El Renacimiento: del teocentrismo medieval al antropocentrismo moderno

Del Renacimiento, antesala de la Ilustración, base ideológica del mundo contemporáneo, nos habla hoy el profesor Valentín La Giusa.

Jan Matejko: "El astrónomo Copérnico, o las conversaciones con Dios" (1872)
Jan Matejko: "El astrónomo Copérnico, o las conversaciones con Dios" (1872)

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El Renacimiento se extendió del siglo XIV al siglo XVI en Europa. Su rasgo central fue el pasaje del teocentrismo al antropocentrismo: dos paradigmas culturales radicalmente distintos, opuestos y antagónicos.

Dentro del paradigma teocéntrico medieval, la enorme mayoría de las explicaciones del mundo, la naturaleza y la existencia giraban en torno a la divinidad cristiana y el dogma de la religión cristiana. Por eso la Iglesia cristiana tendrá un rol fundamental en el paradigma teocéntrico y un enorme poder en el medioevo. Marcaba cómo se debía pensar, y también cómo se debía vivir.

La concepción de la persona como individuo estaba ausente en el Medioevo: su identidad provenía de ser miembro de una comunidad. La comunidad a la cual todos los seres humanos medievales europeos pertenecían era la cristiana. Eran creyentes, e integrantes de la comunidad de la Iglesia. Además, miembros de un feudo, de un reino, de una aldea y, por supuesto, de su estrato social en la rígida estructura social feudal.

La iniciativa individual estaba restringida por la Iglesia y su dogma, por lo que la persona no podía tener mucha injerencia en el cambio de sus comunidades. No había lugar para la disidencia. Se debía vivir según el dogma cristiano, designado por el clero como inmutable, sagrado e infalible, y como la voluntad divina manifestada en la Tierra. De esta manera, la base ideológica eclesiástica cristiana y el orden social imperante se perpetuaban en una sociedad estática.

Los simples mortales no tenían derecho a tener sus propias concepciones de la vida, la naturaleza y el universo, ya que era competencia de la Iglesia interpretar toda la existencia y establecer qué era verdad y qué no, cómo debía vivirse esta vida terrenal y como debía ganarse la entrada al paraíso.

La superstición y la mentalidad mágica estaban fuertemente establecidas en las mentalidades medievales, que vivían en un mundo sacralizado. Por eso la religión invadía todo aspecto de la vida y daba explicación a toda la existencia. Recordemos la omnipresencia de la muerte y la limitada esperanza de vida en el periodo medieval; el objetivo esencial era la salvación, vivir para salvarse. No importaba demasiado si la vida terrenal era un «valle de lágrimas», ya que era la antesala a la vida eterna, siempre y cuando se obedecieran los mandatos de la Iglesia y se cumplieran todos sus sacramentos. De lo contrario, el castigo sería la condenación eterna en el infierno.

La vida diaria estaba pautada por lo religioso. Del nacimiento a la muerte, era la Iglesia, a través de los sacramentos y las prácticas piadosas, la que regulaba todos los momentos y circunstancias: la entrada en la comunidad, los ritos de paso, la despedida y el entierro, además, naturalmente, de la práctica sacramental ordinaria (penitencia, eucaristía). Incluso las campanas de las iglesias, en ciudades, aldeas y pueblos, regían la organización diaria y avisaban distintos acontecimientos, reglamentando así la vida de las personas.

Todo aquel que osaba desafiar al dogma de la Iglesia podía ser víctima de la Inquisición, tribunal que, desde el siglo XII, se encargaba del proceso legal del enjuiciamiento de los delitos contra la Fe, como poner en duda el dogma cristiano, desafiar a la Iglesia u oponerse a sus mandatos. Los acusados, denominados herejes, eran apresados y recibían pena de tortura o muerte, o ambas.

Pero el paradigma teocéntrico, alguna vez indiscutido, empieza a perder centralidad e influencia en las sociedades europeas en el Renacimiento, cediendo paso al paradigma antropocéntrico.

El paradigma antropocéntrico aparece en un periodo de grandes cambios, entre los siglos XV y XVI, época del pasaje de la Edad Media a la Edad Moderna, de la transición del feudalismo al capitalismo y de la expansión de Europa hacia el resto del planeta, rupturas radicales con el mundo y las sociedades del pasado.

