Si él dormía una hora, treinta personas morirían

Nacido en Buenos Aires en 1925 en una familia judía de origen ruso, aprendió muy joven que en ciertas circunstancias la neutralidad no existe, que no hacer nada ya es ser cómplice. En memoria de Adolfo Kaminsky, fallecido el pasado 9 de enero en París a los 97 años de edad.

Adolfo Kamisky con sus cámaras Rolleiflex, París, 1997
Adolfo Kamisky con sus cámaras Rolleiflex, París, 1997

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«No pensaba que tus proclamas tuvieran tanto poder como para que un mortal pudiera transgredir las leyes no escritas e inquebrantables de los dioses. Éstas no son de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe de dónde surgieron. No iba yo a obtener castigo por ellas de parte de los dioses por miedo a la intención de hombre alguno»

Sófocles.

El epígrafe de este texto pertenece a la célebre tragedia Antígona, de Sófocles. Cuando la protagonista enfrentó a su tío por la acusación que pesaba sobre ella, lo hizo en estos términos. Ante el dilema en el que se encontraba de obedecer la ley humana o la ley divina, Antígona optó por la segunda, porque esto le dictaba su consciencia. A pesar del decreto de su tío, que advirtió que quien no cumpliera su orden sufriría la muerte, Antígona enterró a su hermano. Obedecer las leyes divinas en vez de las humanas, a Antígona le costó la vida.

Las mujeres y hombres de todas las sociedades y tiempos se han tenido que enfrentar, se enfrentan y se enfrentarán a dilemas semejantes al de Antígona. ¿Existe acaso alguien que al menos una vez no haya sido Antígona?

Lo que una ficticia mujer griega «vivió» hace 2400 años, nosotros lo continuamos experimentando hasta el presente. Esto lo vivió un hombre que murió el 9 de enero de 2023, que se encontró en un dilema semejante al de Antígona. Como ella, tuvo que hacer lo prohibido para hacer lo correcto. El oficio que usó como instrumento para seguir su consciencia y que lo volvió célebre podría parecer, sin embargo, un tanto despreciable. Era un falsificador. Y de los buenos. Años más tarde, diría: «Claro que todo lo que yo hacía era ilegal. Pero cuando lo legal está completamente en contra de la humanidad, es necesario luchar» (1).

El nombre que tuvo en vida este falsificador fue Adolfo Kaminsky. Nació en 1925 en Argentina, de padres judíos rusos. A los 6 años migró a Francia. La pobreza de su familia lo obligó a trabajar desde muy joven. El oficio con el que se ganaba la vida lo llevó más tarde al oficio que adoptó por principios. En la tintorería en la que trabajaba aprendió a teñir telas con tintas de colores y a quitar manchas. Habilidades que le servirían más tarde para borrar sellos y escribir nombres falsos.

Durante la ocupación alemana en Francia, Kaminsky fue preso junto a su familia en el campo de Drancy. Su delito: ser judío. El destino que le esperaba: ser deportado a Auschwitz y enfrentar allí la muerte. Una carta que su hermano logró enviar al consulado argentino permitió a Adolfo y su familia burlarse del destino y ser liberados por su nacionalidad. Al salir de prisión, su padre sabía que con su identidad de judíos no podrían sobrevivir a la ocupación alemana, por lo que entró en contacto con la resistencia para conseguir documentos falsos para los suyos. A partir de ese contacto, Adolfo se inició en el mundo de la falsificación.

Para no despertar sospechas de los vecinos por las tintas y otros productos químicos que usaba y el olor que despedían, Adolfo se hizo pasar por pintor. Con esta profesión como coartada –y él mismo con una identidad falsa– pudo ejercer su oficio de falsificador de documentos en la clandestinidad.

Evocaba así su mayor desafío durante la ocupación alemana: «Siempre recordaré el pedido más grande que nos hicieron. 300 niños. Eso quería decir más de 900 documentos diferentes a realizar en un plazo de 3 días. ¡No era posible! Era necesario que yo me mantuviera despierto lo más posible. Luchar contra el sueño. El cálculo era simple. En una hora, yo fabricaba 30 documentos falsos. Si yo dormía una hora, 30 personas morirían. Más que nada, yo tenía miedo del pequeño error técnico, del pequeño detalle que se me pudiera escapar. De cada documento dependía la vida o la muerte de un ser humano. Entonces trabajé, trabajé y trabajé hasta desvanecerme. Cuando me despertaba, continuaba trabajando. No me podía detener. Terminamos los papeles justo a tiempo» (2).

Los documentos que falsificó Adolfo durante la ocupación alemana permitieron salvar la vida de miles de judíos que pudieron escapar de Francia con identidades falsas, sin ser deportados ni muertos. Al terminar la Segunda Guerra Mundial, Kaminsky falsificó documentos para muchas personas, de varios países, que los necesitaban para huir de situaciones en las que sus verdaderas identidades ponían en riesgo sus vidas o al menos su libertad. En esos años colaboró falsificando documentos para el Frente de Liberación Nacional de Argelia, para disidentes de dictaduras de varios países e incluso para estadounidenses que estaban contra la guerra de Vietnam. Se convirtió en el proveedor de documentos de todos los movimientos de resistencia del siglo XX, desde la Segunda Guerra Mundial hasta 1971, año en el que dejó su oficio.

Los pasaportes y otros documentos que falsificó Adolfo permitieron a quienes los usaron conservar la vida. Fotógrafo de día y falsificador de noche, se rehusó a recibir pago por su segundo trabajo, pues de hacerlo no podría decidir si decir «sí» o «no» a quienes solicitasen sus servicios.

Kaminsky siempre eligió las causas por las que luchar. Colaboró con los espías de la inteligencia francesa proporcionándoles documentos falsos para sus misiones, pero dejó de trabajar con ellos cuando no estuvo de acuerdo con el actuar de Francia en Indochina. Desde ese momento, su lucha fue anticolonialista.

En el epílogo de la biografía de Kaminsky que escribió su hija Sarah, se lee lo que Adolfo le dijo en referencia a su labor como padre: «Yo los he visto crecer esperando, a pesar de no haberles podido ofrecer un mundo mejor, haberles transmitido los valores por los cuales yo no he dejado de luchar. Hoy en día, estoy seguro de haberlo logrado» (3). A estos hijos, Adolfo les enseñó a obedecer estrictamente las leyes. Y si él mismo no lo hizo siempre fue porque con esta desobediencia obedeció a su consciencia.

Adolfo Kaminsky eligió lo que consideraba correcto a pesar de que se suponía que no lo era. Es la inspiración de aquellos que se identifican con su ejemplo. El misterioso motivo que lo impulsó se encuentra dentro de la consciencia de cada ser humano, que puede decidir si escucha la voz que susurra en su interior o intenta adormecerla; aunque no pueda hacerlo.

Notas

(1) Times Documentaries (Productor) (2016). The forger [Documental; en línea]. The New York Times [traducción del autor].

(2) Ibíd [traducción del autor].

(3) Kaminsky, S. (2009). Adolfo Kaminsky, une vie de faussaire. Calmann-Lévy [traducción del autor].

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