108 y un quemado: el crimen de Bernardo Aranda

Un día como hoy, el 1 de septiembre de 1959, sucedió una tragedia que desembocaría en la persecución conocida como el Caso de los 108. A las 2 de la madrugada, la policía encontró el cuerpo del bailarín y locutor de radio Bernardo Aranda, que había muerto en un incendio. El crimen nunca esclarecido desató una redada contra la comunidad gay, con más de un centenar de detenidos y una campaña mediática que criminalizó a quienes eran sospechados de homosexuales. Hoy, la cifra “108″ es levantada por los colectivos de gays, travestis y lesbianas como un símbolo de lucha contra la discriminación.

Bernardo Aranda Valdez (Arroyos y Esteros, 12 de marzo de 1932 - Asunción, 1 de septiembre de 1959).
Bernardo Aranda Valdez (Arroyos y Esteros, 12 de marzo de 1932 - Asunción, 1 de septiembre de 1959).

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En medio de la madrugada del 1 de septiembre de 1959, una explosión despertó a los vecinos de Barrio Obrero: el departamento de Bernardo Aranda, joven y popular locutor de Radio Comuneros, era devorado por las llamas.

Hoy se cumple un nuevo aniversario del crimen de Bernardo Aranda, quien fue asesinado por su homosexualidad, asesinato que hasta la fecha sigue impune. Bernardo Aranda falleció consumido por las llamas luego de ser rociado con nafta. Según el informe elevado por la Comisión de Verdad y Justicia, la falta de aceptación social de la homosexualidad obligaba a los gays a vivir en la clandestinidad. Explican que su vida social se restringía a grupos reducidos de amigos y reuniones a las que asistían ocultas o disfrazadas. “La dificultad de organizarse, el desconocimiento de los derechos y la imposibilidad de ejercerlos hacían mucho más gravosa la condición de los gays”, señala el reporte.

ABC Color dedicó al Caso Aranda al cumplirse 60 años un artículo en portada en El Suplemento Cultural que fue inmediatamente reproducido en la revista argentina de historia “Historia Hoy”. Por su parte, el reconocido experto en seguridad y criminólogo Juan Martens lo compartió en sus redes sociales con el comentario: “Brillante análisis criminológico de Montserrat Álvarez sobre el asesinato de Bernardo Aranda. Nunca leí un enfoque tan lúcido sobre mecanismos de estigmatización, otrorización y construcción del enemigo interno. Recomendado a todos y todas las curiosas de la criminología”.

El artículo de Montserrat Álvarez publicado en El Suplemento Cultural relaciona el caso con el contexto sociopolítico del país, situándolo en su coyuntura histórica, y le confiere una relevancia inédita en la sociedad paraguaya por sus repercusiones a corto, mediano y largo plazo: “El asesinato de Bernardo Aranda no podría haber sido más oportuno para el gobierno, que tras la huelga general de 1958, las revueltas estudiantiles violentamente reprimidas de mayo y las manifestaciones organizadas en junio y julio por los opositores, además de la recesión económica, atravesaba un momento difícil. La búsqueda de un homicida se configuró como estrategia para deshacerse de opositores reales o potenciales”; “dirigida desde el poder, se inició una funcional pesadilla; su instigador fue el gobierno, su arma visible fue la prensa, y su cómplice, la sociedad entera”. “Listas negras y delación se volvieron con el tiempo práctica social generalizada y método de gobierno”, prosigue el artículo.

Además, el artículo menciona el papel de la prensa, la influencia decisiva del humor gráfico de la época en la opinión pública y cómo hasta la fecha el caso Aranda atraviesa la literatura, el cine y el teatro paraguayos en diversas obras de destacados artistas de nuestro país. Compartimos a continuación con nuestros lectores este artículo sobre la tragedia del joven locutor Bernardo Aranda, ocurrida un día como hoy.

Sexo, muerte y rocanrol: el caso de Bernardo Aranda

Por Montserrat Álvarez

La madrugada del 1 de septiembre de 1959 una explosión despertó a los vecinos del Barrio Obrero de Asunción. Le siguió el hallazgo del cadáver carbonizado del joven y popular locutor Bernardo Aranda, estrella de Radio Comuneros, de 26 años. Había cenado en el bar Carioca, en Independencia Nacional y Quinta, horas antes de volver a su departamento, que quedaba cerca, en Estados Unidos y Novena, y que a las dos de la mañana fue devorado por las llamas.

Aquella desgracia, por maléfica inspiración, dio lugar a otras: dirigida desde el poder, se inició una funcional pesadilla; su instigador fue el gobierno, su arma visible fue la prensa, y su cómplice, la sociedad entera. Aunque el hecho nunca fue esclarecido, la policía detuvo a más de 100 supuestos sospechosos cuyos nombres fueron publicados, lo cual significó, en la Asunción de entonces, su muerte social. El diario El País publicó el 12 de septiembre que la policía estaba investigando a «108 personas de dudosa conducta moral». El número 108 designa desde entonces en Paraguay a los homosexuales.

