El bochorno del Detave

Fue bochornosa la actuación el martes de inspectores del Detave, que en un operativo anticontrabando no pudo encontrar ninguno de los puestos de venta ilegales que pululan en numerosos lugares públicos de nuestra capital. En efecto, los inspectores salieron a buscar vendedores callejeros de mercaderías contrabandeadas en la zona de los shoppings de Villa Morra, donde proliferan desde hace bastante tiempo, ocupando veredas y otros espacios públicos, pero no encontraron nada y no pudieron cazar a ningún infractor. ¿El motivo? Sencillo de comprender: los vendedores fueron alertados de la operación. ¿Por quiénes? Posiblemente por los mismos que iban a participar de ella. ¿Quiénes más podrían hacerlo si esas operaciones suelen y deben ser confidenciales? Queda claro, por tanto, que si el Detave empleara a inspectores honestos, la acción disuasoria contra los grandes contrabandistas y sus vendedores callejeros sin duda alguna tendría mucha más fortuna. La prueba más clara y evidente del fracaso total del Detave y de la Municipalidad de Asunción en el cumplimiento de su cometido es el enorme incremento de personas que se instalan en los espacios públicos para vender productos de contrabando y falsificados.

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Fue bochornosa la actuación el martes de inspectores del Departamento Técnico Aduanero de Vigilancia Especial (Detave), que en un operativo anticontrabando no pudo encontrar ninguno de los puestos de venta ilegales que pululan en numerosos lugares públicos de nuestra capital.

En efecto, los inspectores salieron a buscar vendedores callejeros de mercaderías contrabandeadas en la zona de los shoppings en Villa Morra, donde proliferan desde hace bastante tiempo, ocupando veredas y otros espacios públicos, pero no encontraron nada y no pudieron cazar a ningún infractor. ¿El motivo? Sencillo de comprender: los vendedores fueron alertados de la operación. ¿Por quiénes? Posiblemente por los mismos que iban a participar de ella. ¿Quiénes más podrían hacerlo si esas operaciones suelen y deben ser confidenciales?

Queda claro, por tanto, que si el Detave empleara a inspectores honestos, la acción disuasoria contra los grandes contrabandistas y sus vendedores callejeros sin duda alguna tendría mucha más fortuna.

La prueba más clara y evidente del fracaso total del Detave en el cumplimiento de su cometido, así como de la Municipalidad de Asunción, en idéntica materia, es el enorme incremento de personas dedicadas a comerciar productos de contrabando y falsificados, que se instalan diariamente en los espacios públicos asuncenos y en las localidades del área metropolitana capitalina. Las plazas del centro histórico están prácticamente copadas por este comercio informal e ilegal, ante la vista e indiferencia de las autoridades que tienen la atribución y la obligación de combatirlo, así como de proteger los bienes de uso y goce públicos.

En las veredas de las calles céntricas asuncenas, en Luque, San Lorenzo, Fernando de la Mora, Lambaré, Mariano R. Alonso, etc., se exhiben y comercian una gran variedad de mercaderías ingresadas en violación de las normas. Los vendedores callejeros están tan seguros de su impunidad que van instalando cuerpos fijos, como estanterías, quioscos, cocinas, mesas, sillas y demás enseres de uso diario. No le temen a la ley porque saben que no hay quién la haga cumplir respecto a ellos.

A lo largo de las últimas décadas, las sucesivas autoridades comunales de Asunción dijeron probar varias supuestas soluciones para estos vendedores de mercaderías de contrabando, como construirles casillas fijas, destinarles zonas especiales o tolerarles la ocupación permanente de galerías, conectarles a la red eléctrica y proveerles otros servicios públicos. Pero es evidente que esos esfuerzos no tenían ninguna seriedad, pues de por medio está el canon personal que cobran muchos de los inspectores, para su propio beneficio y para los integrantes de la corona.

Con esta política de favorecer a los pequeños comerciantes ilegales, reducidores de las mercaderías que les reparten en camiones sus grandes patrones, prácticamente inutilizaron para libre uso público las plazas más céntricas de Asunción, las que se encuentran en las cercanías del Panteón de los Héroes. Están copadas por los informales. La Plaza de la Democracia, frente al Hotel Guaraní, últimamente casi ya no tiene lugar para más vendedores, al punto de que algunas casillas ya se instalan sobre la vereda que da hacia el Banco Nacional de Fomento.

Cuando se hace un simulacro de imponer la ley y las ordenanzas, el operativo mueve a risa, como la reciente farsa del Detave. Esta realidad, a la que no se pone freno, habla a las claras de que los propietarios de las casillas poseen respaldo político sólido, porque nadie invertiría dinero en un puesto irregular sin la seguridad de que no será importunado.

Contradictoriamente, todos los políticos que se postulan en las campañas electorales municipales de Asunción manifiestan su “preocupación” por la conservación del centro histórico asunceno y por el orden y la regularidad general en la ciudad. Mas, después de las elecciones, esta falsa preocupación, como otras, se esfuma rápidamente.

De este cuadro de situación resulta que la actitud populista o indiferente de las autoridades se combina maravillosamente bien con las mafias de contrabandistas, “paseros”, distribuidores y vendedores informales, en nombre de no se sabe qué teoría política; porque, al final de cuentas, se defrauda a la mayoría de la población en beneficio de unos cuantos, lo cual ninguna doctrina defendería.

Volviendo al Detave, un organismo dotado de las atribuciones suficientes para combatir el comercio ilegal, que debería trabajar en íntima cooperación con los inspectores municipales y de otras instituciones estatales, resulta que no da pie con bola, como acaba de demostrarse. “No pueden encontrar” a los infractores. En estas condiciones, solo cabe sospechar que allí, en las calles, veredas, plazas y paseos ocupados corren las “comisiones” y los porcentajes del sistema mafioso de protección, que llegan a las más altas esferas del Ministerio de Hacienda y de la Municipalidad, porque es difícil creer que sus más altas autoridades tampoco vean lo que está a la vista de todos.

La lección que se obtiene de este caso de los comerciantes callejeros informales es que la degradación progresiva de las zonas afectadas de Asunción y sus localidades aledañas es un fenómeno que no solamente no retrocede, sino que aumenta. Y reconocer por principales causas dos factores: la política de “no ver, no actuar, dejar hacer, dejar pasar”, asociada al populismo electoralista, y la corrupción política.

Se debe poner fin al comercio callejero informal que realiza una competencia desleal a las empresas que pagan rigurosamente sus impuestos y que, además, está íntimamente asociado al contrabando y a las redes mafiosas que manejan estos negociados.

Para que el emprendimiento tenga éxito, se necesitan jefes que rechacen “maletines” e inspectores que no sean simples recaudadores para la corona.

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