Dentro del paradigma antropocéntrico ya no es Dios la respuesta y razón de todo, sino que el ser humano puede pensar por sí mismo sin acudir a un dogma religioso o a las interpretaciones del clero. Los individuos nacientes del proceso renacentista pasan a tener sus propias identidades y una serie de libertades que podemos concebir como fundamentales para la civilización: el poder de elegir y tomar nuestras propias decisiones, la libertad de culto, la libertad de pensamiento y expresión. Se comienzan a cuestionar el modelo teocéntrico y las verdades absolutas de la Iglesia cristiana. Se cuestionan los sistemas aristotélico (siglo IV a. C.) y ptolemaico (siglo II d. C.), que fundamentaban la teoría geocéntrica, la cual postulaba que la Tierra era el centro del universo y a su alrededor orbitaban el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas. Esta concepción astronómica coincidía con la narrativa bíblica y era validada por la Iglesia como verdad suprema.

En 1543, Nicolás Copérnico postula la teoría heliocéntrica, que sostiene que el Sol, no la Tierra, es el centro del universo y nuestro planeta gira alrededor de él, al igual que los otros planetas. Galileo y Kepler, ambos en la primera mitad del siglo XVI, adhieren a la teoría heliocéntrica de Copérnico. Luego, Isaac Newton integrará y sistematizará los trabajos de estos tres astrónomos (Copérnico, Galileo Galilei y Kepler) dando lugar a la mecánica de Newton (1687).

La teoría de Copérnico da lugar a la llamada Revolución Copernicana, crucial en el proceso antropocéntrico renacentista, que sentará las bases de la Revolución Científica de los siglos XVI y XVII, fenómeno fundamental que dará lugar a la ciencia moderna, ya que establece el método científico, el espíritu crítico y la duda metódica. En el siglo XV, de la mano de Leonardo Da Vinci y Nicolás de Cusa, ya se comenzaba a pensar que las matemáticas eran la base del conocimiento del universo. Es así que la ciencia adquiere un carácter distinto al de la filosofía especulativa de los periodos anteriores, dando lugar al empirismo y el racionalismo. Es decir que, de manera progresiva, la teología dejaba de explicar la existencia, y el ser humano y su ciencia comenzaban a ocupar esa función interpretativa.

Pero desafiar a la Iglesia y su dogma no les salió gratis a pensadores y científicos. Galileo Galilei se vio obligado a retractarse de sus ideas sobre el heliocentrismo por una condena papal, ya que de lo contrario sería quemado en la hoguera. Fue penado con confinamiento domiciliario hasta su muerte (diez años después). Giordano Bruno desafió ya no solo al geocentrismo, sino al mismo creacionismo cristiano (vida solo en la Tierra). En la segunda mitad del siglo XVI, propuso que el Sol no es el centro del universo sino simplemente una estrella y que el universo debía albergar infinitos mundos habitados por seres inteligentes y no inteligentes. También era panteísta. La Inquisición romana lo declaró culpable de herejía y procedió a quemarlo en la hoguera.

Pero el terror no solo era de los pensadores, sino también de la Iglesia, que veía su autoridad carcomida por quienes se atrevieron a pensar, dudar y criticar el paradigma de su época. Si los fundamentos ideológicos de la Iglesia se desvanecían, perdería legitimidad y se degradarían su poder, riqueza, influencia y credibilidad. Por eso no querían permitir que se cuestionara el dogma cristiano, lo cual sucedió no solo con los intelectuales, sino con la Reforma iniciada por Lutero, que llevará al protestantismo.

La invención de la imprenta de Gutenberg (1453) extendió el acceso al conocimiento a una mayor parte de la población, fomentando el desarrollo cultural y científico.

En suma, en la Edad Moderna se lleva a cabo un cambio de mentalidades e incluso de actitudes mentales. Se separa la realidad natural o sensible de la sobrenatural, se comienza a explicar el mundo sin acudir a Dios o la teología y las personas empiezan a elegir su proyecto de vida sin atenerse al dogma cristiano y al poder eclesiástico. Es así como el ser humano se erige en centro de la existencia.

El Renacimiento será la antesala de la Ilustración del siglo XVIII, base ideológica del mundo contemporáneo. En ese Siglo de las Luces se establecieron la fe en el progreso, la soberanía de la razón y los ideales de libertad, igualdad y fraternidad. De manera gradual, este movimiento llevará al proceso de separación de Iglesia y Estado.

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