2020, cómics para una pandemia

No todo fue malo en el año que acaba de terminar: a los amantes del cómic nos ha dejado un banquete para enfrentar la pandemia. Estas son las recomendaciones del filólogo Rubén Varillas*, desde España, en exclusiva para los lectores del Suplemento Cultural.

2020, cómics para una pandemia
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Preferencias del sistema (Ponent Mon), de Ugo Bienvenu: El cómic del dibujante, escritor, actor y director de animación Ugo Bienvenu se sitúa en un futuro culturalmente fantasmagórico, en el que la acumulación y difusión de información lo es todo (vamos, casi como nuestro presente); en el que el interés de los bienes culturales depende de su capacidad de obtener reproducciones y difusión, más que de su calidad o su valor cultural intrínseco; en el que hay que sacrificar Odisea del espacio 2010 o la obra poética de Auden para dejar espacio en el sistema a retransmisiones de youtubers y poses de instagramers. Lo que más miedo da del cómic de Bienvenu es que todo cuanto cuenta suena perfectamente plausible. Hay quien critica su frialdad extrema, sobriedad subrayada por el realismo de su dibujo (por algo la editorial que creó en 2018 con Cédric Kpannou y Charles Ameline se llama Réalistes) y por sus colores planos. Pero esa nos parece precisamente la mayor virtud de Preferencias del sistema: su precisión quirúrgica para diseñar un futuro distópico que, al margen del avanzado grado de evolución tecnológica y robótica que plantea, huele a presente en cada viñeta. La puerta a la esperanza de esta historia inclemente y sombría está personificada en la pequeña Isi, una niña que nos recuerda que la cultura, la música, el cine y la poesía podrían llegar a ser nuestros últimos rasgos de humanidad en esta inercia de materialismo consumista a la que nos hemos entregado.

Devastación (Alpha Decay), de Julia Gfrörer: Una rata muerde en el cuello a otra; dos perros famélicos se disputan un brazo humano arrancado de cuajo; Agnès, la joven protagonista del relato, amasa el pan de cada día con sus propias lágrimas... Son escenas que marcan el tono de Devastación, insólito cómic de Julia Gfrörer. Su estilo remite a las viejas ilustraciones del siglo XIX de la muerte y lo demoniaco. Su trazo y su irregular rayado hacen pensar en un Edward Gorey que hubiera perdido el sentido del humor. El elemento gótico (e incluso satánico) se repite en casi todos sus cómics, en los que la fantasía, lo místico y lo sobrenatural se mezclan con sorprendente naturalidad, a un paso lento que conecta lo irracional con la vida sencilla de las gentes. La apuesta por la crudeza en la exposición del sexo, la muerte y la miseria responde a una necesidad poética condicionada tanto por la materia narrativa como por su apuesta estética. En Devastación la autora elige los tiempos terribles de la peste negra en la Europa medieval para contar su historia. Un tiempo sometido por el fanatismo religioso, la carestía y un miedo supersticioso a lo desconocido.

La cólera (Astiberri), de Santiago García y Javier Olivares: La cólera es La Ilíada, reconocible desde su título (con esa palabra empieza el poema épico de Homero). Sin embargo, poco a poco, la mitología se despliega en ambigüedades y lecturas inesperadas. La ironía posmoderna invade los diálogos y va desanclando el cómic del texto clásico. El dibujo oscila entre la reescenificación histórica y el juego simbólico. Se despliega un argumento conocido: la alianza de reinos comandada por Agamenón y sus aqueos que asedian la ciudad de Troya; después de nueve años de sitio, Ajax, Ulises y Aquiles parecen a punto de derrotar su resistencia... Avanza el argumento de La cólera con pulso y con un despliegue visual apabullante..., hasta que el relato se detiene en una digresión metanarrativa que es un caballo de Troya posmoderno en toda regla. Un metarrelato que pone la historia principal patas arriba y la cabeza del lector de vuelta y media. Después del desconcierto inicial (un desafío a las convenciones lectoras, un desafío a las expectativas, un desafío al equilibrio del relato), recuperamos el pulso y una intuición: que aquella Europa de la Grecia Clásica estaba en realidad mucho más cerca de lo que suponíamos.

Un tributo a la tierra (Reservoir Books), de Joe Sacco: La obra de Sacco tiene la cualidad de abrumar al lector. La cantidad de información y el minucioso proceso de documentación detrás de cada uno de sus cómics hacen de ellos una fuente de conocimiento exhaustiva de la realidad geopolítica del mundo en el momento concreto de su publicación. Además, en cada nuevo trabajo el dibujo de Sacco se ha ido enriqueciendo en matices, en una evolución hacia un realismo lleno de texturas que remite al detalle de la ilustración xilográfica clásica pero que nunca ha abandonado la herencia underground de la que se alimenta su obra desde sus orígenes. Por su temática, pudiera parecer que Un tributo a la tierra se aparta de esa línea de periodismo bélico que define la producción del autor. Sin embargo, aunque la acción de este cómic no se sitúa en medio de una guerra o una zona en conflicto armado, sus páginas describen un enfrentamiento; un desafío, cruento en muchos casos, del que seguramente depende el futuro de la humanidad: el del hombre frente a la naturaleza. El cómic arranca con una mirada a los usos y costumbres de las tribus indígenas del norte de Canadá, que mantuvieron sus formas de vida nómada prácticamente hasta finales del siglo XX. Aquella difícil existencia casi extinguida contrasta dramáticamente con la actual explotación petrolífera de las reservas originales y la adaptación de los nativos al trabajo en las mismas. Un tributo a la tierra es un reportaje sobre el cambio climático y la explotación de los recursos naturales, sí, pero también una mirada sincera a la vida de unos pueblos cuya subsistencia depende de esa misma evolución. Una vez más, Sacco lleva a cabo un ejercicio magistral de investigación periodística que confía en la inteligencia del lector para penetrar en las zonas grises de la historia.

