Madres Glam

“No pretendo hacer (no hoy) una defensa de la pornografía, pero es más honesta y digna que estas imágenes...”

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UN PELO DE DETECTIVE

Todos los seres humanos consideramos valiosas –valoramos– unas cosas sí, y otras no, y algunas más que otras. Y por sus cualidades, que corresponden a nuestros valores. En estos valores fundamos criterios de valoración. Disculpen el trabalenguas. Lo que quiero decir es que hay valores sustentando toda aprobación o repulsa de cualquier tipo –ética o estética–, valores muchas veces impensados, tácitos –y estos son los decisivos, los más potentes–.

Ahora, si los valores son eternos y universales y lo único que cambia según el lugar y la época es su forma, o su expresión, o si, por el contrario, nada hay universal ni eterno y el supuesto persistir de tal presunta substancia universal es una ilusión del lenguaje y sus flatus vocis, es una querella (concretamente, es la Querella de los Universales) que por esta vez se la dejaremos a los nominalistas y a los realistas, pues, más que ahondar lógica u ontológicamente en el fenómeno, hemos ahora de apuntar a sus manifestaciones evidentes y a sus efectos prácticos.

Cada persona, cada sociedad, cada tiempo valora cosas diferentes, o valora las (mismas) cosas de manera diferente.

Un católico devoto y un ateo anticlerical, por poner un ejemplo algo ridículo, estimarán valiosas cualidades distintas de la misma cosa, o cosas integralmente distintas. Y tal como los individuos difieren entre sí, difieren entre sí las eras, las generaciones, las culturas.

Y, por otra parte, tal como los individuos ignoran sus verdaderos valores, y tanto menos los ven cuanto más los influyen, porque más los influyen cuanto más inseparables son de ellos mismos –ya que no tienen, al no poder separarse de sí mismos, la distancia necesaria para verlos (nadie puede ver su propia nariz) y así poder conocerlos, cuestionarlos, y aceptarlos, o no– es decir, cuanto más hondamente arraigados están en ellos (a lo profundo, y más cuanto más hondo, menos llega la luz, y sin luz nada vemos), las sociedades, las comunidades ignoran en general sus móviles más poderosos, sus principales valores.

Estos no suelen ser, pues, ni en los individuos ni en las colectividades, los que unos y otras están conscientes (y, por ende, convencidos) de tener, sino otros.

Y esos otros valores solo cabe inferirlos por sus manifestaciones indirectas: pues, desconocidos para los sujetos a los que mueven o en los que influyen, no pueden ser por ellos declarados deliberadamente.

Hay que tener un pelo de detective: ojo para leer, entre las líneas del discurso explícito, el otro discurso, el tácito; oído para distinguir el rumor de fondo tras las palabras voluntariamente articuladas; instinto para sospechar el lapsus, el resbalón, lo involuntario; y puntería para que, guiado por ese instinto, el disparo dé en el blanco.

MENTIRA Y LAPSUS

Así, uno puede «ver» lo que «no está ahí» y lograr que eso que «no estaba» se revele, tarde o temprano, a todos como una realidad clara y distinta e invisible hasta que fue señalada (ya cumplida por uno su parte de señalarla pasando por loco un tiempo, claro –es duro, pero no tanto; hay destinos aún peores–). Que había estado allí siempre, pero como la naturaleza verdadera, y por ello mismo oculta, de su medio, de su época o de sus «semejantes».

Ahora bien, un artista necesita cierta dosis de inconsciencia o ignorancia, pues el arte comunica lo que él ignora para darle forma en un lugar ajeno a su interior, que este no entender perturba. Así, puesto lo insondable o el enigma fuera de uno, puede mediar una mirada entre eso y uno mismo, y tal vez, con tal mirada, algún modo de entender. Y como crear es dar consistencia objetiva a los misterios, si uno lo supiera todo, al no tener misterios que le reclamaran su expresión, no necesitaría crear; y, a la luz de estas definiciones, el que crea sin necesidad no es un artista.

Así, no es lógico criticar a un artista por los valores que transmite: son parte del no-saber definitorio de toda mente humana; del artista esperamos enigmas, no autoconsciencia.

Mas aunque sería vano objetar el mecanismo de la creación por su parcial inconsciencia o lamentar su transmisión involuntaria de contenidos tácitos, nada impide lamentar, cuando son lamentables, estos contenidos, ni, en tal medida, la producción que los expresa.

Nuestros valores, no los declarados (pues estamos seguros de que estos son correctos, y nadie sospecha de aquellos con los que se identifica, y menos de sí mismo), sino los que nos gobiernan sin que podamos saberlo, dan cuenta en gran parte de lo que somos (y de cuánto, a nuestra vez, valemos) y, en el caso de los artistas definen ciertos aspectos centrales de su producción –y en gran medida, también, el valor de esta–.

Por eso, a veces las características formales o los valores estéticos menos destacados de una obra dicen algo inesperado, por más que su «contenido» (o su «mensaje» o su «propósito») deliberado y consciente sea otro, y aun si es opuesto. Nos dicen, murmullo de fondo, debajo del discurso voluntario, el texto tácito que este discurso, alzando la voz, oculta. Esos rasgos formales nos dejan leer entre líneas algo que los intachables valores declarados encubren. Nos indican el tropiezo, el lapsus. Nos señalan el camino al lugar de lo involuntario que la sospecha disfruta –y debe, siempre y a toda costa– visitar.

