Las elecciones y la influencia de los ignorantes

La campaña electoral, si así pudiera llamarse a esta tediosa marcha hacia abril, es tan pobre que resulta difícil encontrar a quien se entusiasme con ella. Peña nos dice que vamos a estar mejor, pero se rodea de gente a la que se debe en gran parte que hoy estemos bien mal. Alegre empuja carretillas, carga chipá argolla, pica piedras, mientras repite ingenuas formulaciones de un cambio que ni él sabe cómo será.

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Euclides esgrime su retórica defensiva para rechazar los pelotazos que llegan a su arco acusándolo de estar al servicio del cartismo para dividir a la oposición, mientras lo exhibe a Querey como un seguro de probidad. Quedan Payo y Chilavert. Que uno no sabe…

Ante este panorama que pareciera no alentar la más mínima o genuina pasión, admiración o devoción por alguno de los candidatos, hay una parte de la ciudadanía que se pregunta qué podrá hacer con el país cualquiera sea el próximo Ejecutivo. Al mismo tiempo, hay otra proporción poblacional resignada a soportar otros cinco años de cleptocracia y de kakistocracia: un gobierno de ladrones y de ineptos (ineptos para gobernar, no para robar). Hay otra porción del pueblo que votará por la mitología partidaria, que se enlaza con el clientelismo parasitario de quienes tienen como aspiración, vivir a costa del Estado. Habrá también quien vote al que le compre el voto en la noche del sábado 29 de abril. El que puede comprar votos es quien dispone de dinero sucio que, pareciera un contrasentido, proviene del lavado.

Observando el panorama de la campaña electoral, uno está tentado a pensar que la misma está hecha para gente que no piensa. O directamente puede pensar que no está hecha para la gente, sino para cumplir con ciertos ritos como concurrir periódicamente a anodinos programas televisivos con el fin de repetir repetidas repeticiones, o para aparecer en las redes mostrando un fingido interés en el trabajo de personas humildes. Nada más repugnante que ver a políticos acercarse a gente a la que jamás se acercaría si no fuera tiempo electoral.

En cuanto al Legislativo, la visión aterra. Que las elecciones sean libres es relativo. Los partidos antiguos han sido cooptados en gran medida por plutócratas, narcos e ignorantes que dominan las estructuras e impiden que ilustrados y decentes accedan a candidaturas parlamentarias. Estas son privativas, mayoritariamente, de quienes tienen dinero para pagar, aunque ese dinero tenga un origen inmoral. Ética y política están hoy en polos opuestos. No hay libertad absoluta en el origen mismo de las candidaturas, porque estas tienen un condicionamiento que riñe con lo estrictamente democrático. No se candidata a los mejores, sino a los otros.

“Todas las democracias contemporáneas viven bajo el temor a la influencia de los ignorantes”, decía John Kenneth Galbraith (1908 – 2006). Ninguna democracia puede sobrevivir al ataque masivo de los ignorantes. Para el Legislativo, hay candidaturas esperanzadoras. Que sepamos elegirlas será la batalla madre contra la ignorancia terminal.

nerifarina@gmail.com

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