El déficit sostenido nos llevará al abismo

El Gobierno nacional, el Congreso, la sociedad paraguaya en su conjunto tenemos que preguntarnos: ¿queremos provocar en Paraguay una situación similar a la que sufre actualmente la Argentina, o ¡Dios no lo permita!, Venezuela, con 35.000 por ciento de inflación? O, en el mejor de los casos, ¿queremos que a nuestros hijos los asfixien con altos impuestos para pagar nuestras cuentas? Porque es exactamente eso, lo advertimos aquí y ahora, lo que va a ocurrir si seguimos gastando más de lo que tenemos y más de lo que podemos. Este no es un vaticinio alarmista, es un resultado lógico e inexorable, es lo que ha acontecido una y otra vez en el mundo, es el mismo cálculo que tiene que hacer cualquier persona en el manejo de sus finanzas, es puro sentido común. Nos dicen que Paraguay está lejos todavía de ese escenario, pero la palabra clave no es “lejos”, sino “todavía”. Todos los países que cayeron en esos agujeros negros, con tremendo sufrimiento para su población, sin excepción, empezaron de esta manera. Con el proyecto de Presupuesto General remitido por el Poder Ejecutivo al Congreso, el país entrará en déficit fiscal por sexto año consecutivo, acumulable, lo que se refleja en un endeudamiento público que ya trepa a 7.789 millones de dólares, equivalente al 24,4% del PIB.

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El Gobierno nacional, el Congreso, la sociedad paraguaya en su conjunto, todos tenemos que hacernos las siguientes preguntas: ¿queremos provocar en Paraguay una situación similar a la que sufre actualmente la Argentina, o, ¡Dios no lo permita!, Venezuela, con 35.000 por ciento de inflación? O, en el mejor de los casos, ¿queremos que a nuestros hijos los asfixien con altos impuestos para pagar nuestras cuentas? Porque es exactamente eso, lo advertimos aquí y ahora, lo que va a ocurrir si seguimos gastando más de lo que tenemos y más de lo que podemos.

Este no es un vaticinio alarmista, es un resultado lógico e inexorable, es lo que ha acontecido una y otra y otra vez en el mundo, es el mismo cálculo que tiene que hacer cualquier persona en el manejo de sus finanzas, es puro sentido común. Nos dicen que Paraguay está lejos todavía de ese escenario, pero la palabra clave allí no es “lejos”, sino “todavía”. Todos los países que cayeron en esos agujeros negros, con tremendo sufrimiento para su población, sin excepción, empezaron de esta manera.

Con el proyecto de Presupuesto General remitido por el Poder Ejecutivo al Congreso, el país entrará en déficit fiscal por sexto año consecutivo, acumulable, lo que se refleja en un endeudamiento público que ya trepa a 7.789 millones de dólares (a julio), equivalentes al 24,4 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) antes de la última actualización, contra menos de 13 por ciento a principios de la década.

El gasto total proyectado para 2019 es de 80,2 billones de guaraníes, lo que representa un aumento nominal del 7,6 por ciento en relación con el presupuesto vigente, ya con las ampliaciones aprobadas a julio de este año.

El gasto de la Administración Central, que es el que verdaderamente importa en términos macroeconómicos, es de 42,3 billones de guaraníes (unos 7.300 millones de dólares), superior en 8,1 por ciento al sancionado para 2018, con una inflación estimada de 4 por ciento para el año.

Todo esto solo por ahora. Sabemos que durante el tratamiento parlamentario surgirán más presiones para inflar artificialmente los ingresos y aumentar aún más los gastos, como si el Estado fuera alguna clase de ente milagroso que pudiera generar recursos por arte de magia.

En síntesis, el Presupuesto presentado replica la misma tendencia deficitaria y peligrosa de los años anteriores, que se va convirtiendo en una bola de nieve como la que arrastró al precipicio a varios países de la región y del mundo.

