El pasado 6 de los corrientes, el Vaticano dio a publicidad un documento que resulta una muy buena noticia para el pueblo católico paraguayo: por dictamen y consejo favorable del Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, cardenal Angelo Amato, el papa Francisco dio carácter oficial “al milagro atribuido a la intercesión de la Venerable Sierva de Dios María Felicia del Santísimo Jesús Sacramentado (en el siglo, María Felicia Guggiari Echeverría), religiosa profesa de la orden de las Descalzas (Carmelitas); nacida en Villarrica, Paraguay, el 12 de enero de 1925 y fallecida en Asunción (Paraguay), el 28 de abril de 1959”.
El 13 de diciembre de 1997 se había iniciado su proceso de beatificación, que culmina, pues, con este feliz decreto.
Este trámite –que convierte a la popularmente conocida y venerada Chiquitunga en beata de la Iglesia Católica– constituye un paso previo en el camino para alcanzar el siguiente punto en su ascenso jerárquico espiritual, cual es el de su consagración como santa. Es decir, dadas favorablemente las condiciones exigidas por el Derecho Canónico y cumplidos los trámites de rigor, la candidata paraguaya a los altares muy pronto podría recibir la canonización y, así, pasar a tener su lugar definitivo en el santoral católico.
Según la última edición del Martirologio Romano (2005), el santoral de la Iglesia Católica contiene actualmente unos 7.000 nombres de varones y mujeres que recibieron la más alta dignidad que concede el catolicismo, cuya fundamentación y justificación se basan en testimonios indubitados de contemporáneos suyos, personas que verifican que las existencias vividas por los propuestos a la santidad estuvieron en todo acordes con las enseñanzas cristianas, así como en el estricto cumplimiento de un procedimiento sumamente detallado y cauteloso que recoge al menos tres milagros póstumos comprobados fehacientemente y atribuidos a los candidatos a la consagración.
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Teniendo 16 años, María Felicia Guggiari Echeverría se asoció a la Acción Católica de su ciudad natal, donde ejercitó sus primeras tareas vocacionales junto con jóvenes estudiantes, trabajadores o desempleados, con pobres, enfermos y ancianos, asistiéndoles en sus necesidades espirituales. Su admisión en el monasterio de las Carmelitas Descalzas, de Asunción, se produjo años después, donde tuvo apenas cuatro años de internación. Según declaran hoy las madres carmelitas que la conocieron: “En los cuatro años que la querida hermana vivió entre nosotras, se caracterizó por su gran espíritu de sacrificio, caridad y generosidad, todo envuelto en gran mansedumbre y comunicativa alegría”. Finalmente, Chiquitunga, con apenas 34 años de edad, sucumbió a una enfermedad grave, en 1959.
Además del sentido positivo, profundamente espiritual, que la noticia de su beatificación causa en el catolicismo nacional y regional, la decisión vaticana representa, asimismo, un premio espiritual para el Paraguay y un formidable impulso para la promoción de la autoestima popular. La beatificación de Chiquitunga Guggiari, “este lirio de la Iglesia Católica en el Paraguay”, como la describió Mons. Felipe Santiago Benítez en algún momento, viene a agregarse a otras satisfacciones que el país recibe de parte de hijos esclarecidos, de literatos y artistas plásticos, de actores y directores de arte, de estudiantes, de deportistas, de emprendedores, de empresarios y de otros exponentes de distintas áreas.
La hermana compatriota María Felicia de Jesús Sacramentado, Chiquitunga, ya viene recibiendo desde hace algún tiempo los reconocimientos que merece, y a medida que se la va conociendo crece también la cantidad de personas que depositan en ella su fe y ponen, por su intercesión, sus tristezas, sus alegrías y sus esperanzas en manos de Dios. Mucha gente se verá positivamente estimulada por el decreto papal y por la posibilidad de que nuestro país, muy pronto, cuente con una segunda persona nacida en estas tierras que sea elevada al máximo honor de los altares.
Esta buena noticia llega, además, en momentos en que el Paraguay necesita más que nunca de la ayuda divina para salir del pantano político y la corrupción en que se ve inmerso desde hace tanto tiempo, por culpa de las ambiciones espurias de sus autoridades y políticos que se llenan la boca de términos como honestidad, patriotismo, solidaridad, propósitos desmentidos luego por sus acciones repudiables.
La beatificación de Chiquitunga representa para el Paraguay el ingreso de un hálito puro y vivificador, que inspira la esperanza de una recuperación de virtudes marginadas de nuestra vida cotidiana. Nadie duda de los méritos reunidos por ella para merecer la distinción recibida. Al respecto, el papa Francisco había prometido a este pueblo que muy pronto tendría buenas noticias, por lo que podemos decir que cumplió con su palabra.
Nos queda ahora a los paraguayos y a las paraguayas, como obligación moral de reciprocidad, brindar el reconocimiento adecuado a tan importante y enaltecedora noticia, poniéndonos dignamente a la altura de esta circunstancia, situando a nuestra primera mujer beata en el nicho que merece en el sentimiento colectivo nacional, para que allí reciba la veneración de su pueblo, que, estamos seguros, ella sabrá retribuir en beneficio de todo el Paraguay.