Dios y la Patria se lo demandarán

La instalación de un nuevo gobierno siempre da lugar a la esperanza, pese a las desilusiones ya vividas en ocasiones similares anteriores. En efecto, hace cinco años Horacio Cartes pronunciaba un discurso bastante auspicioso, pero cerró su ciclo de la manera más decepcionante que cabría suponer en aquel momento. Mario Abdo Benítez afirmó rotundamente ahora, con acierto, que “hoy nace una nueva esperanza en el Paraguay”. No obstante los desengaños anteriores, insistimos en que, en bien de la buena salud espiritual de la sociedad nacional, en esta ocasión debemos intentar mantener el ánimo optimista y dar un crédito al nuevo mandatario y su equipo de Gobierno, aunque sujeto a condición suspensiva, es decir, recibirá el apoyo ciudadano entretanto se mantenga fiel y dedicado al cumplimiento de sus promesas. De algo tiene que estar cierto el flamante presidente, y es que los habitantes de este país hace rato perdieron la ingenuidad en materia política, y no van a dar por supuesto nada antes de que se materialice frente a sus ojos. Tiene que saber que sus palabras, efectivamente, despertaron nuevas esperanzas, y que los ciudadanos y las ciudadanas le acompañarán en sus buenos propósitos. De lo contrario, se marchará por la puerta trasera, como su predecesor, porque “Dios y la Patria se lo demandarán”, como él mismo pidió en su juramento de asunción al cargo.

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La instalación de un nuevo gobierno junto con la iniciación de otro período administrativo público quinquenal siempre da lugar a la esperanza, pese a las desilusiones ya vividas en ocasiones similares anteriores. En efecto, hace cinco años, Horacio Cartes pronunciaba un discurso bastante auspicioso, pero cerró su ciclo de la manera más decepcionante que cabría suponer en aquel momento. Mario Abdo Benítez afirmó rotundamente ahora, con acierto, que “hoy nace una nueva esperanza en el Paraguay”.

No obstante los desengaños anteriores, insistimos en que, en bien de la buena salud espiritual de la sociedad nacional, en esta ocasión debemos intentar mantener el ánimo optimista y dar un crédito al nuevo mandatario y su equipo de gobierno, aunque sujeto a condición suspensiva, es decir, recibirá el apoyo ciudadano entretanto se mantenga fiel y dedicado al cumplimiento de sus promesas.

Las notas más destacables del discurso presidencial deben considerarse a las que hicieron referencia a dos de los mayores males que padece nuestro país: la corrupción y la impunidad, ambas sostenidas por un aparato de Justicia manejado por personas ineptas, cobardes o venales, sometidas al vicioso influjo de los políticos dedicados al tráfico de influencias.

“Me comprometo a construir los consensos necesarios para una justicia independiente”, expresó al respecto el nuevo mandatario, agregando que “no seré complaciente” y que “la impunidad es el cáncer a vencer”. Muy bien dicho. Debe ser consciente de que estas palabras generan una gran expectativa en la gente que, ya podrida de la corrupción y la impunidad, se está manifestando en las calles contra “manguruyuses” caraduras y soberbios.

Coincidentemente, en el Te Deum celebrado en la Catedral, con asistencia del nuevo jefe de Estado, el arzobispo de Asunción, monseñor Edmundo Valenzuela, incluyó entre sus principales reclamos “extirpar el cáncer de la corrupción”.

Se espera, por tanto, que la primera gran medida política sea sanear la administración pública, desde los jefes hasta los subalternos menores, tarea en la que, sin esperar la intervención de los demás Poderes del Estado, “Marito” puede hacerse sentir de inmediato, excluyendo de su círculo a los corruptos réprobos e indeseables conocidos. En este sentido, cabe destacar también esta parte de su discurso: “Yo no seré juez de nadie, pero si en mi gobierno alguien tiene inconductas, seré el primero en colaborar con la justicia. No seré complaciente con esas inconductas”. Se aguarda ahora que esas palabras se concreten, y no caigan en el vacío como aquella promesa de Horacio Cartes de “cortar las manos a los ladrones”, pero que al marcharse no dejó ni un manco en la Administración Pública.