Es cierto que era poco lo que podía hacer el nuevo Gobierno, por dos razones. La primera y más obvia es que no tuvo tiempo, asumió hace menos de un mes, si bien estuvo trabajando con la administración anterior. La segunda es que se vienen tiempos duros, es bueno que lo sepamos, lo asumamos y nos preparemos. Las proyecciones de crecimiento de más de 4 por ciento probablemente tendrán que ser revisadas. Los analistas ya prevén una recesión con alta devaluación en Argentina, y el panorama en Brasil, con elecciones en puertas y fuerte división interna, no se presenta optimista tampoco. Necesariamente, ello tendrá un impacto en la economía nacional.

Pero aun admitiendo que en este contexto podría ser contraproducente contraer demasiado el gasto público en el corto plazo, las señales son muy importantes, y las que se están dando no son para nada halagüeñas.

La primera mala señal es que no se aprovechó el ajuste del cálculo del PIB para empezar un proceso gradual de reducción del déficit.

Para muchos habrá pasado desapercibido, pero el Banco Central actualizó la base del PIB corriente, que pasó de 30.486 millones a 43.776 millones de dólares. Debido a ello, por más que –según afirman– el Presupuesto 2019 se mantiene en el tope del 1,5 por ciento del PIB establecido en la “ley de responsabilidad fiscal”, en términos absolutos, con un PIB ampliado, el déficit en la práctica es mucho mayor al que ya se tenía.

Como el vocablo lo indica, el 1,5 por ciento del PIB de la ley es un “tope”, un límite máximo, no un margen para derrochar. Economistas calculan que, con solo haber mantenido el plan de gastos tal como estaba, con el nuevo PIB el déficit podría haber bajado a entre 1 y 1,2 por ciento del producto, lo que habría significado un cambio importantísimo de tendencia. 

Otra muy mala señal es el ajuste indiscriminado del 13 por ciento en el sueldo de los maestros. Si los ajustes salariales indiscriminados ya son de por sí malos, porque no se relacionan con la productividad ni con los méritos, para las cuentas nacionales son pésimos.

Entonces, si coyunturalmente, como medida contracíclica, se decidió mantener un determinado nivel de déficit, lo correcto habría sido utilizarlo en inversiones que pudieran generar un retorno, no en seguir incrementando los gastos corrientes, y los gastos salariales en particular, que se convierten en una carga fija que devora todo margen de maniobra del Estado para dar respuestas a las necesidades de la ciudadanía. 

En el mismo sentido, otra mala señal es la creación innecesaria de dos nuevos ministerios, que pronto podrían ser cinco. Ingenuamente (o cínicamente), se argumenta que estos ministerios serán más eficientes para atender sus respectivas áreas, cuando es lo contrario, porque el poco presupuesto que sobrará para ellos solo lo usarán en servicios personales y nuevas camionetas y no les quedará casi nada para cumplir su supuesto cometido.

Finalmente, otra muy mala señal es que se mantiene incólume la política de endeudamiento, con una emisión prevista de 600 millones de dólares en bonos (la mitad para repagar deuda anterior) y unos 800 millones de dólares en otros nuevos empréstitos. 

Algunos alegan que endeudarse es prácticamente irrelevante si la deuda se mantiene dentro de ciertos parámetros y ayuda al crecimiento, porque, al crecer el PIB, también lo hace la capacidad de endeudamiento. Es una verdad a medias y, en muchos sentidos, una gran falacia. 

El ministro de Hacienda, Benigno López, envió el proyecto de Presupuesto 2019 al Congreso con una exhortación de prudencia y responsabilidad. Nos adherimos a ella, pero le decimos que debió haber comenzado por casa.

Es muy necesario que el presidente de la República, Mario Abdo Benítez, a quien el electorado le confió la administración del país, lidere un proceso para volver en algún tiempo a poner las cuentas en orden y retornar a una situación de equilibrio, y hasta de superávit y ahorro fiscal, como la que se tuvo en la década pasada y que, lastimosamente, se despilfarró. Es eso, o comernos la cola y lamentarnos cuando ya sea demasiado tarde.

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