Y cuando esos rasgos formales, más o menos secundarios para el público, y para el autor inadvertidos, se aproximan más de lo reconocido o de lo coherente a la estética propia de la comunicación publicitaria, a la estética de la publicidad, entonces corresponde preguntarse por la causa de esa aproximación, en general invisible o negada a fin de transmitir o aceptar el sentido declarado, explícito, consciente, plausible y correcto, de la obra.

Ese sentido declarado miente, desde luego.

FALSIFICACIÓN Y MIDCULT

Vemos lo publicitario –«Pintor de la nobleza y la alta burguesía, en el ámbito del sistema en que vive, Boldini podría ser el normal vendedor de un producto muy solicitado. La mujer hermosa que le pide un retrato no desea una obra de arte: desea una obra en la que se manifieste el concepto de que es una mujer hermosa»– en el discurso visual de un pintor tristemente inmortalizado por Umberto Eco: Giovanni Boldini, en cuyos retratos, tras sus valores declarados de vanguardismo plástico, ciertas cualidades formales revelan al olfato suspicaz del sabueso –con pistas hoy claras, mas no visibles antes, como el hecho de que en sus cuadros el «vanguardismo» nunca afecte la imagen de sus retratados, algo natural una vez descubierto el sentido real de su obra: exaltar el mundo y los valores de la alta burguesía de mediados del siglo XIX a través de sus miembros– la idealización de la personalidad y la figura de los que retrata.

Un ejemplo más reciente de esta falsificación típica de la midcult es la muestra «Madres en tiempo real», expuesta hace algunos meses en Asunción en el festival de fotografía «El Ojo Salvaje» como un reflejo genuino y solidario de las madres reales –con lo que las madres reales que todos conocemos y que sabemos que no son así quedan implícitamente definidas como inadecuadas a la «norma» (el modelo fotográfico institucionalizado como tal), como «anomalías», o bien meramente feas, con suerte, o bien repulsivas, sin duda en no pocos casos–.

En realidad, apenas encubierta por los groseros harapos del previsible discurso «a la mujer» o «a la madre», etcétera, esas fotos se dirigían a la mirada masculina. Cual las de cualquier revista «para hombres». Con la diferencia de que las revistas con fotos de modelos en poses eróticamente provocativas no se proponen como signo de cierto «consumo selecto» que denote «cultura», «nobleza de intereses» ni nada parecido. No pretendo hacer (no hoy) una defensa de la pornografía, pero es más honesta y digna que estas imágenes, con ínfulas de corrección artística y política, de madres glamorosas que, hipócritas y excluyentes, adulan los mismos deseos que las fotos de Play Boy y el mismo narcisismo de clase que los lienzos de Boldini, al tiempo que fingen una experiencia superior a la que unas y otros ofrecen. A Boldini, es bien sabido, Eco lo ajustició con estas amables palabras:

«…[Boldini] cita el repertorio de la pintura contemporánea […] La cliente no podrá sentirse incómoda por haber sido promocionada carnalmente como una cortesana: ¿no se ha convertido el resto de su cuerpo en un estímulo para el goce del espíritu, una experiencia de la pura percepción, un disfrute de orden superior? La cliente, el cliente, el espectador pueden estar tranquilos: en Boldini han encontrado el arte, y, lo que es más, han experimentado su delicada sensación, cosa que resultaba mucho más difícil en las impalpables mujeres de Renoir o en las asexuadas siluetas de Seurat. El consumidor medio consume su mentira».

ACTUALICEMOS TÉRMINOS

Actualicemos términos:

«“Madres en tiempo real” cita el repertorio de las preocupaciones sociales y de género contemporáneas […] La cliente no podrá sentirse incómoda por haber sido promocionada carnalmente como una cortesana: ¿no se ha convertido el resto de su cuerpo en un estímulo para la concientización, un vehículo de denuncia, un disfrute de orden superior? La cliente, el cliente, el espectador pueden estar tranquilos: han encontrado el arte, y, lo que es más, han experimentado su delicada sensación... El consumidor medio consume su mentira».

(Ah, no olvidemos lo que añade Eco: «Pero la consume como mentira ética, como mentira social, como mentira psicológica, porque de hecho constituye una mentira estructural».)

Las fotos de esa muestra no lo hacían adrede; se dirigían inconscientemente, expresando los criterios y valores de esa mirada, a la mirada masculina, lo cual no es necesariamente malo ni bueno por sí mismo: lo molesto es que se lo encubra, y lo significativo es que se pretenda expresar la vida como tal, como lo hace el arte, cuando en realidad se la domestica imponiéndole los valores formales de uno solo de los discursos que la recorren e integran, el discurso estético de la publicidad, fábrica contemporánea de incontables valores invisibles y ubicuos que nos impulsan a hacer todo lo que hacemos y a ser todo lo que somos sin poder siquiera darnos cuenta de ello.

¿Alguien podría querer la falsa belleza midcult de una «madre glam»? Yo, jamás. He recordado a Boldini y a las «Madres en tiempo real» del «Ojo Salvaje» porque el día de la madre, que se celebra en Paraguay el 15 de mayo, nos ha dado, del viernes a hoy, un «fin de semana largo» y limitarse a decir «Gracias» sería banal, supongo. Hace falta afirmar: «my mother sang the sweetest melody». Aunque «she never sang in a musical key». Cualquiera de nosotros sabe muy bien eso:

My mother sang

the sweetest melody

although she never sang

in a musical key…

(«Mi madre cantaba / la más dulce melodía / aunque nunca cantara / en clave musical…») Cowboy Junkies, «Musical Key»: https://www.youtube.com/watch?v=sALkf7kSTOU

montserrat.alvarez@abc.com.py

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