Milei presidente, un museo de grandes novedades

Una vez más, suenan gritos de alarma y se culpa por sus decisiones a una clase trabajadora brutalmente arrojada a la intemperie desde hace décadas: que los resultados de las elecciones presidenciales argentinas dicen mucho sobre los escenarios de una precarización que deriva actualmente en giros políticos inesperados a nivel global lo demuestra este agudo análisis del profesor Manuel Pérez.

El domingo 19 de noviembre se produjo el holgado triunfo electoral del candidato ultraliberal Javier Milei en las elecciones presidenciales argentinas
El domingo 19 de noviembre se produjo el holgado triunfo del candidato ultraliberal Javier Milei en las elecciones presidenciales argentinas

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Soy el primer presidente que asume anunciando que va a hacer un gran plan de ajuste. Eso es una novedad en Argentina y quizás en cualquier lugar del mundo.

Javier Milei, 21/11/23.

El pasado domingo 19 de noviembre se produjo el holgado triunfo del candidato ultraliberal Javier Milei. El hecho constituía una doble novedad: un candidato casi sin partido propio, sin intendentes ni gobernadores aliados, y con escasos apoyos públicos, derrotaba, primero, a la oposición tradicional, agrupada en torno a Cambiemos en las generales de octubre, y segundo, al peronismo, representado por la figura del ministro de Economía saliente, Sergio Massa, en el ballotage de noviembre.

Lo sucedido constituye un acontecimiento histórico extraordinario en sí mismo, si uno no tuviera a la vez que padecerlo. Las voces de alarma no tardaron en hacerse escuchar, anunciando «el fin de la justicia social», la irreversible «pérdida de los derechos conquistados» y la inminente «destrucción de escuelas, hospitales y de todo lo público» de la mano de la nueva «ofensiva neoliberal». Incluso no han faltado quienes, en los lugares de trabajo, directamente han planteado un sucinto «Y ahora que se jodan por votar a la derecha», descargando sobre el trabajador particular la deriva de la crisis actual.

No cabe duda de que el próximo gobierno sostiene una agenda de guerra sin cuartel contra la clase trabajadora, a la vez que representa intereses profundamente contradictorios, incluso para la burguesía criolla. Pero ¿es efectivamente el punto de partida el que se señala más arriba? ¿Es esta una Argentina de derechos sociales consolidados, de derechos humanos ejercidos por los ciudadanos y respetados por el poder político y las clases dirigentes? ¿Un país con servicios públicos robustos y con un sistema de seguridad social y laboral garantizado para los millones de trabajadores que en él habitan y que el liberalismo salvaje viene a destruir sin piedad?

La respuesta apropiada a estos interrogantes no es un hecho menor, en tanto nos permite reconocer si los trabajadores de este país han incurrido en alguna clase de masivo suicidio mesiánico, o, si estamos ante un fenómeno de otro tipo, poder entenderlo y así prepararnos mejor para enfrentar el programa del gobierno entrante.

Qué país é esse?

Acorde al último informe técnico sobre condiciones de vida del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (1), una familia de cuatro integrantes necesitó a octubre de este año (justo en el momento en que se celebraron las elecciones generales) unos $345 mil para cubrir sus necesidades básicas, seguir perteneciendo a la modestísima clase media criolla y no caer en la pobreza abierta.

¿Y qué nos dice ese mismo organismo sobre los ingresos y las relaciones laborales que afectan a las grandes mayorías? Sobre un total de poco más de 13 millones de trabajadores ocupados, casi un 40% lo hace en la economía informal, y si añadimos a los cuentapropistas (un purgatorio legal en el que los derechos laborales y los salarios de convenio constituyen un espejismo perdido en el horizonte) se supera holgadamente el 50% (2). Es decir que en la Argentina de la justicia social, más de la mitad de su fuerza de trabajo se encuentra hundida en la precariedad, buena parte de ella empleada por el Estado bajo el régimen de monotributo y especias similares. Seguramente un renombrado economista como el presidente entrante podrá reconocer que estas parecen ser, de conjunto, relaciones laborales bastante libres.

¿Y los salarios? Si tomamos ingreso promedio de los asalariados, se nos informa (3) que los trabajadores argentinos perciben unos $149 mil, mientras que quienes se desenvuelven en la economía informal alcanzan apenas los $81 mil y quienes lo hacen como cuentapropistas orillan los $120 mil. Esto es menos aún del valor estimado de la canasta alimentaria, que alcanzaba para octubre los $160 mil. Incluso si el ingreso promedio de los trabajadores argentinos se duplicara, todavía seguiría quedando varios puntos debajo de la canasta básica total, y, por tanto, del umbral de pobreza. No queda del todo claro que este sea un escenario de «seguridad social y derechos conquistados».