La soledad del dibujante (Sapristi), de Adrian Tomine: Cuando uno de los dibujantes más célebres y admirados del planeta cómic decide aparcar cualquier tipo de autocomplacencia y quedarse en pelota picada creativa delante de sus lectores, puede surgir algo tan honesto y sugerente como La soledad del dibujante (homenaje personal de Adrian Tomine a la célebre novela de Allan Silitoe). Aunque en su recuento de humillaciones y situaciones embarazosas Tomine abusa de cierto patetismo autocompasivo, su cómic es realmente divertido. Observar bajo la lupa los complejos y decepciones de uno de los genios más precoces del medio no deja de ser una lección de humanidad. El formato elegido para la edición encaja como un guante con esa búsqueda de sencillez y espontaneidad: una pequeña libreta Moleskine de cubiertas negras y hojas cuadriculadas (la edición estadounidense incorpora incluso la goma negra de cierre que las caracteriza). Todo funciona en La soledad del dibujante, lo de dentro y lo de fuera. Tomine sigue manteniendo aquel realismo de línea clara que le hizo célebre, aunque su estilo parezca ahora más espontáneo y depurado; y aquellos finales repentinos e inesperados que hicieron de él el Carver del cómic se han convertido en La soledad del dibujante en los gags ocurrentes de un autor que se sabe tocado por el éxito y el talento (aunque en este cómic se empeñe en disfrazarlos a base de humildad, timidez y un fino sentido del humor).

Los sentimientos de Miyoko en Asagaya (Gallo Nero Ediciones), de Shin’ichi Abe: Los relatos breves que componen Los sentimientos de Miyoko en Asagaya forman un extraño collage autobiográfico. Abe es un autor extraño en sí mismo, diferente. Pertenece, junto a Oji Suzuki o Seiichi Hayashi, a ese grupo escogido de autores japoneses que, bajo el influyente magisterio de Yoshiharu Tsuge, publicaron en la revista alternativa Garo mangas que discurrían entre la experimentación narrativa y cierto simbolismo poético. Como Abe en los relatos de este volumen, casi todos ellos recurrieron a episodios de sus propias biografías para proyectar una mirada extrañada de la realidad, muchas veces fragmentaria y profundamente críptica en su subjetividad. Los sentimientos de Miyoko en Asagaya está presidido por un tono decadente y sombrío, suerte de pesimismo existencial que empuja a los protagonistas de sus historias a dejarse ir cuesta abajo y malvivir solitarias vidas precarias. Las poéticas imágenes de paisajes nocturnos conviven con un diseño de personajes deliberadamente descuidado; un estilo caricaturesco que deforma rostros y movimientos con la intención de transmitir las emociones particulares de cada instante y situación. El dibujo antirrealista de Abe y su renuncia a una secuenciación convencional en términos de fluidez narrativa consiguen dotar a sus historias de un lirismo intimista que termina por atrapar al lector dentro de su red de significados e insinuaciones.

A través (Pípala), de Tom Haugomat: Encrucijadas gráfico-narrativas. Novela gráfica y álbum ilustrado, el libro teórico que han publicado la Universidad de León y Trea este año, parece pensado para explicar una obra como la de Haugomat. Es un libro con pocos dibujos y menos texto, pero cuenta muchísimas cosas: una vida entera, de hecho. Lo hace combinando de forma sistemática dos puntos de vista complementarios que crean una rutina secuencial: la mirada subjetiva de su protagonista aparece siempre continuada por el plano general que la explica. Así, a través de los ojos del personaje principal, asistimos a los instantes decisivos de su biografía y, junto a él, pasamos el tiempo de una vida. Las figuras minimalistas sin rostro de A través, sus paisajes evocadores y sus colores planos nos remiten a la ilustración estadounidense de los años 50-60, a aquellos diseños estilizados y utilitarios que abundaban en los magazines más elegantes y sofisticados de la época. Y, sin embargo, pese a esa frialdad aparente, el libro ilustrado/cómic de Haugomat está paradójicamente lleno de emoción y poesía; una lectura rápida de esas que dejan poso y apetece releer de vez en cuando. Un hallazgo.

