El lunes 11 el Centro Cultural de la República El Cabildo rindió homenaje a cinco Maestros del Arte, personalidades que honran a la patria con su labor y que nos hacen sentir orgullosos de todas ellas. El acto se cumplió en la Sala Bicameral del Congreso Nacional cuyos asientos fueron ocupados en esa ocasión por una concurrencia de personas cultas, pensantes, de probada formación intelectual, próvidas de ética y decencia, rectas y confiables. Por un momento mi fantasía me llevó a pensar que esa era la verdadera representación parlamentaria que el Paraguay necesitaba.
Qué distinto sería nuestro país con un Congreso poblado por esa gente, que piensa en la patria casi con un desinterés hacia sí misma.
Pero no hay fantasía que no termine embestida por la bruta realidad en un momento dado. Y recordé de repente que la verdad es otra. Que las cámaras de Senadores y de Diputados tienen otra constitución, muy diferente a esta en su brutal mayoría.
Si fuera opción electoral, esa concurrencia del lunes 11 no tendría votos, dirá un político de oficio. Y es cierto. Los votos los tienen los otros, merced a “la pasión por el embrutecimiento moral” de la masa de votantes.
Quienes acompañaron en la mañana de aquel lunes a los maestros Esperanza Gill (artes visuales), Gustavo Laterza (literatura), Rolando Chaparro (música), Elizabeth Arzamendia (danza) y Mario Toñánez (teatro) no tendrían la capacidad de persuadir a esos apasionados por la brutalidad, a esos fanáticos de las viejas prácticas politiqueras para que los votaran.
Es que la politiquería ha convertido a la ciudadanía en masa; el individuo racional ha sido absorbido por la manada domesticada para el arreo.
El acto del 11, presidido por el titular del Congreso, senador Silvio Ovelar, acompañado del ministro de Educación, Luis Ramírez, y la directora del Cabildo, Margarita Morselli, contó con la presencia de la Primera Dama, doña Leticia Ocampos, a quien se la vio sonriente y feliz rodeada de tanta gente culta
En la antípoda conceptual, esa misma mañana su marido, el presidente de la República, Santiago Peña, en entrevista con periodistas de radio Monumental ejercía, entre sonrisitas de perdonavidas, una cuasi apologética defensa del enredado andar “académico” de Hernán Rivas, sujeto y objeto de la pasión por el embrutecimiento moral de su movimiento político.
El joven Rivas bien puede ser amigo del presidente, tiene derecho a serlo; pero no debería seguir entronizado en el lugar equivocado. No es un ejemplo sano para la juventud.