El señor comisario hace lo que quiere

Es impensable una democracia sin equilibrio efectivo de poderes y sin un control institucional a aquellas fuerzas que pudieran convertirse en monopólicas y desbordadas en la actividad que fuere.

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Ninguna libertad es absolutamente libre, diría mi amigo Tito Frings. Todo tiene su límite en la línea exacta de la convivencia grata. Esto me recuerda a aquel comisario que antes de 1989 afirmaba: “Yo hago lo que quiero; para eso mando”, y luego del 89 vociferaba: “Yo hago lo que quiero; para eso estamos en democracia”. La democracia no es para que cualquiera haga lo que quiera, sino para que todos hagamos lo debido. En este contexto se deben dar los controles institucionales: para que nadie se sobrepase.

En este sinuoso camino por el que vaga nuestra inmadura democracia desde el febrero aquel, hay un acentuado descontrol y se acrecienta el “Yo hago lo que quiero”. Esto se debe a que las instituciones abdicaron del control, que pasó a manos de poderes fácticos. Se estableció un descontrol para que el comisario haga lo que quiera.

Un ejemplo. Ramón González Daher devolvió al fisco 42 mil 300 millones por impuestos adeudados. ¿Cómo pudo llegar a deber semejante cantidad de dinero al fisco y seguir operando en la red bancaria? Esa deuda se acumuló durante años. Mover ese volumen no podía pasar desapercibido para los organismos institucionales. Un movimiento voluminoso hace saltar alarmas en cualquier sistema legal. ¿Sonaron las alarmas por lo de González Daher o se desconectó el circuito para liberar el territorio? Cuanto menos, se descontrolaron los controladores.

Lo irritante es que cuando un sujeto común intenta hacer un depósito que apenas supere la modestia, debe justificar el origen de su dinerillo con declaraciones que rozan lo humillante.

Y algo más de don Ramón. En julio del 2017, dos futbolistas uruguayos, Felipe Avenatti y César Falleti, llegaron al Paraguay fichados por Sportivo Luqueño y partieron al día siguiente de su llegada “transferidos” a clubes europeos. El dinero de ambas transferencias (se habla de 8 millones de dólares) llegó al Sportivo, pero el club, presidido entonces por Walter Gustavo Benítez, hombre de Ramón González Daher, traspasó el monto a una cuenta del empresario brasileño-uruguayo Francisco Paco Cazal. ¿Lavado? ¿Quién podría afirmar que no lo fue? Aunque esto lo dio a conocer la Secretaría de Prevención de Lavado de Dinero (SEPRELAD) en noviembre del 2020, podemos suponer que no fue la única vez que se obró así.

Hoy SEPRELAD abdicó —complicidad del Congreso mediante— del control a los clubes. Alude que ya están controlados. Tal vez lo estén por el señor comisario que todavía grita “yo hago lo que quiero”.

Sí, el comisario hace lo que quiere, tiene el control que se lo escamoteó a la institucionalidad. Y de esta manera creó un descontrol merced al cual nuestra democracia se va frustrando lenta, pero inexorablemente.

nerifarina@gmail.com

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