las plazas y sórdidos moteles de Callampaya, de los goces amargos de esa La Paz semiclandestina donde los tragos costaban 2,50 bolivianos y uno podía amanecer desnudo o muerto, Viscarra, borracho serial, trazó el minucioso mapa de las vidas marginales, verdadera guía turística de una realidad invisible para todas las personas felices y respetables», escribe la poeta anarquista Montserrat Álvarez.

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«Puedo decir que a los doce años me sumergí de cabeza en la noche». Víctor Hugo Viscarra: Borracho estaba, pero me acuerdo.

Borracho estaba, pero me acuerdo es el libro que da origen al guión de la película que hoy comentan Miguel Méndez y el Tío Gervasio (1) y en el cual Víctor Hugo Viscarra (La Paz, Bolivia, 1958-2006) habla de su vida errante, de «cuando uno amanece caminando por las calles y recorriendo cantinas» y puede ir a dormir a San Francisco, «puede escoger entre los seis bancos que hay a los costados de la nave central y que tienen la ventaja de no estar orientados hacia el altar. Uno le echa una roncadita de tres horas, hasta las nueve y media, a esa hora viene Fray Condori, un viejito con su capa y su boina, a despertar a todos los cañas que duermen ahí, como a las diez empiezan a llegar los turistas y los curas prefieren evitarles esos espectáculos», aunque «a veces el remedio es peor que la enfermedad, pues cuando nos sacan nos vamos a dormir en las gradas del convento, de ahí ya no nos pueden botar porque estamos en vía pública y podemos torrar hasta el mediodía, sin importar que la gante nos mire, si hace solcito, mejor, porque no hay nada más lindo para un torrantero que dormir bajo el sol después de haber tenido que soportar el frío de la noche».

De historia dura, vertiginosa y breve, Viscarra habitó desde niño en las calles y murió a los 48 años de edad, según el parte médico, de cirrosis fulminante. En las páginas de otro libro, Alcoholatum, quedó lo que algunos leen como su testamento literario:

«…Los textos que me fueron robados quedan en calidad de perdidos. Ya que no pude hacer nada para retenerlos, menos puedo hacer para recuperarlos. Mis pensamientos se los cedo a la humanidad entera, no para que los aproveche, sino para que aprenda cómo en el más completo estado de abandono uno puede cultivarse y educarse sin pasar por institutos, universidades, simposios, congresos, diplomados, maestrías y demás tucuymas».

Flâneur de chicherías y cantinas infames, de hospicios de indigentes y muladares, cronista de madrugadas en las plazas y de catres de unas horas en sórdidos moteles de Callampaya, analista de los basurales de las esquinas de Tumusla, de los baños del mercado y los goces amargos de esa La Paz semiclandestina de La Curvita, La Guerra o El Averno, donde los tragos costaban 2,50 bolivianos y uno podía amanecer desnudo o muerto (2), caminar por sus escenarios miserables fue para Viscarra recorrer al mismo tiempo su propio espíritu ambulante, espacio interior de lo vivido en las calles, que las guardaba y sabía, las recreaba y desvestía. Delincuencial refundador de ciudades y borracho serial, trazó el minucioso mapa de las vidas marginales, verdadera guía turística de una realidad invisible para todas las personas felices y respetables.

Notas

(1) Miguel Ángel Méndez: «El Cementerio de los Elefantes», El Suplemento Cultural, 9 de diciembre del 2018.

(2) Miguel Sánchez-Ostiz: «Víctor Hugo Viscarra de nuevo». Disponible en línea: http://sugieroleer.blogspot.com/2010/08/victor-hugo-viscarra-de-nuevo.html

montserrat.alvarez@abc.com.py

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