De pie, como héroes que son

Nacional pagó caro un error y perdió 1-0 ante San Lorenzo en Buenos Aires durante un partido en el que mereció un resultado mejor. El Tricolor cayó en la capital argentina dando guerra hasta el final y se quedó con el subcampeonato. ¡Gracias, Trico!

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La noche bonaerense se presentaba fría. De hecho, según los reportes meteorológicos, el miércoles fue el día más frío de la semana con temperaturas que en algunas zonas del Gran Buenos Aires llegaron a bajo cero.

Aun así, en Boedo, la temperatura iba subiendo a medida que la noche se abría paso. El estadio Pedro Bidegain, el “Nuevo Gasómetro”, era el escenario de una cita con la historia para dos equipos: San Lorenzo de Almagro y Nacional de Paraguay. Ambos equipos llegaban a la cita tras un empate 1-1 y con la mirada puesta en lograr su primer título en el torneo continental más importante a nivel de clubes.

El Tricolor debía hacer frente no solo al cuadro rival, sino a un estadio repleto a hinchas locales y hasta el favoritismo de la prensa internacional para con el equipo argentino. Pero la fe que acompañó a la Academia a lo largo de una histórica Copa Libertadores se mantenía intacta en la ciudad que fue testigo del mejor momento de la máxima estrella de la historia del equipo paraguayo: Arsenio Erico.

Para este juego, el entrenador Gustavo Morínigo recuperó a Marcos Riveros; jugador desde todo puntos de vista clave en el esquema tricolor y que había sido muy extrañado en el partido de ida, en Asunción. Con el regreso del número 28, el DT albo pudo volver a utilizar su esquema habitual.

Y la historia fue totalmente diferente a lo que se había visto siete días antes en nuestra capital.

Nacional se paró de forma distinta dentro del campo de juego, adelantando las líneas y presionando a San Lorenzo ni bien se escuchó el pitazo inicial. El marcador apenas había completado la primera vuelta, cuando Derlis Orué se encargaría de sacar un potente remate que se estrelló contra el palo izquierdo del arco azulgrana.

El gol había estado ahí nomas, en el inicio. Era el primer aviso albo, sus intenciones eran claras: volver a casa con la Copa en sus manos.

Nacional dejaba la pelota en poder del equipo argentino, pero no le permitía hacer absolutamente nada. La presión sobre los defensores centrales obligaba a que éstos recurrieran a los pelotazos para buscar a los volantes de creación que no podían encontrar espacios.

Los paraguayos obligaban a la imprecisión a un Cuervo totalmente sorprendido. Desde las gradas, los hinchas locales trataban de transmitir ánimos a un equipo que no reaccionaba.

Cada vez que conseguía robar el balón, el gran trabajo de hombres como Julián Benítez, Silvio Torales y Marcos Riveros ayudó a crear jugadas de riesgo sobre el arco local. Los minutos pasaban y la sensación indicaba que el Tricolor estaba más cerca de llegar al gol que el Ciclón de crear siquiera una jugada aislada.

Una tras otra pasaron las oportunidades y los nervios iban en aumento entre los locales, dentro y fuera de la cancha.

Pero llegó el fatídico minuto 34. San Lorenzo consiguió un tiro de esquina. Desde el costado derecho llegó un centro que no parecía crear mayores problemas, un jugador de San Lorenzo trató de rematar y Ramón Coronel en un intento desesperado por desviar el balón, saltó con los brazos arriba. Para su desgracia, el esférico se fue a estrellar contra su mano y el árbitro cobró penal.

El juez no había visto en esa misma jugada una falta sobre un defensor tricolor.

El encargado de la definición desde los doce pasos fue el paraguayo nacionalizado, Néstor Ortigoza; un hombre acostumbrado a este tipo de remates, de hecho en toda su carrera falló una sola vez desde el punto penal. Esta vez hizo lo que sabe hacer mejor, acostar al arquero y liberar el grito de gol de unas 40.000 almas en el Nuevo Gasómetro.

El golpe fue extremedamente duro para Nacional, que se vio descolocado y cedió algunos metros dentro del campo. Sin embargo, era cuestión de tomar aire para volver a generar nuevas llegadas sobre el arco de San Lorenzo que se seguía viendo sobrepasado.

Pero la primera etapa llegó a su final con los locales arriba en el marcador.

En la complementaria, Nacional volvió a pararse bien arriba pero ya no conseguía mantener la presión de la primera mitad.

Los argentinos comenzaron a generar también llegadas interesantes que fueron siempre bien resueltas por la defensa tricolor.

Ambos equipos tuvieron llegadas importantes, pero ninguna tal vez como la que tuvo en el minuto 77 cuando dejó a varios rivales atrás y remató mal, arriba. El empate parecía todavía posible.

El cronómetro seguía con su dictatorial marcha y los jugadores eran consciente de ello. Aún así, Nacional seguía mordiendo cada centímetro de la cancha, luchaba cada pelota dejando la vida, ante cada día se volvía a levantar para insistir en pos de un empate.

Hasta el último suspiro, los paraguayos siguieron luchando con la garra típica de nuestro balompié; pero esta vez no fue suficiente.

El pitazo final se escuchó en Boedo y el grito de campeón se levantó unánime en Boedo, sacudiendo Buenos Aires. El delirio local se desató.

A un costado de los festejos, lejos del ruido de las salutaciones entre los argentinos, un puñado de jugadores vestido de blanco se fundió en un emotivo abrazo y de rodillas, con las manos en lo alto, agradecieron al Dios que ellos aseguran los guió hasta aquí.

Los 4.000 paraguayos que habían llegado hasta Boedo y los millones que quedaron en su casa en nuestro territorio se unieron también en un grito: ¡Gracias Nacional!.

Fotos: Andrés Cristaldo y Fernando Romero, ABC Color. AFP.

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