«Asaltar el cielo»

Hace 150 años nació la primera experiencia de gobierno obrero de la historia, aquel intento de tomar el cielo por asalto que fueron los 72 días de la Comuna de París. Sobre ella escribe el historiador Ronald León Núñez en exclusiva para los lectores del Suplemento Cultural.

Barricada de la Plaza Blanche durante la Semana Sangrienta.
Barricada de la Plaza Blanche durante la Semana Sangrienta.gentileza

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Fueron solo 72 días, desde el 18 de marzo al 28 de mayo de 1871, cuando la resistencia de los communards terminó ahogada en sangre por la represión conjunta de las burguesías francesa y alemana, a las que poco les importó el hecho de que meses antes estuvieron en guerra. La existencia de la Comuna de París fue breve, pero su significado político es interminable. Hace 150 años nació la primera experiencia de gobierno obrero de la historia, un sublime intento de tomar el cielo por asalto.

Así sus conquistas como su derrota se erigieron en una referencia para las luchas por la emancipación social. La Comuna no pereció con la última barricada de la calle Ramponneau, puesto que sus enseñanzas poseen valor en sí mismas; «la gran medida social de la Comuna», anotó Marx, «fue su propia existencia, su labor» (1).

Hacia finales de la década de 1860, el régimen despótico del emperador Napoleón III, que se erigió sobre la derrota de la revolución de 1848, estaba debilitado. Para superar la crisis, «Napoleón el Pequeño» decide embarcarse en una nueva aventura militar. En julio de 1870, luego de embates diplomáticos acerca de la sucesión del trono español, Francia declara la guerra a Prusia. El canciller Bismarck, por su parte, aprovechará el ataque francés para acelerar el proceso de unificación nacional de la entonces Confederación Alemana del Norte. Estalla la guerra franco-prusiana.

La batalla de Sedán marca el desastre militar francés. El 2 de setiembre, el alto mando y más de 83.000 soldados capitulan ante los prusianos. El propio Napoleón III cae prisionero. El Segundo Imperio Francés se desmorona junto con su ejército. El 4 de setiembre es proclamada en París la Tercera República y se constituye un Gobierno Provisional de Defensa Nacional, presidido por Louis-Jules Trochu. La República decide continuar la guerra.

Pero el avance prusiano es imparable. Desde el 19 de setiembre, París es bombardeada y sometida a un sitio que durará cuatro meses. El hambre toma la capital. El 27 de octubre, en Metz, capitulan 173.000 franceses al mando del mariscal Bazaine. Bismarck había pasado a una guerra de conquista. La burguesía francesa mostraba desesperación por capitular. El 18 de enero de 1871, el «Canciller de Hierro» sella la unificación con la proclamación del Imperio alemán nada menos que en la Galería de los Espejos del Palacio de Versalles. El 28 de enero se establece el armisticio (2). Francia pierde las provincias de Alsacia y Lorena, además de asumir el pago de duras reparaciones de guerra a los vencedores. En febrero, las elecciones para una nueva Asamblea Nacional dieron mayoría a facciones monárquicas. El 17 de febrero, la instancia que quedó conocida como asamblea «rural» nombra presidente provisional a Louis Adolphe Thiers.

La guerra precipitó la revolución. La humillante capitulación ante Prusia exacerbó el descontento en París. Entra en escena la Guardia Nacional, una milicia popular que estuvo a cargo de la defensa de la capital durante la guerra. Contaba con cerca de 300.000 hombres armados, la mayoría obreros, artesanos y sectores de la pequeña burguesía arruinada. A inicios de marzo, los batallones eligen un Comité Central de la Federación de la Guardia Nacional. Se aprobaron nuevos estatutos, estipulando «el derecho absoluto de la Guardia Nacional a elegir sus dirigentes y revocarlos tan pronto como perdieran la confianza de sus electores». Este organismo, con estructura democrática, asumió la organización de la defensa de París ante la defección de la burguesía francesa, la entrada del ejército prusiano, y el peligro de una restauración monárquica.

Luego del acuerdo con los prusianos, la prioridad de Thiers pasó a ser la liquidación de la Guardia Nacional. Intentó dispersarla, reducirla, abolir sus sueldos y, sobre todo, desarmarla. El principal obstáculo al objetivo del gobierno de hacer pagar a los trabajadores el costo de la crisis –y las reparaciones de guerra– consistía en la dualidad de poderes instalada en la capital. Así, entre el 17 y 18 de marzo de 1871 el gobierno republicano intenta confiscar 271 cañones y 146 ametralladoras que la Guardia había emplazado en la colina de Montmartre. Pero el proletariado, encabezado por comités de mujeres, cierra el paso a las tropas regulares. Las mujeres repicaron las campanas para convocar a una multitud. El pueblo llano rodea a los soldados enviados por Thiers y los insta a desobedecer las órdenes de sus superiores. Ellos no solo fraternizaron con los parisinos, sino que ejecutaron a los generales Lecomte y Clément-Thomas. Es el inicio de la insurrección y de la guerra civil. El Comité Central ocupa los puntos neurálgicos de la ciudad y se instala en el Hôtel de Ville, hasta entonces sede del gobierno. Thiers y su gabinete huyen a Versalles, donde antes se había instalado la Asamblea de los «rurales». Así se inicia el primer gobierno obrero de la historia.