Ya en su programa electoral, el nuevo mandatario prometió que “desde el Gobierno, lucharemos contra la corrupción en la Justicia, disminuyendo la mora judicial reinante. Tolerancia e impunidad cero para los corruptos”. Ahora agregó una esperanzadora promesa: “No seré un presidente complaciente con las inconductas”. Ambas expresiones constituyen un compromiso contractual con la ciudadanía, y de ningún modo puede el nuevo presidente, o sus voceros, desconocerlas o rebajarlas al nivel de meras frases de lucimiento ocasional.

Si bien es cierto que intervenir directamente para modificar el modo de actuar de la administración de Justicia no constituye una atribución específica de un jefe de Estado, sí puede ejercer su influencia de un modo lícito y correcto para hacer que el Consejo de la Magistratura y otros organismos en que el Poder Ejecutivo tenga representación cumplan cabalmente con sus obligaciones. Por ejemplo, tratando en tal sentido que el citado Consejo garantice que los trámites de selección se ajusten a la ley y así se integren las ternas de candidatos a fiscales y jueces ateniéndose estrictamente a los principios de idoneidad, honestidad y laboriosidad, erradicando el “requisito” del carnet partidario o el interés personal. Si actúa de esta manera, habrá prestado un señalado servicio a la Patria.

Este país necesita redención, como clamaba un gobernador de la Provincia del Paraguay a fines del siglo XVIII, pero la redención actual es de carácter moral, antes que todo lo demás. La pérdida generalizada de valor que va teniendo la honradez y la rectitud en el ámbito público nos convirtió en uno de los países que reflejan pésima imagen de vicios e inmoralidades políticas, cuyos gobernantes son fáciles de convencer por la vía del soborno y que, hasta se los encuentra dispuestos a comprometer los más altos intereses nacionales a cambio de una buena comisión lucrativa o de participación en negocios y negociados, tal como cabe suponer con la expeditiva aprobación de los cuestionados documentos del Tratado de Yacyretá. Precisamente, sobre este sensible tema se le ha venido reclamando a “Marito” que no se haya pronunciado con firmeza con relación a las Notas Reversales Cartes-Macri, consideradas lesivas a los intereses nacionales pero que fueron sancionadas por el Congreso y promulgadas por el Poder Ejecutivo encabezado por su predecesor. Ahora, sin embargo, que ya “tiene la lapicera en sus manos”, es plausible que haya vuelto a expresar que “los emprendimientos energéticos binacionales deben ser llevados a cabo respetando siempre nuestros derechos soberanos, generando beneficios justos para todos”, además de esta firme promesa: “...lo que es nuestro, lo vamos a defender”.

Se refirió el flamante mandatario, asimismo, a otros temas de la mayor importancia para el sentir ciudadano, como el narcotráfico, el crimen transnacional, el EPP, contra los cuales prometió luchar poniendo todo su empeño y mediante el fortalecimiento de la Policía Nacional y de las Fuerzas Armadas.

Considerando que estos males estuvieron creciendo sostenidamente durante los últimos períodos presidenciales, cuando menos, y que los mandatarios anteriores también prometieron lo mismo, estos anuncios y promesas chocarán necesariamente contra el lógico escepticismo de la opinión pública, que espera con ansias que el nuevo mandatario demuestre la necesaria voluntad política que les faltó a sus antecesores para lograr éxitos en esos campos.

De algo tiene que estar cierto el flamante presidente, y es que los habitantes de este país hace rato perdieron la ingenuidad en materia política y no van a dar por supuesto nada antes de que se materialice frente a sus ojos. La doblez y la hipocresía no tienen que volver a aparecer en los discursos ni en los procederes de quienes ejercen toda forma de poder público. Esto se espera que suceda, y será una demostración verídica inobjetable de que esa frase “Hoy nace una nueva esperanza en el Paraguay” podría comenzar a ser creíble.

Hará bien, pues, el nuevo jefe del Poder Ejecutivo en procurar diferenciarse lo más claramente posible de sus antecesores como Horacio Cartes y Nicanor Duarte Frutos, en lo que concierne a saber restringir su ambición política dentro de los límites puestos por esa Constitución a la que ayer juró cumplir y hacer cumplir. Tiene que saber que sus palabras, efectivamente, despertaron nuevas esperanzas, y que los ciudadanos y las ciudadanas le acompañarán en sus buenos propósitos. De lo contrario, se marchará por la puerta trasera, como su predecesor, porque, “Dios y la Patria se lo demandarán”, como él mismo pidió en su juramento de asunción al cargo.

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