Galería Nocturna

El Giger’s Necromonicon, perverso compendio de imágenes cosmogónicas y diabólicas de un inframundo de rituales crueles y orgiásticos, fue la obra que llevó al director de cine Ridley Scott a pedirle a H. R. Giger que diseñara la criatura espacial del clásico filme protagonizado por Sigourney Weaver Alien, el octavo pasajero, y a pedirle además que la diseñara tomando como inspiración sus propios trabajos visuales precedentes.

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Alien, el octavo pasajero, la decisiva película de 1979, marcó un antes y un después en la estética visual del cine de ciencia ficción: una vez que Giger dio vida a su monstruo, los extraterrestres nunca volvieron a ser los mismos.

Giger recibió el Oscar a los mejores efectos especiales en 1980 gracias a Alien. Y su morboso grimorio lovecraftiano, el Giger’s Necromonicon, se volvió más reconocido cada vez en diversos escenarios artísticos fundamentales para la cultura y la sensibilidad contemporáneas. Giger ha marcado la estética visual del mundo del rock a través del diseño de afiches y la ilustración de (memorables) portadas de (memorables) álbumes. Y, más anecdóticamente, del diseño de artefactos: guitarras eléctricas –las HR Giger Signature Series, serie limitada de la prestigiosa marca Ibanez– y de soportes de micrófonos –bueno, al menos de uno, pero bien conocido por el gran público: la famosa «The Bitch», afectuoso apodo lascivo con el que Jonathan Davis, el vocalista de Korn, interpela al que le fabricó Giger, y que él manipula con tierna violencia y acaricia imperiosamente en los conciertos–.

Giger ha marcado también el mundo del tatuaje, cuyos artistas empezaron a recibir, desde los ochenta, cada vez más pedidos de diseños, bien directamente de Giger, bien inspirados en alguna obra de Giger, bien de fantasías de estilo claramente gigeriano.

La fecunda y atroz simbiosis entre las nihilistas ficciones cosmogónicas de Howard Phillips Lovecraft y las teratológicas visiones bulbimorfas de H. R. Giger han estado presentes desde el Giger’s Necromonicon hasta los videojuegos inspirados en los terrores de ambos, es decir, de HRG y de HPL, que te dan viajes tan reales como los del LSD.

En Giger no solo son terrores: también son deseos, palpables en las curvilíneas superficies de sus hembras sintetizadas con artefactos, como si, enamorado sin remedio de su suicida, de su mujer muerta, hubiera aprendido a asociar a la Muerte el deseo y la pasión. Giger da al caos de Lovecraft el rasgo de una poderosa carga sexual que este por sí mismo no tenía.

En Dark Seed, el videojuego de terror psicológico producido en 1992 por Cyberdreams, el escritor Mike Dawson llega a una vieja casa en la que pesadillas, episodios oníricos y visiones empiezan a arrastrarlo a un mundo paralelo: el Mundo Oscuro, el Dark World de los Ancients, en una aventura infestada de alusiones y reminiscencias del ciclo mítico de Cthulhu y de la literatura de Lovecraft en general, y cuyos diseños son de Giger. A pedido de Giger la segunda parte, Dark Seed II, de 1995, tuvo gráficos en alta resolución y movimientos digitalizados sobre fondos fotorrealistas.

Pero las huellas de Lovecraft y de Giger en la realidad paralela de los videojuegos de terror, así como las huellas de Giger en el caso concreto del siniestro videojuego Silent Hill, merecen que les dedique sendos artículos enteros y aparte, al igual que, me parece, los bestiarios de Giger y de Lovecraft reclaman por lo menos un buen tratado criptozoológico. Por hoy, dejo hechas aquí estas tres amenazas.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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