La proclama de 18 de marzo decía: «Los proletarios de la capital, en medio de las faltas y traiciones de las clases dominantes, comprendieron que había llegado el momento de salvar la situación asumiendo la dirección de los asuntos públicos. [...] comprendió que era su deber imperativo y su derecho absoluto tomar las riendas de su destino y asegurar su triunfo conquistando el poder». A lo que añadía el compromiso de luchar por «la abolición del sistema de esclavitud asalariada de una vez por todas».

La dirección de la Guardia Nacional no tardó en convocar a elecciones municipales para ceder el poder. El 28 de marzo se instala oficialmente la Comuna de París (3).

Marx sintetizó la composición y el carácter democrático del nuevo poder: «La Comuna estaba formada por los consejeros municipales elegidos por sufragio universal en los diversos distritos de la ciudad. Eran responsables y revocables en todo momento. La mayoría de sus miembros eran, naturalmente, obreros o representantes reconocidos de la clase obrera. La Comuna no habría de ser un organismo parlamentario sino una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo. En lugar de continuar siendo un instrumento del gobierno central, la policía fue despojada inmediatamente de sus atributos políticos y convertida en instrumento de la Comuna, responsable ante ella y revocable en todo momento. Lo mismo se hizo con los funcionarios de las demás ramas de la administración. Desde los miembros de la Comuna para abajo, todos los que desempeñaban cargos públicos debían hacerlo con salarios de obreros» (4).

En efecto, el primer decreto de la Comuna fue suprimir el ejército permanente y reemplazarlo por la organización del pueblo armado. Esto, en la práctica, suponía el quiebre del Estado burgués. Le siguieron una serie de medidas que, aunque no hubo tiempo de aplicarlas plenamente, no permiten dudas acerca de su sentido de clase: suspensión de los pagos en concepto de alquileres; prohibición de la venta de los bienes empeñados por los pobres en el Monte de Piedad; confirmación en sus cargos de todos los miembros extranjeros elegidos, puesto que «la bandera de la Comuna es la bandera de la República Universal»; separación definitiva entre la Iglesia y el Estado, concretada en decisiones como la suspensión de todos los pagos públicos para fines religiosos, la nacionalización de los bienes eclesiásticos, la secularización de la educación, la declaración de la religión como «asunto privado». El 12 de abril, la Comuna determina la demolición de la Columna de la Place Vendôme –orden que se ejecutó el 16 de mayo– por constituir un símbolo del chovinismo francés. El 16 de abril se establece la moratoria de todas las deudas por tres años y la eliminación de los intereses. Ese mismo día se aprobó la requisición de las fábricas abandonadas y su reorganización bajo control de cooperativas obreras. El 20 se abolió el trabajo nocturno de los panaderos; diez días después se ordena el cierre de todas las casas de empeño. El 25 de abril se confiscan las casas vacías para alojar a familias sin techo. El 5 de mayo se dispuso la demolición de la Capilla Expiatoria, construida para expiar la ejecución de Luis XVI. El 11 de mayo se ordenó la demolición de la casa de Thiers, al que además le confiscaron sus bienes.

Pero, en una ciudad sitiada, estas medidas apenas pudieron esbozarse en la práctica. A inicios de mayo, el ejército regular situado en Versalles estaba listo para la ofensiva final. Thiers hizo otro acuerdo con Bismarck, que liberó cerca de 60.000 prisioneros franceses para engrosar las fuerzas de la contrarrevolución. Marx denunció que «el ejército vencedor y el vencido confraternicen en la matanza común del proletariado. La dominación de clase ya no se puede disfrazar bajo el uniforme nacional; todos los gobiernos nacionales son uno solo contra el proletariado» (5).

Desde abril, los versalleses habían cercado París, sometiéndola a constante bombardeo. El 21 de mayo comienza la ofensiva final para acabar con la Comuna. Los communards resistieron con coraje, pero poco a poco fueron empujados hacia el este de la ciudad. La derrota sobrevino el 28 de mayo. La «semana sangrienta», una orgía de atrocidades cometidas por la «civilizada» burguesía francesa, terminó con el asesinato de 30.000 parisinos, muchos de ellos mujeres y niños. Para acelerar el trabajo utilizaron ametralladoras. Los cadáveres, apilados, fueron exhibidos y luego arrojados a fosas comunes. Al baño de sangre le siguieron persecuciones, deportaciones, cinco años bajo ley marcial, décadas de calumnias. La basílica de Sacré-Cœur, codiciado destino turístico, fue construida para «expiar los pecados» de los communards.