Regreso al Edén (Astiberri), de Paco Roca: Vuelve quien seguramente es el autor más popular del cómic español reciente y lo hace a lo grande. Regreso al edén continúa indagando en esos procesos de reconstrucción de la memoria, biográfica, familiar e histórica, que ya había explorado en La casa. En este caso, el rastreo del pasado toma como punto de partida tres fotografías, que le sirven al autor para hacer la radiografía de una de esas familias españolas que vivieron la posguerra entre penurias y privaciones de todo tipo. La familia elegida es la de su madre Antonia y, a través de su figura, la de sus padres y hermanos, se nos ofrece también el retrato fotográfico de una España que vivía uno de los momentos más oscuros de su historia. El dibujo de Paco Roca tiene una cualidad fotográfica a la hora de capturar con precisión aspectos esenciales de la realidad; pareciera que ningún detalle se escapara de sus viñetas. En Regreso al edén, el autor continúa explorando las posibilidades simbólicas y narrativas de un medio que domina como pocos otros dibujantes. Este cómic vuelve a demostrar que Paco Roca es un autor en constante crecimiento y, parece, en perpetuo estado de gracia.

Mis cien demonios (Reservoir Books), de Lynda Barry: Imposible no claudicar ante el estilo naif de Lynda Barry y la honestidad confesional de sus historias. En Mis cien demonios, aborda el género del slice of life desde un original recuento de sus miedos y complejos infantiles. En el prólogo, Barry confiesa cómo decidió inspirarse en los demonios (onis) de un rollo japonés del siglo XVI para elaborar su propia lista de «monstruos» personales a partir de sus recuerdos infantiles y adolescentes. En su enumeración variopinta se cuelan objetos, rasgos de su personalidad y referencias simbólicas a momentos concretos y obsesiones insistentes que, de alguna manera, dejaron una huella en su biografía y marcaron su personalidad posterior: su descoordinada forma de bailar, las discusiones constantes con su madre, la muerte de algún amigo, el olor de su hogar, su apego fetichista a ciertos objetos de la infancia... Mis cien demonios es la prueba de que algunos autores elegidos pueden llegar a resumir toda la complejidad de la existencia en el espacio humilde de una anécdota infantil. El lenguaje sencillo de Barry y el candor infantil de sus ilustraciones encierran momentos reveladores y una emoción verdadera que se contagia al lector casi desde las primeras páginas. Un cómic para todos los públicos que difícilmente decepcionará a nadie.

Mono de trapo (Barrett), de Tony Millionaire: Aunque suele adscribírsele al nuevo underground, el trabajo de Millionaire desborda escuelas o etiquetas y se alimenta de fuentes muy dispares. Herencia de un linaje familiar repleto de artistas y pintores, seguramente. En toda su producción, el bostoniano hace gala de buenas dosis de extravagancia para configurar un imaginario visual que discurre entre lo grotesco y el cartoon macabro de Gorey. Sus tebeos son como una tienda de antigüedades repleta de juguetes parlantes, cacharrería mágica y muñecos de trapo. Las tragedias autoconclusivas de los episodios de Mono de trapo tienen lugar en fastuosas mansiones victorianas de un Estados Unidos que ya no existe, pero todas están protagonizadas por Tío Gabby, ese mono remendado de un calcetín que da título al cómic (sockmonkey), y por su amigo Don Cuervo, pájaro de trapo con botones por ojos; personajes ideales para unas andanzas imposibles que siempre acaban mal. Juntos, viven las aventuras menos infantiles que uno pueda imaginar: incendios catastróficos, naufragios en Borneo junto a cabezas jibarizadas, matrimonios entre roedores que terminan en canibalismo, cacerías de insectos, etc. Mono de trapo nos devuelve a un tiempo en el que la infancia estaba habitada por muñecas de porcelana, caballitos de mecedora y cuentos de criaturas fantásticas.

Rosie en la jungla (Fulgencio Pimentel), de Nathan Cowdry: Los personajes de Cowdry son simplemente adorables. El achuchable perrito algodonoso y las bellas muchachas de formas redondeadas que protagonizan Rosie en la jungla tienen cierto aire disneyano, aunque en su diseño se observan también influencias del manga y del surrealismo pop big eyes. Sin embargo, lo que parecería la materia prima adecuada para una historia infantil o un relato de shojo manga, en manos de Cowdry sirve para construir un cómic de jóvenes traficantes de droga, mascotas que utilizan sus estómagos como mula y agresivas bragas parlanchinas dispuestas a matar y morir por un puñado de libras. Sexo duro, violencia y transgresión en un envoltorio de caramelo. Perturbador y fascinante a partes iguales. Como señala alguien en la faldilla promocional del libro, la experiencia de leer Rosie en la jungla se parece un poco a ver una película porno por primera vez. A ratos, uno intenta mirar para otro lado, pero no hay manera.

*Para leer más de Rubén Varillas, recomendamos su libro La Arquitectura de las Viñetas. Texto y discurso en el cómic (Viaje a Bizancio Ediciones, 2016, 450 pp.), sobre el análisis narratológico de la historieta, y su blog https://littlenemoskat.blogspot.com/

rubenvf@gmail.com

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