El poder de la orquesta más pequeña

Hace 20 años perdimos a uno de los autores más interesantes de nuestros tiempos, Edward Said (1935 - 2003). Sus ideas sobre las representaciones del Otro como instrumentos de dominación colonial merecen ser recordadas especialmente en estos días terribles, porque Said nunca dejó de pensar la tragedia palestina.

Edward Said en 1983, tocando el piano (Fotografía de Jean Mohr)
Edward Said en 1983, tocando el piano (Fotografía de Jean Mohr)

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Hace veinte años perdimos al pensador y crítico literario palestino Edward Said (1935 - 2003), uno de los autores más interesantes de nuestros tiempos. En Orientalismo (Orientalism, Londres, Vintage, 1978), su libro más conocido –su hit–, expuso el papel de las imágenes del Otro como instrumentos de dominación colonial de aquello que Occidente ha designado como Oriente. Sus ideas sobre los esquemas colonialistas de representación, que enriquecieron sus análisis de la política contemporánea y que siguen ampliando la comprensión de nuestras sociedades, merecen ser recordadas especialmente en estos días terribles, porque Said nunca dejó de pensar la tragedia palestina.

Edward Said nació en el seno de una familia árabe en Jerusalén, y a los doce años fue testigo de la Nakba cuando Israel se anexó Palestina en 1948. Despojados y expulsados de sus hogares y su tierra, miles de palestinos se convirtieron desde entonces en refugiados.

Los Said se mudaron a Egipto, se establecieron en El Cairo, y tres años después el joven Edward fue enviado a Estados Unidos a estudiar. Se doctoró en Literatura Inglesa en Harvard y se dedicó a dar clases en la Universidad de Columbia hasta su muerte. Célebre intelectual y ensayista, su vida musical es relativamente poco conocida, aunque tocó el piano desde niño, escribió artículos y libros sobre música y en 1999 cofundó con su amigo, el director israelí Daniel Barenboim, la West-Eastern Divan Orchestra.

He pensado mucho en estos días en lo que está ocurriendo en Gaza, sin encontrar palabras que no me parecieran lamentablemente vanas. Salvo ese nombre, que hoy súbitamente he comprendido que indica el propósito de congregar en una forma pura el caos de lo disperso, de resolver en canción el sinsentido babélico.

El nombre alude al West-östlicher Diwan, antología que Goethe –inspirado por Hafez, el místico de Shiraz cuyos versos descubrió en la traducción alemana de Joseph von Hammer-Purgstall– publicó entre 1819 y 1827 en doce tomos en los que el tempestuoso vigor del Sturm und Drang convive poéticamente con el refinado simbolismo persa del diwan, tal como en la West-Eastern Divan Orchestra conviven músicos de distintos países de Medio Oriente, porque fue concebida para eso, para ser un espacio donde todos, especialmente árabes y judíos, puedan trabajar juntos.

Árabes como Said y judíos como Baremboim, que juntos crearon la orquesta y juntos escribieron un libro –Parallels and Paradoxes: Explorations in Music and Society (2002)– sobre ella. En la orquesta hay músicos que son ciudadanos de países enfrentados, pero por lo menos mientras interpretan la misma partitura se ven obligados a dejar a un lado sus diferencias para colaborar unos con otros en aras de la música, y quizá por milagro de la música se vean transformados sin saberlo. Porque ni la mayor orquesta del planeta tiene el poder de imponer la paz entre las naciones, pero hasta la orquesta más pequeña tiene el poder de obligar a los peores enemigos a escucharse mutuamente y sincronizar sus esfuerzos para tocar al unísono. Y aquellos enemigos que han compartido la alegría de crear belleza juntos, no vuelven a mirarse de la misma manera.

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