Durante varias décadas del siglo pasado y antepasado, en nuestro país regía el bipartidismo conformado por los partidos Colorado y Liberal, los cuales dirimían sus diferencias por medio de golpes de Estado, asaltos, revoluciones y, a veces, a través de las urnas. Una nueva corriente política liderada por el coronel Rafael Franco formó un gobierno efímero luego de la guerra con Bolivia (1932/35) que dio origen al Partido Revolucionario Febrerista. Más tarde, en 1960 se funda el Partido Demócrata Cristiano.
En la época del dictador Alfredo Stroessner, este permitió que solo el Partido Colorado operara libremente, luego de depurarlo a su conveniencia y hacerlo totalmente dócil a sus designios. El Partido Comunista histórico seguía proscripto, y los demás solo tenían derecho a participar mediando la autorización digitada de Stroessner, lo que ubicaba al Partido Colorado en una situación de partido único de facto.
Con el advenimiento de la libertad política en 1989, el coloradismo continuaba estrechamente ligado a los instrumentos estatales de la dictadura: la judicatura, el funcionariado público, las Fuerzas Armadas y Policiales, los municipios y una mentalidad popular sometida aún al miedo de elegir libremente, convirtiéndolo de hecho en una organización imbatible electoralmente.
En 1993, el empresario Guillermo Caballero Vargas organizó y lideró el movimiento Encuentro Nacional, que enfrentó al bipartidismo, pero fue derrotado. Luego, en la siguiente elección de 1998 participó en alianza con los liberales y volvió a fracasar, lo que prácticamente constituyó su fin como opción de tercera fuerza política.
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En el año 2001 se produce otro intento con la creación de Patria Querida, liderado por el también empresario Pedro Fadul, que participa con candidatos propios en las elecciones de 2003. Tampoco logra batir al bipartidismo.
Ni el tradicional Partido Liberal podía contra el Partido Colorado y, así, en el 2008 ensaya otra alianza, esta vez con varias organizaciones de izquierda y cediendo la candidatura presidencial al exobispo Fernando Lugo, quien finalmente logra la alternancia en el poder.
Tanto los colorados como los liberales mantienen a través del tiempo prácticamente intactos sus cuadros partidarios y sus electorados, a pesar de las fugas que se producen con cada elección. No obstante, se registra un crecimiento de electores que votan opciones de izquierda, convirtiéndose actualmente esta ideología en la tercera fuerza política en el Paraguay a pesar de sus dispersiones electorales.
En estos 27 años posteriores a la caída de la dictadura, los partidos políticos tradicionales no mostraron anhelos ni compromisos de una reforma política capaz de fortalecer la democracia. Todo lo contrario, sus líderes más bien exhibieron actitudes solo compatibles con todos los pésimos vicios arrastrados desde la dictadura, que lamentablemente son las peores prácticas políticas y las menos recomendables para una convivencia democrática.
Los líderes de la izquierda no quedaron atrás y se dejaron llevar también por las tentaciones del poder, para terminar ejerciendo una política apenas acorde a los dictados populistas del Socialismo del Siglo XXI, además de replicar los defectos de los partidos tradicionales con prácticas de corrupción, prebendarismo, amiguismo y nepotismo.
La sociedad paraguaya ha cambiado en estos 27 años de libertad absoluta. La cultura política de la gente ya no es la de finales del siglo pasado, y hoy puede distinguir mejor entre quienes buscan el poder para servir a la población y quienes buscan servirse de la cosa pública. Se ha sacudido del temor a pensar libremente, de reclamar sus derechos, de organizarse y de discernir. Sabe que las cúpulas de los partidos están en manos de personajes que se creen dueños de esas organizaciones, y que, en vez de representar a quienes los votaron, solo defienden intereses grupales y personales para sostener un modelo cada vez más distanciado del sentimiento, la voluntad y las necesidades de la población humilde. Y como existen tan pocas excepciones a esta regla, para la percepción ciudadana todos los políticos son iguales, no existen diferencias entre colorados, liberales e izquierdistas, aunque cada uno de ellos controla hasta ahora un territorio electoral y una clientela política que les asegura un margen de continuidad.
Sin embargo, año tras año ingresan al padrón electoral miles de jóvenes que deben votar por primera vez y no están encontrando por quiénes hacerlo confiadamente, al igual que otros segmentos de la población que fueron estafados por las cúpulas de sus partidos, imponiéndoles candidaturas de personajes averiados a través de las “listas sábana”.
Con el nivel que está alcanzando el debate político en nuestro país gracias a las libertades públicas –en particular, a las de prensa y expresión–, con el mayor grado de cultura política producto del ejercicio y la experiencia electorales, con el desarrollo de la comunicación y la tecnología, ha aumentado la fatiga del electorado de votar siempre por los mismos personajes que recurren al mismo discurso de siempre. Se impone, en consecuencia, la necesidad de encarar un proyecto tendiente a cubrir una cuarta fuerza política: un proyecto que nazca de una ciudadanía interesada en desarrollar políticas públicas sin fanatismos ideológicos, con personas elegidas por sus méritos y valores que acepten ser sometidas a rendición periódica de cuenta, que compitan con reglas limpias y puedan canalizar las inquietudes de acuerdo con los mandatos recibidos y no según caprichos personales.
Esta cuarta opción deberá tener la capacidad de construir una nueva mentalidad ciudadana con respecto al bien público, al mandato popular y al concepto mismo de lo que es el patriotismo, para confrontar con éxito electoral los vicios del bipartidismo, repetidos por los representantes de la izquierda con los funestos resultados conocidos en la versión populista en otros países del continente.
Paraguay necesita proyectarse, prepararse para estar acorde con los saltos que las sociedades abiertas, civilizadas y modernas están dando hacia el futuro, que aquí llegan apenas todavía en materia de tecnología y construcciones materiales, y que probablemente se frenarán si la nación no encara su porvenir a partir de ahora con organizaciones nuevas y renovadas, con líderes lúcidos y talentosos, honestos e inteligentes.
Con el vigente modelo de hacer política, nuestro país estará excluido de los beneficios del progreso para encontrarse de pronto anclado en una fase de estancamiento y retroceso.
Sería lamentable que eso sucediera por no sacudirse a tiempo de una elite obsoleta que apuesta a mantener a nuestro país en una realidad marcada por la pobreza, la improductividad, la violencia social y las decisiones populistas. Es imperioso proyectar desde ahora organizaciones nuevas y apoyar a líderes emergentes que permitan tener la esperanza de convertir al Paraguay en una nación próspera, con oportunidades para todos.