Aranda era joven, apuesto, alegre, elegante, gran bailarín, amante del rock y pionero de su difusión en el Paraguay de los años 50, y frecuentaba, invitado a menudo como animador y cantante, grandes fiestas privadas. Primero se pensó en un accidente y luego en un suicidio, pero a falta de pruebas que pudieran confirmar estas explicaciones se recurrió a la hipótesis del crimen pasional.

La posibilidad, para el gobierno, de utilizar este crimen en su beneficio terminó de hacerse visible al intervenir como factor la homosexualidad. La búsqueda del homicida cedió paso a la identificación de causas supuestamente más profundas del crimen. De la necesidad de hacer justicia póstuma a la víctima, el énfasis pasó a la necesidad de contrarrestar posibles amenazas a la sociedad en su conjunto. La prensa fue clave para señalarlas: vicios foráneos, ideas importadas, costumbres extranjeras, rebeldías generacionales, discusiones del modelo patriarcal de familia. Fueron particularmente útiles cuatro medios: los periódicos El País –muy próximo al gobierno–, La Tribuna y El Independiente, y la revista Ñandé. Difundida en esas páginas, la investigación policial del caso cuajó en modelo que se generalizaría con el tiempo como esquema represivo listo a implementarse ante cualquier cuestionamiento al régimen.

El asesinato de Bernardo Aranda no podría haber sido más oportuno para el gobierno, que tras la huelga general de 1958, las revueltas estudiantiles violentamente reprimidas de mayo y las manifestaciones organizadas en junio y julio por los opositores, además de la recesión económica, atravesaba un momento difícil. La búsqueda de un homicida se configuró como estrategia para deshacerse de opositores reales o potenciales, y la prensa cumplió su papel intimidatorio: «La amoralidad que llegó a echar raíces en nuestra tierra será reprimida hasta su extirpación», decía El País en su edición del 19 de septiembre. Desde todos los espacios de formación de consenso social se desarrolló el proceso de construcción de un modelo de ciudadano diseñado para facilitar su dominio y manipulación, y de un modelo de «amoral» concebido para justificar su represión. La nota «Delincuencia juvenil», publicada en El País el 7 de noviembre, recomienda impulsar «nuestra música nativa», pues «Con esas medidas, habrá menos rock and roll y calipsos que con sus sensuales ritmos hagan olvidar a nuestra juventud la moderación social y los frenos morales que predominan en los espíritus equilibrados y bien dotados». El 13 de octubre de 1953 fueron repartidos por toda la ciudad de Asunción volantes, firmados por el Comité de Padres por el Saneamiento de Nuestra Sociedad, con la «nómina de 43 personas todas ellas acusadas de amorales». Listas negras y delación se volvieron con el tiempo práctica social generalizada y método de gobierno.

La burla gráfica como arma contra enemigos externos o internos supuestos o reales tenía en Paraguay el precedente de las caricaturas de adversarios con rasgos zoomorfos publicadas en Cabichui y El Centinela durante la Guerra contra la Triple Alianza. Cuando se perpetró el asesinato del joven locutor de rock, existía la revista Ñandé, creada unos meses antes, en abril de ese año. En sus páginas, dibujos de varios autores caricaturizaron a los «amorales». En el número 11 de Ñandé, en una viñeta de Guaripolín dos hombres van caminando. Uno le pregunta al otro, que lleva un bidón de nafta: «¿Tenés una motoneta?», y el primero responde: «No, tengo un desengaño». Ambos llevan cejas perfiladas con notorio artificio, pestañas rizadas con tenaza, oscuras de rímel, sonrisas untuosas y equívocas, cinturas finas y quebradas y nalgas protuberantes, representaciones visuales de su carácter «desviado»: las marcas que, para la mentalidad popular, una perversión secreta graba en los cuerpos. El famoso «desfile de los 108» por las calles de Asunción, entre insultos y escupitajos, hecho de triste memoria, humillación histórica a la que fueron sometidos aquellos desafortunados, apareció el 21 de septiembre, firmado por Peter, en el número 12 de Ñandé. Convertidos en motivo de risa, los personajes se contonean y desfilan cómicamente, moviendo los glúteos como se supone que lo hacen los «afeminados».

El caso Aranda atraviesa la literatura, el cine y el teatro paraguayos. Sirve para disecar un país en el cual la manipulación de la conciencia favorece al régimen en la obra teatral 108 y un quemado, escrita y dirigida por Agustín Núñez en el 2002. El peso de las listas negras de 1959 se prolonga en un melancólico retrato de la persistencia del pasado y sus mecanismos de discriminación en el documental 108 Cuchillo de palo, de Renate Costa, estrenado en el 2010. La colaboración con las autoridades instalada a partir del crimen da su sórdido clima de paranoia rutinaria a la Asunción de fines de los años 50 en la novela Narciso, de Guido Rodríguez Alcalá, publicada en el 2016. Conjuras como la que desde el poder utilizó en su provecho el trágico final del «Elvis paraguayo» son posibles en sociedades fundadas sobre los pactos espurios del miedo, la corrupción y el silencio.

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