El Mercosur debe otorgar mayor autonomía a sus socios

En su visita realizada el mayo último a la Argentina, el canciller brasileño José Serra dijo que propondrá una “actualización del Mercosur” para que sus socios puedan celebrar fuera del bloque acuerdos bilaterales de libre comercio con países de extrazona, y que la convergencia del organismo sudamericano con la Alianza del Pacífico tiene una “gran prioridad”. Otras personalidades de la región también se han venido pronunciando en el mismo sentido. Si es conveniente que cada uno de los socios se abra al mundo, también conviene que el Mercosur haga lo mismo. En ese sentido, es de lamentar que las prolongadas negociaciones con la Unión Europea aún no hayan concluido, razón de más para acercarse a la pujante Alianza del Pacífico, que en solo cinco años de integración ha hecho más que el Mercosur en un cuarto de siglo, porque se ocupó de alentar realmente el libre comercio y no los despropósitos bolivarianos. Es de esperar que los nuevos vientos que soplan en la región impulsen la reorientación que se impone ante el notorio fracaso del bloque.

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En su visita realizada en mayo último a la Argentina, el canciller brasileño José Serra dijo que propondrá una “actualización del Mercosur” para que sus socios puedan celebrar fuera del bloque acuerdos bilaterales de libre comercio con países de extrazona, y que la convergencia del organismo sudamericano con la Alianza del Pacífico tiene una “gran prioridad”.

Estas declaraciones, que coinciden con lo que nuestro diario ha venido sosteniendo en varios editoriales como una gran necesidad, implican admitir que la Declaración N° 32/00 del Consejo del Mercosur, que impide a los socios acuerdos particulares con otros países o bloques, es un cepo económico que mantiene encorsetados a los países miembros. Además, es un reconocimiento de que la Alianza del Pacífico es una unión aduanera pujante, digna de convertirse en un socio comercial de primer nivel.

En realidad, las declaraciones de Serra no son tan sorprendentes, pues ya a mediados del año pasado hubo signos claros de que el Brasil, impulsado más por la necesidad de su decadente economía que solidaridad con sus socios, iba a promover una flexibilización del Mercosur que le permitiera tener las manos libres para buscar nuevos mercados por sí solo. En tal sentido, el exministro de Desarrollo e Industria, Armando Montero, afirmó primero que su país buscaría acuerdos bilaterales fuera del Mercosur, y posteriormente, la presidenta Dilma Rousseff, hoy suspendida en el ejercicio del cargo, afirmó en ocasión de una visita al Uruguay que “el Mercosur tiene que adaptarse a las nuevas circunstancias”. Entre estas sin duda figuran la recesión del Brasil, la importancia decreciente del bloque regional para su comercio exterior y la fuerte presión ejercida por el empresariado de su país.

Se trata, por cierto, del mismo Gobierno que había manifestado sus reparos cuando el Paraguay se aproximó tímidamente a la Alianza del Pacífico, y al que le cabe la grave responsabilidad de haber contribuido a que en los últimos años el Mercosur haya servido más bien para fomentar el populismo de izquierda antes que la unión aduanera.

Lo ideal sería que la revocación de la Declaración N° 32/00, que impide el acceso individual de los países miembros a “los grandes flujos comerciales del mundo”, al decir del canciller uruguayo Rodolfo Nin Novoa, responda a una decisión unánime de sus firmantes y no a la necesidad coyuntural de uno de los socios poderosos de la organización.

La Argentina también se había venido oponiendo a dicha saludable medida mientras practicaba el proteccionismo abierto o encubierto, que le permitía tener un superávit de 270 millones de dólares en su balanza comercial con el Paraguay, y celebraba acuerdos unilaterales de cooperación económica e inversiones con China, que conllevaban la importación de bienes de ese país para obras de ingeniería, en detrimento de los de origen brasileño. Es de desear que también el actual Gobierno argentino abandone esa política obstinada, que nos condena a hundirnos en el mismo barco, y que se sume al Brasil y a los socios “menores” para que, sin perjuicio de seguir integrando el Mercosur, se puedan negociar acuerdos comerciales fuera del bloque.

Si es conveniente que cada uno de los socios se abra al mundo, también conviene que el Mercosur haga lo mismo. En ese sentido, es de lamentar que las prolongadas negociaciones con la Unión Europea aún no hayan concluido, razón de más para acercarse a la pujante Alianza del Pacífico en el afán de aumentar las posibilidades comerciales de los países miembros.

En su última visita a Asunción, la presidenta chilena Michelle Bachelet instó a una “convergencia” entre los dos bloques latinoamericanos, y en la X Cumbre del Mercosur, realizada en julio de 2015, nuestro país anunció que durante su presidencia pro témpore haría lo posible para “incrementar el acercamiento del bloque a la Alianza”. En solo cinco años, este novel proceso de integración ha hecho más que el Mercosur en un cuarto de siglo para crear una zona de libre circulación de bienes, servicios y factores productivos, hasta el punto de que, en virtud de un Acuerdo Marco, ya llegó a suprimir el 92% de los aranceles, estando prevista una reducción gradual de los restantes. Si en tan poco tiempo obtuvo tales resultados, que le han permitido concentrar el 50% del comercio latinoamericano y caribeño, es porque se ocupó de alentar el libre comercio y no los despropósitos bolivarianos.

De esta forma, mientras el Mercosur aún no ha llegado a un acuerdo con la Unión Europea, México, Chile y Perú firmaron un Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica (TPP), sin que ello les impida seguir integrando con Colombia la vigorosa Alianza del Pacífico, que a nivel mundial ya ocupa el octavo lugar como potencia económica. Alegra, pues, constatar que también el canciller brasileño haya abierto los ojos ante esta exitosa unión aduanera y le otorgue la importancia que merece. Por su parte, Argentina, bajo el Gobierno de Mauricio Macri, acaba de ser admitida como país observador de ese bloque, categoría que ya tiene el Paraguay.

Como ya se ha dicho muchas veces, es hora de que el Mercosur también deje de lado el palabrerío vacuo, centrado en cuestiones ideológicas chapuceras, y que retorne a sus orígenes con seriedad y firmeza. Se han perdido largos años y es tiempo de intentar recuperarlos, dejando de lado la hipocresía institucionalizada.

Los firmantes del Tratado de Asunción están en deuda con su letra y con su espíritu, tanto que, en los últimos años, paradójicamente, ha disminuido el comercio dentro del propio Mercosur. Que una pretendida unión aduanera no haya servido para incrementarlo es una señal elocuente de lo mucho que se ha hecho mal o se ha dejado de hacer.

Es de esperar que los nuevos vientos que soplan en la región impulsen la reorientación que se impone ante el notorio fracaso. Si al Paraguay y al Uruguay, que ya han venido insistiendo en su necesidad, se suman ahora el Brasil y la Argentina, este es el momento preciso para buscar que el Mercosur renazca de sus cenizas. Ello requiere, antes que nada, la necesidad de aprender del fracaso y buscar el renacimiento del bloque con base en una relación más sincera y pragmática.

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