Amistades verdaderas

Las cordiales atenciones que esta semana le fueron dispensadas en nuestro país a la presidenta de la República de China Taiwán, la doctora Tsai Ing-wen, en ocasión de su visita, tuvieron la virtud de lograr expresar con buena letra el alto grado de relaciones amistosas que unen a nuestros dos países, vínculos que están cumpliendo 59 años de continuo reforzamiento y cualificación, pese al esfuerzo en contrario de China Popular. La República de China Taiwán se ha constituido en un ejemplo para todo pueblo que esté realmente decidido a transformarse para progresar y dotar a las generaciones posteriores de una patria mejor. La demostración de amistad que dispensamos a la señora presidenta visitante reflejan una relación internacional antigua, sincera, honrada. Debemos conservar este vínculo por respeto a la historia común, a la ética internacional y a la coherencia ideológica. No perdamos la vergüenza abandonando al verdadero amigo para ir a negociar con el mercader taimado que, de amistad verdadera, entiende poco y le importa menos.

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Las cordiales atenciones que esta semana le fueron dispensadas en nuestro país a la presidenta de la República de China Taiwán, la doctora Tsai Ing-wen, en ocasión de su visita, tuvieron la virtud de lograr expresar con buena letra el alto grado de relaciones amistosas que unen a nuestros dos países, vínculos que están cumpliendo nada menos que 59 años de continuo reforzamiento y cualificación.

Estas relaciones diplomáticas se establecieron oficialmente en el año 1957, es decir, tan solamente siete años después de que el partido derrotado por la guerra civil desatada por las huestes del comunismo chino, el Partido Nacionalista Chino o “Kuomintang”, liderado por Chiang Kai-shek, se refugiara en la isla de Taiwán y la convirtiera en la República de China Nacionalista.

En pocas décadas, este geográficamente pequeño país, mezquinamente favorecido en cuanto a recursos naturales, se desarrolló social, económica y culturalmente con un empuje formidable, convirtiéndose en una potencia regional, el primer “tigre asiático”, gracias a un modelo que podría sintetizarse con cinco simples claves: educación, disciplina, trabajo, austeridad y determinación invencible de progresar.

Por hacer comparaciones muy ilustrativas y didácticas, en el año 2000, medio siglo después de aquella escisión geográfica y política entre ambas Chinas, provocada por la violencia ideológica llevada con las armas, el ingreso económico en China Comunista era, en promedio, de 530 dólares por cada habitante, mientras que en China Nacionalista, o Taiwán, era de 12.500 dólares. Y ya entonces, esta pequeña isla con 22 millones de habitantes y de 36.000 kilómetros cuadrados –territorio equivalente a la suma de nuestros departamentos de Itapúa y Misiones– estaba considerada un Estado del Primer Mundo.

Desde este y otros puntos de vista, la República de China Taiwán se ha constituido en un ejemplo para todo pueblo que esté realmente decidido a transformarse para progresar y dotar a las generaciones posteriores de una patria mejor. El sentido de contracción al trabajo, de responsabilidad frente al futuro, de amor por la tierra, de ambición por el saber y por el logro del bienestar son virtudes que caracterizan al chino taiwanés y que lo mantendrán muy por encima de otros pueblos que, en muchas partes, parecen contentarse con sobrevivir quejándose de su mala suerte.

A los izquierdistas radicales, pertinaces o pragmáticos no les agrada se saque a relucir el ejemplo histórico del gran progreso de Taiwán; y, menos aún, que se lo compare con el pésimo caso inverso seguido por la China comunista. Esta comparación de dos procesos paralelos, que comenzaron juntos y luego fueron para rumbos contrarios, es un hecho que convierte en lógicamente irrebatible la absoluta superioridad del régimen económico capitalista de producción frente al oxidado aparato comunista, burocrático, paralítico, corrupto y anquilosado en fórmulas ideológicas completamente incompatibles con la realidad humana, sistema que mantuvo a la China continental en la más absoluta miseria…; hasta que también esta, derrotada por la realidad, tuvo que volverse capitalista (hoy son los capitalistas más ortodoxos del orbe).

Los agentes de la República Popular de China quisieron destruir a Taiwán, con amenazas de emplear la fuerza militar contra ella. Trabajan en todo el mundo, usando su fuerza económica y su influencia de gran potencia militar para tratar de ahogar a este pequeño pero progresista país en el aislamiento y obligarle a volver a someterse a la dictadura del partido único que gobierna el continente chino.

Aquí, en el Paraguay, la diplomacia comunista china contrató a unos cuantos propagandistas locales que se encargan, en cuanta ocasión se les presenta, de clamar a los cielos “¿Cómo es que no tenemos relaciones diplomáticas con una de las mayores potencias mundiales?”. Ingenua versión publicitaria que intenta hacer creer que el Paraguay está perdiendo grandes oportunidades de negocios por negarse a establecer tales relaciones. O sea, el mismo cuento que nos hacían cuando bregaban por el ingreso de Venezuela al Mercosur, y que, a la postre, terminó en un gran chasco. Los negocios económicamente reales y pragmáticos suelen andar por caminos distintos que los de la política diplomática.

Por otra parte, hay que repetir algo que cualquiera que esté informado sabe muy bien (aunque sus agentes propagandistas nunca lo mencionan): el régimen de China Popular no acepta establecer relaciones diplomáticas con Paraguay si previamente no suprimimos las que mantenemos con China Taiwán. La intención de los chinos comunistas es obvia: no es que ansíen hacerse amigos nuestros, lo que pretenden es privarle a Taiwán de otro aliado, en su artero plan de aislarlo totalmente en el mundo diplomático, maniobra persistentemente agresiva que ya le dio frutos con muchos países.

Las demostraciones de amistad que dispensamos a la presidenta de la República China de Taiwán, la doctora Tsai Ing-wen, reflejan una relación internacional antigua, sincera, honrada, que ciertamente incluye negocios económicos e intercambios culturales pero que no por eso está basada en el soborno y la codicia. Debemos conservar este vínculo por respeto a la historia común, a la ética internacional y a la coherencia ideológica. No perdamos la vergüenza abandonando al verdadero amigo para ir a negociar con el mercader taimado que, de amistad verdadera, entiende poco y le importa menos.

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