Donald Trump debe ir preparando la billetera

Venezuela está inmersa en una trágica y sangrienta crisis como nunca en su historia, con repercusión en todo el Hemisferio Occidental. Siendo este país el de la mayor reserva comprobada de petróleo en el mundo, e históricamente el mayor productor de hidrocarburos en la región después de Estados Unidos, la bonanza del valioso y más fungible recurso natural lo había convertido en el pasado en una de las mayores economías de América del Sur. Desde 2005, muchos países de América Central y del Caribe se han visto beneficiados con la generosa ayuda económica por parte de Venezuela a través de Petrocaribe, la alianza político-comercial concertada por Hugo Chávez con la finalidad de conseguir socios para su revolución socialista bolivariana por medios económicos. Las consecuencias negativas de una caída del régimen chavo-castrista se sentirán con toda crudeza en esos países, porque colapsará la ya menguada olla populista de Petrocaribe. Como este tipo de problemas siempre tiene profundas repercusiones en la región –aumento de pobreza, emigración, entre otros–, el presidente Donald Trump debe ir preparando la billetera y ver cuánto le irán a costar a Estados Unidos las consecuencias del sepelio de la aventura del marxismo internacional en esta región.

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Venezuela está inmersa en una trágica y sangrienta crisis política y económica como nunca en su historia, con repercusión en todo el Hemisferio Occidental. Siendo este país el de la mayor reserva comprobada de petróleo en el mundo, e históricamente, el mayor productor de hidrocarburos en la región después de Estados Unidos, esta bonanza del valioso y más fungible recurso natural lo había convertido en el pasado en una de las mayores economías de América del Sur, siendo importante socio comercial de varias naciones de este continente y del Caribe, en especial de Colombia.

Desde 2005, muchos países de América Central y del Caribe se han visto beneficiados con la generosa ayuda económica por parte de Venezuela a través de Petrocaribe, la alianza político-comercial concertada por Hugo Chávez con la finalidad de conseguir socios para su revolución socialista bolivariana por medios económicos, tal como Fidel Castro intentó hacerlo con su revolución comunista por medio de la guerrilla, tras hacerse con el poder en Cuba. A través de esta alianza comercial, Venezuela se convirtió en un poder político importante en la región, ocasionando la división del continente entre aliados del régimen chavista –contrario a la hegemonía geopolítica de Estados Unidos en la región– y los contrarios al giro del continente hacia la izquierda marxista propiciado por Hugo Chávez y Luiz Lula da Silva, bajo la dirección de Fidel Castro.

Esta polarización política convirtió a la Organización de Estados Americanos (OEA) en una caricatura de foro político continental, con el debilitamiento de su tradicional autoridad para la solución pacífica de las controversias entre países del Hemisferio, y sus buenos oficios para ayudar a los Estados miembros a resolver sus crisis políticas domésticas. El más claro ejemplo de la pérdida de músculo político de la OEA ha quedado de manifiesto últimamente al no alcanzarse consenso para imponer sanciones al régimen de Nicolás Maduro, por la flagrante violación de la Carta de la organización en lo relativo a Derechos Humanos y a las garantías democráticas en el país caribeño.

La debacle económica y política de Venezuela se originó con la sostenida caída de precios del petróleo a nivel mundial y la consecuente declinación de su producción, la que, por mala administración y corrupción, de un pico de unos 3,2 millones de barriles por día en 1997 ha caído a alrededor de 2,2 a 2,5 millones de barriles por día. El petróleo y el gas representan el 95 por ciento del valor total de las exportaciones de este país, por lo que puede decirse que virtualmente la nación venezolana vive de los hidrocarburos, como Arabia Saudita y otros países del Golfo Pérsico.

Como consecuencia, Venezuela enfrenta actualmente una espantosa escasez de alimentos, medicinas y otros insumos básicos. Los ciudadanos forman filas durante horas en los supermercados para comprar vituallas de consumo cotidiano, como arroz, azúcar, carne y otros. Falta hasta papel higiénico, y cada día aumenta el número de gente muy pobre que se rebusca por alimentos en los tachos de basuras.

Como resultado de la crisis económica, se ha agudizado la crisis política. Durante los dos últimos años, las protestas y motines contra el Gobierno han sacudido a las principales ciudades de Venezuela, en particular la capital, Caracas, con un centenar de víctimas fatales, casi la mitad de ellas solo durante los dos últimos meses, en que han recrudecido las protestas callejeras.

Aunque Nicolás Maduro fue escogido por Hugo Chávez como su sucesor para gobernar el país, el mismo no goza de la firme lealtad que inspiraba este en los votantes venezolanos, sobre todo en las clases obrera y media baja, por lo que actualmente se encuentra luchando como gato panza arriba para sostenerse en el poder. Con su conducción gubernamental desacreditada y el respaldo de las fuerzas armadas en creciente duda, lo más probable es que Maduro sea defenestrado antes de que termine su mandato constitucional.

Dentro de este marco, para la oposición venezolana reunida en la Mesa de Unidad Democrática (MUD) y que ha ganado la mayoría legislativa en las últimas elecciones nacionales, la superación de la crisis política y económica del país va a pasar por dos instancias cruciales: caída del presidente Nicolás Maduro y elecciones para elegir a su reemplazante, por una parte, y por la otra, la rápida rehabilitación de la industria petrolera mediante reformas estructurales que atraigan inversión extranjera directa, y mejoren la rentabilidad del capital privado asociado con la estatal PDVSA en la explotación y comercialización de petróleo y gas.

Las consecuencias negativas de una caída del régimen chavo-castrista se sentirán con toda crudeza en Centroamérica y el Caribe, porque colapsará la ya menguada olla populista de Petrocaribe, a través de la cual Venezuela viene proveyendo, desde hace más de una década, petróleo subsidiado a más de media docena de países menesterosos de la región que, por eso, apoyan en la OEA al régimen chavista, el principal de ellos, Cuba. El petróleo canalizado a través de Petrocaribe, mitad gratis y la otra mitad con pagos diferidos a las calendas griegas, es el vital insumo energético que les permite a los Gobiernos seudochavistas de esos países pobres mantener a flote sus escuálidas economías y sostener a sus clientelas políticas parasitarias. Si cae el régimen chavista y los nuevos gobernantes de Venezuela, con toda razón, cortan ese aprovisionamiento de combustible para utilizar todos los recursos en beneficio del pueblo venezolano, Cuba y esos países satélites enfrentarán un gravísimo problema político-económico. Probablemente no podrán sostenerse en el poder, como ya está ocurriendo con el mismísimo régimen bolivariano de Venezuela.

Como este tipo de problemas siempre tiene profundas repercusiones en la región –aumento de la pobreza y emigración, entre otros–, el presidente Donald Trump debe ir preparando la billetera, prestando debida atención a la crisis en el país caribeño para saber, más o menos, cuánto le irán a costar a los Estados Unidos las consecuencias posteriores del sepelio de la aventura del marxismo internacional en esta región del planeta, que entró con sangre, gobernó con sangre y se va con sangre por la cloaca de la historia.

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