Los “polibandis” agravan la acuciante inseguridad ciudadana

El suboficial ayudante de la Policía Nacional Oliver Daniel Lezcano, de 21 años, egresó como tal hace apenas nueve meses, y ya tiene un impresionante curriculum delictivo: es acusado de al menos seis asaltos a conductores de Bolt, y de matar de un balazo a un sargento de la Fuerza Aérea. Pareciera que quiso ser policía con el exclusivo propósito de usar el uniforme para delinquir. En otro contexto, también se supo que numerosos agentes están afectados por el consumo de drogas ilícitas. Un suboficial con asiento en Capitán Bado y ligado al narcotráfico, está en prisión acusado de varios delitos. Esta es apenas una referencia parcial a los frecuentes casos en que quienes deberían resguardar la seguridad ciudadana se dedicaron más bien a alterarla.

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El suboficial ayudante de la Policía Nacional Oliver Daniel Lezcano Galeano, de 21 años, egresó como tal hace apenas nueve meses, y ya tiene un impresionante curriculum delictivo: por lo menos seis conductores de la plataforma Bolt lo identificaron como su asaltante, y ahora fue detenido por matar de un balazo en la cabeza al sargento primero de la Fuerza Aérea Líder Javier Ríos, que en sus horas libres también trabajaba en la misma plataforma, de quien se llevó 32.000 guaraníes. Pareciera que estudió para ser policía con el exclusivo propósito de usar el uniforme para delinquir. En otro contexto, también se supo que 25 agentes policiales fueron dados de baja por consumir drogas ilícitas y que otros 21 se hallan inactivos por la misma razón, en tanto que un suboficial inspector de prevención y seguridad, con asiento en Capitán Bado y ligado al narcotráfico, se halla en prisión preventiva por los hechos punibles de asociación criminal, frustración de la persecución y ejecución penal y cohecho pasivo agravado. Esta es apenas una referencia parcial a los frecuentes casos en que quienes deberían resguardar la seguridad ciudadana se dedicaron más bien a alterarla. Esto sin contar los casos de “gatillo fácil”, todo lo cual ha llevado a la gente a denominarlos comúnmente como “polibandis”.

Estas inquietantes noticias de los últimos días dicen mucho acerca de la índole del plantel policial y de su relación con la inseguridad creciente. Ya era de conocimiento público que sus miembros delinquen con tanta frecuencia que hasta es aconsejable hacer una llamada telefónica ante la inminencia de un control policial. Lo novedoso es que el órgano ahora comandado por el comisario general Gilberto Fleitas también está contaminado por los estupefacientes, cuyo tráfico debería perseguir, cooperando con la Secretaría Nacional Antidrogas (Senad).

Lo que viene ocurriendo evidenciaría que la selección, la formación y la capacitación del personal son tan deficientes como el control que debe realizar la Dirección de Asuntos Internos. Se dirá que es inevitable que entre los 25.000 agentes policiales haya medio centenar de criminales o enfermos, pero es presumible que los datos ahora publicados muestren solo la punta de un enorme iceberg, de carácter permanente.

Si la Policía Nacional está muy podrida, de nada valdrán las “estrategias” que se conciban para precautelar la seguridad de las personas y de sus bienes. Hay delincuentes uniformados que actúan por cuenta propia o asociados con motoasaltantes y con mafiosos, que hasta los emplean como sicarios o para escoltar cargamentos de drogas. Así, se convierten en verdaderos peligros para la sociedad.

Resulta urgente establecer unos estándares de selección mucho más rigurosos para la admisión en la Academia Nacional de Policía, para oficiales, y en el Colegio de Policía, del que egresan los suboficiales, dado que los exámenes psicotécnicos de ingreso no serían un buen filtro, debido al padrinazgo, entre otras cosas. Ambas instituciones dependen de un Instituto Superior de Educación Policial, cuyo director, el comisario principal Hugo Aguilera, cree que los agentes “salen bien formados, pero se descomponen por el camino”. Si ese es el caso, debe preocupar seriamente, porque la situación va de mal en peor.

La Academia referida dice que “ofrece a los cadetes una formación profesional básica, de alto nivel técnico–científico y táctico, proporcionándoles conocimientos, actitudes, valores, habilidades y destrezas, requeridas para el desempeño del policía”. Si las actitudes y los valores fueran inculcados como es debido, los egresados no se “descompondrían” más tarde, acaso también porque sus propios jefes distan mucho de ser intachables: la impunidad tienta a imitar inconductas, por decir lo menos.

En octubre de 2022, el Senado aprobó en general, por unanimidad, un proyecto de ley de reforma y modernización de la Policía Nacional, que regula los ascensos, la asignación de cargos, el régimen disciplinario, la estructura organizativa y el sistema jubilatorio. Si se convirtiera en ley, no serviría de mucho si los controles internos brillaran por su ausencia o si al seleccionar, formar y capacitar a los agentes se descuidaran ciertas cualidades estimables. Esta institución debe ser “desinfectada”, tal como una vez dijo que se proponía hacer el exministro del Interior Euclides Acevedo algo que por lo visto no lo logró ni él ni sus sucesores. Pero hay que persistir en ello, porque no se puede seguir soportando que un agente de policía se sirva de estupefacientes o asalte y mate, agravando la ya terrible inseguridad reinante.

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