Aquí jamás se agota la capacidad de asombro. El Paraguay es escenario propicio para psicólogos, sociólogos, politólogos, epistemólogos y humoristas (que los hay cada vez menos). Es difícil entrar en las complejidades “nacionales” sin una pizca de humor.
Somos un país que cree haber inventado todas las “comidas típicas”, cuando que lo más típico que exhibimos pasa por el lomito árabe y la empanada con pan.
Somos un país donde sonreímos cuando nos ponen en el podio de los más corruptos y nos enojamos cuando alguna rara clasificación dice que somos “un pueblo feliz”.
Somos un país en el que para ser legislador, ministro o presidente de la República “el talento y los conocimientos son superfluos”, según don Eligio Ayala. Un país en el que nos proclamamos demócratas mientras adulamos a tiranuelos y loamos a regímenes totalitarios foráneos. Un país en el que algunos indignados piden pena capital para los motochorros que roban teléfonos, mientras varios de esos “indignados” compran en Four Market teléfonos robados por motochorros.
Somos un país “gobernado” (por decirlo) por un partido estatista que ha privatizado el Estado: el Ministerio Público forma hoy parte de un grupo empresarial privado; los entes públicos son privativos de sus directores, y la previsional, sostenida por trabajadores y empleadores, está usurpada por políticos.
Somos el país del ultranacionalismo cuyos ultranacionalistas habitantes esperan cada semana la conferencia de prensa del embajador que desde la Embassy nos señalará quiénes son nuestros corruptos, como si no lo supiéramos. Esto corrobora un poco eso que se atribuye al sociólogo argentino Francisco Delich: “El Paraguay es el cementerio de las teorías”. En teoría, la Embajada de Estados Unidos es una institución solemne donde sea. Aquí ha pasado a formar parte de la farándula mediática y política cotidiana.
Este es un país en el que los caricaturistas tienen poco espacio para caricaturizar a los políticos, porque los políticos son una caricatura de sí mismos. Nuestros políticos son los únicos en el planeta que mienten hasta cuando dicen la verdad. Ellos no tienen biografía, sino prontuario. Es el único país en el que un vicepresidente que renunció (verbalmente), toma después la decisión de renunciar a su renuncia.
El Paraguay es el único país en el mundo donde el pez muere ahogado (Helio Vera: “Diccionario del paraguayo estreñido”).
Quizá alguna vez me decida a escribir el libro que busca mi alumno.
Pero, por ahora, recuerdo que hoy hace 71 años que nací en el Paraguay, país donde desarrollo el oficio de vivir en el caos, este caos en el que cohabitan pícaramente, sin reproches mutuos, el amor y el espanto.