Los políticos deben retirar sus garras de la educación

Tras la caída de la dictadura, cierto “seccionalero” del departamento de Ñeembucú se quejó con amargura de que él y sus pares ya ni siquiera podían nombrar a maestras. Ahora, por lo visto, las cosas han vuelto a su lugar, según surge de los dichos de Blanca Ávalos, dirigente de la Organización de Trabajadores de la Educación, en un acto realizado en la capital con motivo del Día del Maestro: “Lastimosamente, hoy en día hurreros acceden a cargos en lugar de compañeros con perfil; esto se hace a través de los llamados cargos interinos”, para dar rubros a los “amigos”, en vez de nombrar a quienes ya trabajaban en el aula con los mismos rubros. La educación no puede seguir siendo un botín de politiqueros ignorantes y codiciosos.

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Tras la caída de la dictadura, cierto “seccionalero” del departamento de Ñeembucú se quejó con amargura de que él y sus pares ya ni siquiera podían nombrar a maestras. Ahora, por lo visto, las cosas han vuelto a su lugar, según surge de los dichos de Blanca Ávalos, dirigente de la Organización de Trabajadores de la Educación, en un acto realizado en la capital con motivo del Día del Maestro: “Lastimosamente, hoy en día hurreros acceden a cargos en lugar de compañeros con perfil; esto se hace a través de los llamados cargos interinos”, para dar rubros a los “amigos”, en vez de nombrar a quienes ya trabajaban en el aula con los mismos rubros.

Es comprensible así el desastroso estado de nuestro sistema educativo, reflejado tanto en la infraestructura edilicia como en la paupérrima formación de los docentes y de los alumnos, entre otros motivos, si los politicastros se sirven de sus influencias para instalar en el Presupuesto a quienes ostentan el carnet partidario como su título más valioso: la idoneidad importa mucho menos que el “coloradismo eterno”. Bien lo sabe el ministro del Interior, Enrique Riera, quien estando al frente de la cartera de Educación y Ciencias, en forma indignante, movilizaba a los maestros en campañas electorales, llegando al colmo, en octubre de 2017 (elecciones internas coloradas), de dirigirles este cínico mensaje desde el Guairá: “He pedido a lo largo y ancho de la república a mis dieciocho coordinadores y coordinadoras, que por extraña coincidencia son todos colorados (risas y aplausos), para que en cada departamento lleguen a todos los supervisores, hasta el último y la última docente(...), que se pongan la camiseta del Partido Colorado y que se pongan la camiseta de la Lista 2, para la victoria contundente, porque de la docencia colorada depende ganar o perder este departamento”. ¡Vergonzoso!

Por lo visto, a juzgar por las palabras de la docente citada, estas palabras inspiradas por un sectarismo aberrante siguen teniendo vigencia en la práctica; es decir, podrían haber sido pronunciadas por el ministro de Educación y Ciencias, Luis Ramírez. Si partidizar la educación, a costa de la idoneidad de quienes la imparten, es más bien propio de regímenes totalitarios, valerse de los docentes como “operadores políticos” implica menospreciar el magisterio y, por ende, atentar contra el futuro de los educandos. Los tan apetecidos “rubros”, financiados por los contribuyentes de todos los partidos y por los que no están afiliados a ninguno, son un verdadero botín distribuido según los vaivenes de la politiquería carmesí. El poder de estos politicastros se asienta, en gran medida, en la ignorancia de los gobernados: no les conviene “educar al soberano”, esto es, al pueblo, al que seducen con el color, la polca y la comida barata (“vaca’i”).

Mientras la educación siga siendo un amplio campo de maniobras para la politiquería, de poco servirá destinarle más recursos. Aparte de la corrupción y del derroche, la influencia de los “seccionaleros” supone un sabotaje continuo a la calidad de la enseñanza. Muchos se dirán que si Hernán Rivas y Yamil Esgaib llegaron a conquistar sendos escaños, instruirse no es una condición indispensable para llegar bien alto: lo decisivo sería contar con la protección de un “líder” generoso, por llamarlo así.

Para triunfar en la vida, los estudios serían menos relevantes que la habilidad de captar hacia dónde soplan los vientos. Vale la pena recordar también en tal sentido las inolvidables palabras de Santiago Peña, siendo todavía candidato presidencial, cuando dijo que la militancia partidaria vale más que los títulos académicos para ocupar un cargo público, incluyendo, cabe agregar, el de docente a sueldo del Ministerio de Educación y Ciencias.

Que los jóvenes comprendan lo que leen y sepan realizar las operaciones aritméticas básicas, por haber tenido educadores competentes, interesa menos a los que mandan que el hecho de que las clases estén a cargo de un correligionario bien respaldado. El porvenir de las nuevas generaciones es lo de menos.

La tan mentada reforma educativa exige un cambio de mentalidad, que llevará su tiempo. El hecho de que aún se mantengan los lamentables criterios de la época dictatorial a treinta y cuatro años del derrumbe de ese régimen oprobioso, supone que habrá que esforzarse mucho aún por limpiar la educación pública de los sinvergüenzas que la desvirtúan en beneficio propio y en el de sus allegados. La educación no puede seguir siendo un botín de politiqueros ignorantes y codiciosos.

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