El 17 de abril, Marx escribió a su amigo el doctor Kugelmann: «Gracias a la Comuna de París, la lucha de la clase obrera contra la clase de los capitalistas y contra el Estado que representa los intereses de esta ha entrado en una nueva fase. Sea cual fuere el desenlace inmediato esta vez, se ha conquistado un nuevo punto de partida que tiene importancia para la historia de todo el mundo» (6). Esto ayuda a entender el ensañamiento de la represión. La burguesía necesitaba liquidar este «punto de partida» de alcance histórico.

La trascendencia de la Comuna de París consistió en que fue una revolución contra el Estado capitalista: «la Comuna era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo» (7). Fue la primera revolución moderna que no se contentó con adueñarse de la máquina estatal y utilizarla para sus fines, sino que la demolió, liquidó instituciones claves como el ejército, la policía, el clero, la judicatura. Esta acción, que Marx caracterizó como «condición previa de toda verdadera revolución popular en el continente» (8), representó el embrión de un poder proletario. Desde entonces, el estudio teórico de esta experiencia se hizo indispensable para futuros procesos.

El periodo histórico en el que ocurre la Comuna no podía, con todo, más que anticipar elementos de las grandes crisis del siglo XX. La guerra franco-prusiana presagió la matanza desatada en 1914; la Comuna de París significó un anuncio de la revolución proletaria que triunfaría, por primera vez, en la Rusia de 1917.

Los dirigentes de la Comuna cometieron errores políticos, propios de la inexperiencia y de la confusión ideológica, como no haber marchado contra Versalles antes de que la contrarrevolución pudiera reorganizarse y cercar París; haberse limitado a pedir adelantos al Banco de Francia en lugar de haberlo expropiado (9); o la deficiente preparación militar ante el inminente ataque de Thiers. El análisis de esos límites, expresiones de una condescendencia excesiva y de una inclinación a detenerse luego de los primeros logros, formó parte de un balance histórico sumamente útil para nuevas generaciones.

La Comuna de París, a pesar de todo, inauguró la era de la «expropiación de los expropiadores». Abrió un nuevo capítulo en la tradición del internacionalismo proletario, al incorporar a su causa, 65 años antes de la revolución española de 1936, la tradición de las brigadas obreras internacionales, entre las que sobresalen una brigada belga y otra franco-estadounidense. Se sabe, en este sentido, que los versalleses tomaron prisioneros a más de 1.700 «extranjeros».

La causa de la Comuna es la causa de la revolución social. La causa de todos los humillados y ofendidos. Un estandarte de la nueva sociedad sin explotación ni opresión. Esto la hace inmortal. «Sus mártires», escribió Marx, «tienen su santuario en el gran corazón de la clase obrera. Y a sus exterminadores la historia los ha clavado ya en una picota eterna, de la que no lograrán redimirlos todas las preces de su clerigalla» (10). Vive la Commune.

Notas

(1) Karl Marx: La guerra civil en Francia. Madrid: Fundación Federico Engels, p. 77.

(2) El 26 de febrero de 1871 se firma el acuerdo preliminar de paz. El tratado definitivo fue firmado en Frankfurt el 10 de mayo, pocos días antes del aplastamiento de la Comuna.

(3) Fueron electos 86 representantes para la Comuna, de los cuales 25 eran obreros.

(4) Marx, La guerra civil en Francia…, p. 67.

(5) Ibídem, pp. 95-96.

(6) Carta de Marx a Kugelmann, 17/04/1871 (https://www.marxists.org/espanol/m-e/cartas/m17-4-71.htm).

(7) Marx, La guerra civil en Francia…, p. 71.

(8) Carta de Marx a Kugelmann, 12/04/1871 (https://www.marxists.org/espanol/m-e/cartas/m12-4-71.htm).

(9) La Comuna, preocupada por el pago a las tropas de la Guardia Nacional, recibió del Banco de Francia 20.240.000 de francos en concepto de anticipos, de los cuales 9.400.000 pertenecían a la ciudad de París. El banco, sito en territorio controlado por los communards, poseía inmensas reservas en efectivo, títulos, joyas y lingotes de oro. Versalles, por su parte, recibió 257.637.000 de francos, destinados directamente a costear la represión de la Comuna.

(10) Marx, La guerra civil en Francia…, p. 97.

ronald.leon.nunez@gmail.com

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