Caacupé pone el dedo en la llaga

Decenas de miles de peregrinos se reunirán hoy ante la Basílica de la Virgen de Caacupé para rendir culto y escuchar la homilía de los celebrantes, como ya ha venido ocurriendo desde el día en que comenzó el novenario de la Santa Patrona. Como de costumbre, allí estarán también altas autoridades gubernamentales, en actitud compungida, de supuesto amor a Dios y al prójimo, lo que, en la mayoría de los casos, no condice con el desempeño de sus labores. Los distintos obispos se han venido refiriendo en sus homilías a distintos problemas nacionales, entre otras cosas sobre “la necesidad urgente de combatir la corrupción y la impunidad imperantes... especialmente en las instituciones del Estado”, como lo expresó el prelado diocesano local, monseñor Ricardo Valenzuela. También ocuparon importantes espacios la preocupación por la juventud, la inseguridad, las necesidades en salud y educación y la depredación de los bosques. Caacupé, en fin, puso el dedo en la llaga de los males que castigan al Paraguay. Es de esperar que el llamado de los obispos sacuda la conciencia de nuestras autoridades.

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Decenas de miles de peregrinos se reunirán hoy ante la Basílica de la Virgen de Caacupé para rendir culto y escuchar la homilía de los celebrantes, como ya ha venido ocurriendo desde el día en que comenzó el novenario de la Santa Patrona. Como es costumbre, allí estarán también altas autoridades gubernamentales, en actitud compungida, de supuesto amor a Dios y al prójimo, lo que, en la mayoría de los casos, no condice con el desempeño de sus labores.

En una de las homilías del novenario, que estuvo dirigida a los jóvenes y fue pronunciada por el obispo diocesano local, monseñor Ricardo Valenzuela, se destacó la “necesidad urgente de combatir la corrupción y la impunidad imperantes (...) especialmente en las instituciones del Estado, que les privan de empleos dignos, de salud al alcance de todos, de educación digna y competitiva; por lo tanto, de un mejor futuro”. También mencionó el “egoísmo de la clase política” y la inseguridad en las calles.

Aquella exposición resumió en gran medida los dramas nacionales, acertando al señalar que la corrupción y la impunidad están impidiendo que nuestros jóvenes alienten un mañana promisorio. Si muchos de ellos se refugian en el consumo de drogas –fenómeno cada vez más alarmante–, es señal de desesperanza, de personas desalentadas de tanto ver triunfar a los sinvergüenzas a costa de todos y de todo. Estos se hallan muy bien representados en esa “clase política” que se llena la boca de pueblo y el bolsillo de dinero público. No les inquietan, por ejemplo, los asaltos callejeros, porque no son peatones y porque están protegidos por guardaespaldas pagados con dinero de los contribuyentes.

En la misma línea, Mons. Joaquín Robledo expuso la “necesidad de un cambio en la lucha contra la corrupción, para que haya más honestidad, más respeto a la dignidad de la persona”. Este cambio de valores que se hace apremiante e imprescindible se reclama tanto a los gobernantes como a los gobernados. Los gobernantes que padecemos en este país nacieron y crecieron en el seno de una sociedad que se muestra demasiado tolerante con el latrocinio, el prevaricato y el nepotismo. Los malos dirigentes son resultado de una sociedad moralmente descompuesta.

El obispo Gabriel Escobar, a su turno, instó a la unidad de la grey, porque las “peleas internas” harían que “otros” nos avasallen. No deberían temerse los conflictos ni el disenso, propios de un sistema democrático, toda vez que se acaten las leyes, lo que, lamentablemente, no ocurre en nuestro país. Ellos no tienen por qué causar la “división de la familia paraguaya”. Lo temible es la intolerancia hacia los que son o piensan diferente. Por eso, no está mal que en la homilía también se haya alentado a los jóvenes a que “hagan lío en forma organizada”, respetando –cabe agregar– los derechos de terceros; porque el silencio de la juventud puede significar cobardía, indiferencia o falta de solidaridad.

Mons. Adalberto Martínez apuntó al flagelo del crimen organizado, que “se enseñorea en nuestro país” y destruye familias. Hizo notar que los recursos derivados del crecimiento económico no están invertidos con equidad. Estas cuestiones son hoy de singular relevancia.

Los obispos, en distintas homilías, advirtieron que la mafia, instalada en las zonas fronterizas y en el propio aparato estatal, seguirá matando mientras sus cómplices y encubridores no sean expulsados de las esferas del poder político y de los órganos de seguridad. Para que el auge económico contribuya a mejorar la calidad de vida de las familias pobres, es preciso combatir la evasión impositiva y destinar la mayor recaudación a la salud y a la educación públicas, así como a la apertura de caminos viables de todo tiempo, todo lo cual supone comenzar por atacar la corrupción.

El deterioro del ambiente es cada vez más preocupante, sobre todo el generado por la tala abusiva de bosques, tema al que aludió también monseñor Adalberto Martínez. Como se ha venido publicando, en este fenómeno depredatorio incurrió el mismo Presidente de la República, dando un pésimo ejemplo de egoísmo y falta de pudor.

El obispo Pedro Collar exhortó a defender la vida frente a la “cultura de la muerte” y destacó el rol educativo de la familia, como transmisora de reglas de convivencia.

Además de referirse al hambre, a la falta de trabajo y a la miseria hospitalaria, entre otras calamidades, el presbítero Waldemar Sánchez expuso la necesidad de cambiar una “Iglesia que se preocupa más por su confort que por salir al encuentro de ovejas perdidas”. La autocrítica es siempre conveniente, no solo porque permite corregir errores, sino también porque otorga mayor autoridad moral para fustigar a los descarriados. Este tipo de mensajes son muy apropiados para la ocasión, ya que el auditorio de Caacupé está compuesto por personas que concurren imbuidas del deseo de encontrar la paz del espíritu y de ser mejores.

Aparte de censurar con tino la compra de votos y las presiones políticas en las entidades públicas, monseñor Lucio Alfert criticó al Presidente de la República por volcarse a una campaña electoral interna, dejando de lado sus obligaciones con el país y con toda la ciudadanía. Se preguntó si hay “políticos, candidatos, que amen de verdad al pueblo y estén dispuestos a sacrificarse por él”.

La crítica de Mons. Alfert hacia la manera en que se está conduciendo el Gobierno en esta época de campañas electorales debe ser recogida por los ciudadanos responsables y conscientes, que a estas alturas ya tendrían que estar bien informados de la índole de los principales candidatos que están recorriendo el país pidiendo sus votos. Asimismo, los gobernantes, comenzando por el presidente Cartes, deben responderla haciendo un profundo y sincero “mea culpa” por el modo grosero en que están faltando a su palabra y a sus obligaciones.

Los electores, que adquirieron entendimiento de cómo se está conduciendo la política en estos días, estarán seguros de que en los actos centrales de la festividad de la Virgen de Caacupé la gran mayoría de los jerarcas estarán presentes y visibles, erguidos ante la Basílica. Posiblemente ninguno se arrepentirá de su conducta ni buscará compartir humildemente los actos litúrgicos con el pueblo devoto, ya que no es esto lo que les mueve, sino el afán de ocupar un escenario público que les ayude a impresionar a los electores y mejorar sus chances en sus competencias electorales.

Caacupé, en fin, puso el dedo en la llaga de los males que castigan al Paraguay. Es de esperar que el llamado de nuestros obispos para solucionar tantos males que aquejan a nuestro país sacuda la conciencia de nuestras autoridades para que depongan su actitud de soberbia y de figuración y se ocupen de sus obligaciones, para lo cual fueron elegidas y se les paga.

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