Roa Bastos y Eloy Martínez

Con sobrada razón se estuvo hablando mucho, en estos días, de los libros de Augusto Roa Bastos que se habían perdido y luego reencontrados. Bueno es hablar también de los muchos amigos que tuvo. Uno de ellos fue el escritor y periodista argentino, Tomás Eloy Martínez, autor, entre muchas y celebradas obras, de “Réquiem por un país perdido”, publicado en abril de 2003. Es una serie de artículos sobre la actualidad argentina en el gobierno de Menem (1989-1999).

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A más de la amistad, Roa y Eloy Martínez estuvieron unidos por el periodismo y la literatura. En los tiempos de conmoción política en el Paraguay, nuestro compatriota alzó su voz desde la prensa en favor de una patria justa, tolerante, limpia de corruptos.

En el prólogo de su “Réquiem por un país perdido”, Eloy Martínez dice: “Todo lo que soy están en sus páginas”.

En efecto, todo lo que fue está en los 65 artículos: su humanidad, su preocupación por el tiempo que le tocó vivir, su lucidez para desentrañar los acontecimientos más complejos, en una palabra, su excepcional talento como escritor y como periodista.

Como periodista nos dejó, esparcidos en muchos libros y periódicos, sus ideas acerca de la profesión. Algunas de ellas:

“Cuando Faulkner escribió su defensa de la amoralidad del escritor no estaba pensando en lector alguno. A él le daba lo mismo que se lo leyera o no se lo leyera, y en la entrevista de “The Paris Review” lo dice sin vueltas: “Estoy demasiado ocupado para preocuparme por mis lectores. No tengo tiempo para pensar quién me lee”. El periodista, en cambio, está obligado a pensar todo el tiempo en su audiencia, porque si no supiera cómo es, ¿de qué manera podría servirla? Lo que esa audiencia espera del periodismo verdadero es, ante todo, información. No se la sacia con el escándalo sino la investigación seria. No se la atrae con golpes de efecto; se la respeta con noticias genuinas. Las clásicas dos campanas del periodismo honesto no son la del verdugo y la de la víctima, sino el resumen que la justicia hace de esos dos sonidos. (La ética del periodista, 1997, pág. 267)

“Cada vez que el periodista concilia o transa con el poder –por legítimo que éste sea- se vuelve cómplice de la mentira y de la injusticia y, además de traicionarse a sí mismo, traiciona la fe de sus lectores. Con eso, destroza el mejor argumento de su legitimidad y anula su única fuerza. A diferencia de los gobernantes, que pueden equivocarse muchas veces sin pagar por eso, un periodista serio rinde examen todos los días y si comete un error, si publica una información falsa o insuficientemente verificada, no sólo pierde al instante el buen nombre que tardó años en forjar sino que también se expone al descrédito ante sus propios colegas. El Presidente cree que la prensa es su enemiga y se queja amargamente de las críticas. No sabe que nadie es tan implacable con los errores de un periodista como los otros periodistas. (Para que no se queje el Presidente, 1995, pág. 273)

“De todas las vocaciones del hombre, el periodismo es aquella en la que hay menos lugar para las verdades absolutas. La llama sagrada del periodismo es la duda, la verificación de los datos, la interrogación constante. Allí donde los documentos parecen instalar una certeza, el periodismo instala siempre una pregunta. Preguntar, indagar, conocer, dudar, confirmar cien veces antes de informar: esos son los verbos capitales de una profesión en la que toda palabra es un riesgo”. (“La Nación”, de Buenos Aires, 21 de noviembre de 2001)

También de Roa Bastos podríamos repetir muchas de sus reflexiones acerca de la profesión periodística que la vivió con pasión y coherencia.

alcibiades@abc.com.py

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