Ahora bien, esta misma clase trabajadora, desestructurada, disociada, carente de los mecanismos más básicos de agregación y construcción de identidad y pertenencia, como los convenios colectivos de trabajo o los derechos de sindicalización y protesta, arrojada de manera brutal a la violenta intemperie de «los mercados» (y del Estado), ¿qué tipo de gratitud no correspondida le ha quedado debiendo al gobierno saliente y al movimiento por él representado?

El progresismo criollo nos alerta acerca de una batalla cultural en la que estaría en juego un posible triunfo del «individualismo contra la tradicional solidaridad de nuestro pueblo», pero ¿no constituyen las propias condiciones materiales a las que ha sido expuesto el pueblo trabajador desde hace al menos una década, con recesión, precariedad y deterioro continuos, gobierno tras gobierno, coalición tras coalición, en un escenario de parálisis social promovida desde el poder («De la casa al trabajo y del trabajo a la casa», proclamaba El General en 1945) la base propicia para la emergencia de una conciencia del «sálvese quien pueda» y de los energúmenos arribistas que la encarnen?

Ninguna de las figuras prominentes del partido saliente ha reconocido públicamente su cuota de responsabilidad en la deriva de la crisis actual. Los trabajadores que se referencian en el peronismo y se encuentran genuinamente indignados (y me refiero a la base de trabajadores y no a las dirigencias, abiertamente cómplices del ajuste y que ahora se rasgan las vestiduras con una hipocresía absoluta) con sus pares que no les han correspondido en el ballotage, deberían redirigir su bronca hacia la clase dirigente que nos ha traído hasta acá, no hacia el votante desahuciado y embrutecido por esa misma clase. Y quizás, en ese proceso, examinar con mayor autocrítica sus propios prejuicios, que les impedían ver la realidad de ese país que se desenvolvía frente a sus ojos.

Posiblemente aun haya quienes señalen que, de fondo, todo el asunto se podría resumir en que «se cometieron errores» y que se resolverá «volviendo mejores». En este sentido, nos interesa ser categóricos: ni la desorganización económica imperante, ni la corrupción estructural como dinámica propia de la asociación capital/Estado, ni la regimentación política de las organizaciones obreras son accidentes. Son la expresión más manifiesta y consecuente de un movimiento nacionalista que durante los últimos 4 años nos prometió que, de la mano de nuevos acuerdos con los organismos financieros, de los subsidios al capital y de los «sacrificios» del pueblo trabajador, nos esperaba una nueva senda de prosperidad y crecimiento (4).

En una entrevista a la empresarial revista Forbes de noviembre de 2018, el entonces ex ministro estrella de Cristina Kirchner proclama lo siguiente ante la pregunta del periodista sobre los «errores»: «¿Qué falló? Vamos a analizarlo así: qué se hizo bien, qué se hizo mal. Argentina dejó de ser un país donde encontrar laburo era una lotería. Dejó de ser un país que estaba hasta el cogote de la deuda externa. Argentina dejó de ser un país con pobreza estructural». No parece ser precisamente ese el escenario actual después de 4 años de regreso del peronismo al poder.

No tenemos duda de que desde el día 1 el gobierno entrante buscará imponer nuevas penurias al pueblo trabajador. Pero sin un balance honesto, sin un diagnóstico social certero, sin una organización independiente de las clases dirigentes, responsables de la desorganización generalizada (¿alguien sabe algo de la CGT?), sin una clase trabajadora que pueda erigirse con voz propia en el escenario público, se estará pavimentando, señalizando y parquizando el camino para que «Nuestro señor presidente» pueda asentar su agenda de canibalismo social.

Apostemos a que no sea así.

Notas

(1) https://www.indec.gob.ar/uploads/informesdeprensa/canasta_11_236E74CB6507.pdf

(2) https://www.indec.gob.ar/uploads/informesdeprensa/mercado_trabajo_eph_2trim23D62E32C3E6.pdf

(3) https://www.indec.gob.ar/uploads/informesdeprensa/ingresos_2trim23242FA297C4.pdf

(4) https://www.argentina.gob.ar/noticias/martin-guzman-este-acuerdo-con-el-fmi-abre-un-camino-transitable

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