Decididos a matar

Mirando los acontecimientos que se viven en el país y los graves sucesos del viernes de la semana pasada, se diría que el régimen de Horacio Cartes está decidido a continuar matando gente si se le hace necesario para satisfacer su obsesión reeleccionista. Esta conclusión se infiere de la observación de la actitud que sus fuerzas policiales adoptaron en la violenta represión desatada en aquella jornada de protesta ciudadana, que se inició siendo pacífica y ordenada y que, agredida sin miramientos por los agentes policiales, tuvo que dispersarse precipitadamente, dejando tras de si un montón de heridos, contusos y, más tarde, una víctima mortal. Si el régimen de Cartes está dispuesto a llegar a estos extremos de siniestros aprestos, perversidad y violencia, significa que la loca ambición política que le inficiona la mente ya le hizo perder la cordura, o que confía estúpidamente en que esta agresividad policial desmedida –como en la época de la dictadura de Stroessner– dará una lección de cautela a todos, acobardará a los manifestantes y ahogará en el miedo este magnífico espíritu de resistencia que se despierta justificadamente en la sociedad paraguaya. Puede preverse, entonces, que a medida que Cartes endurezca sus acciones represivas, la resistencia ciudadana en defensa de la legalidad, a su vez, irá en aumento, con imprevisibles consecuencias de las que él será responsable.

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A estas alturas de los acontecimientos que se viven en nuestro país, y vistos los graves sucesos del viernes de la semana pasada –el viernes negro de nuestra historia reciente–, se diría que el régimen de Horacio Cartes está decidido a continuar matando gente si este extremo se le hace necesario para satisfacer su obsesión reeleccionista.

Esta conclusión se infiere fácilmente de la observación de la actitud que sus fuerzas policiales adoptaron en la violenta represión desatada en aquella jornada de protesta ciudadana, que se inició siendo pacífica y ordenada y que, agredida sin miramientos por los agentes policiales, exageradamente armados y pertrechados, tuvo que dispersarse precipitadamente, dejando tras de sí un montón de heridos, contusos y, más tarde, hasta una víctima mortal.

Ya en días anteriores, ante un primer conato de manifestación pacífica de los ciudadanos, el presidente Cartes ordenó inclusive la salida de militares a las calles, en una medida tan inconstitucional como su enfermiza ambición de “rekutu”. Los hechos y las actuaciones posteriores sugieren que la brutal operación policial estuvo finamente calculada como para “dar un escarmiento” a los “revoltosos” que se oponen a que el iluminado Horacio Cartes continúe atornillado al sillón de los López.

Si el régimen de Cartes está dispuesto a llegar a estos extremos de siniestros aprestos, perversidad y violencia, significa que la loca ambición política que le inficiona la mente ya le hizo perder la cordura, o que confía estúpidamente en que esta agresividad policial desmedida –como en los años de la dictadura de Stroessner– dará una lección de cautela a todos, acobardará a los manifestantes y ahogará en el miedo este magnífico espíritu de resistencia que se despierta justificadamente en la sociedad paraguaya.

Pero Cartes y sus asesores se equivocan de medio a medio en sus evaluaciones. Tal vez su falta de experiencia política, su ignorancia de la historia y la miopía que les provocan sus enloquecidos proyectos personales están haciéndoles creer que las barbaridades policiales perpetradas el viernes negro quebrarán la resistencia de la ciudadanía. Sin embargo, como era de pensar, está ocurriendo todo lo contrario. Puede preverse, entonces, que a medida que Cartes endurezca sus acciones represivas, la resistencia ciudadana en defensa de la legalidad, a su vez, irá en aumento, con imprevisibles consecuencias de las que él será responsable.

Ahora mismo, los promotores de la irracional aspiración están tan ciegos que no ven que se están multiplicando en todo el país las manifestaciones de repudio al inaceptable reeleccionismo de Cartes y de Fernando Lugo –otro cínico aspirante al “rekutu”– así como a la notoria complicidad venal de varios senadores y diputados sin escrúpulos que, posiblemente a base de sobornos o de promesas, los acompañan en la aventura. Ya no se trata solo de asuncenos reunidos en una plaza, sino también de millares de paraguayos y paraguayas, a lo largo y ancho del país, marchando indignados en las ciudades del interior. Integrantes del gremio docente anuncian que se sumarán a las protestas y los estudiantes organizaron un paro cívico, en tanto que medidas similares planean también realizar organizaciones sindicales y otros gremios.

Si la policía recibió la orden de matar o lesionar gravemente, porque esto es lo menos que puede inferirse del hecho de que disparasen sus armas directamente al rostro y al pecho de los manifestantes, hay que suponer que esta orden continúa vigente, dado que las decisiones políticas gubernamentales no sufrieron cambios y que, contra ellas, se preparan nuevas manifestaciones por doquier.

El presidente Cartes se empeña en no retirar su ya luctuoso proyecto de enmienda, mientras Fernando Lugo, con la pusilanimidad y el cinismo que lo caracterizan, permanece escondido en alguna cueva de donde sale cuando le conviene; y los voceros de ambos políticos no solamente no se apean un milímetro de sus funestas pretensiones, sino que, con la mayor arrogancia, se niegan siquiera a debatir sobre esa posibilidad. En estas condiciones, ¿qué podría esperarse entonces que no sea una espiral de violencia social?

Si los paraguayos conscientes no impedimos que esta situación se agrave aún más, pronto estaremos en las tristes condiciones de Venezuela, país paralizado por el enfrentamiento, con la vida social desquiciada, con necesidades básicas cada vez más agudas, y con un gobernante cada vez más tiránico y borracho de poder omnímodo.

A esta altura de los acontecimientos, el presidente Cartes ya debería haberse dado cuenta de que la represión al puro estilo stronista y chavista que escogió como método disuasorio no tiene posibilidades de tener éxito. La gente ya no se deja amedrentar ni siquiera por las balas asesinas de agentes policiales. La indignación que provocan los abusos está sensibilizando a tantas miles de personas que todos los cartuchos solicitados a la Entidad Binacional Yacyretá para la campaña represiva que el Gobierno planea incrementar no serán suficientes para detener a ciudadanos y ciudadanas indignados.

El presidente Horacio Cartes y el senador Fernando Lugo tienen la obligación moral y patriótica de renunciar a sus ambiciones reeleccionistas en pos de la concordia social, y de la necesidad perentoria de conjurar los grandes males que se ciernen sobre el país.

Sería muy lamentable que esta libertad de la que han venido gozando los paraguayos y las paraguayas sea sepultada otra vez bajo las botas y las bayonetas.

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