El Paraguay necesita desclavarse de la cruz

El viacrucis, o camino de la cruz, consta de 14 estaciones, en las que se recuerdan momentos dolorosos que sufrió Jesucristo durante aquel fatídico viernes. Significa un largo pasaje de penalidades que se padecieron... o se padecen todavía. El Paraguay actual, por ejemplo, sigue en un sendero doloroso que, lamentablemente, no muestra todavía su final, ni lejanamente. La primera estación del viacrucis moderno de este país fue la conformación de la dictadura absolutista de Stroessner; la segunda fue la implantación de la corrupción como sistema de Gobierno y de control social; las siguientes son las consecuencias principales de aquello: pobreza, ineducación, subdesarrollo físico y cultural, inseguridad, marginalidad social y varias más. La pobreza material y cultural de nuestro pueblo es una consecuencia de ese régimen que pervive, consistente en que los que se apoderan del Gobierno asumen que este es su botín y que, por tanto, pueden y deben aprovechar todas las posibilidades que esta oportunidad les brinda. Ese viacrucis paraguayo no acabará tan breve ni tan gloriosamente como el de Jesucristo. La ciudadanía tendrá que luchar mucho y con fuerza para hacerlo más abreviado, reduciendo sus estaciones dolorosas.

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El rezo del viacrucis (camino de la cruz) es un antiguo rito católico propio del día Viernes Santo, consistente en seguir un itinerario de 14 estaciones que rememoran etapas del camino seguido por Jesucristo hasta su final; es decir, desde la condena dictada por Poncio Pilatos hasta ser sepultado. En cada estación se recuerda un momento doloroso del condenado durante aquel fatídico viernes, para lo cual los fieles se detienen a realizar una breve remembranza de cada hecho y pronunciar una oración.

Esta ceremonia se desarrolla siempre con espíritu triste y penoso, como es obvio, dado lo que representa, motivo por el cual dio origen al empleo del término “viacrucis” para significar un largo pasaje de penalidades que se padecieron... o se padecen todavía.

El Paraguay actual, por ejemplo, sigue en un sendero doloroso que, lamentablemente, no muestra todavía su final, ni lejanamente.

La primera estación del viacrucis moderno de este país fue la conformación del sistema dictatorial absolutista del stronismo; la segunda fue la implantación de la corrupción como sistema de gobierno y de control social; las siguientes son las consecuencias principales de aquello: pobreza, ineducación, subdesarrollo físico y cultural, inseguridad, marginalidad social y varias más que no necesitan ser listadas otra vez, por cuanto esto es lo que la prensa hace diariamente.

Si los paraguayos quisiésemos seguir las paradas sucesivas de este viacrucis histórico tendríamos por delante mucho más que catorce estaciones, con el agravante de ignorar su final, que aún se halla abierto a temibles posibilidades. Porque el espíritu de la libertad, la sana conciencia cívica y la autonomía de criterio son valores que todavía no acaban de arraigarse en nuestro país, pese a las tres décadas que transcurrieron desde el derrocamiento de la dictadura. Sucede que, si bien el tirano Stroessner fue depuesto y enviado al exilio, no se hizo lo mismo con el stronismo, entendido como mentalidad política, como sistema de ejercicio del poder omnímodo y como eficaz técnica para corromper voluntades y conciencias.

La pobreza material y cultural de nuestro pueblo es una consecuencia de ese régimen que pervive, consistente en que los que se apoderan del Gobierno, aunque sea en elecciones democráticas, asumen que este es su botín y que, por tanto, pueden y deben aprovechar todas las posibilidades que esta oportunidad les brinde para enriquecerse fácil y velozmente, a expensas de los recursos públicos o actuando con privilegios especiales y a costa, naturalmente, de los bienes que deberían destinarse a cubrir las múltiples carencias sociales.

Otra estación ineludible en el viacrucis paraguayo es la educación, o, mejor dicho, la ineducación, madre de la pobreza, de la criminalidad y del subdesarrollo físico y mental. La educación elemental, que por mandato constitucional y por tradición histórica es una obligación fundamental del Estado, aunque sin desligar de ella a la sociedad en su conjunto, que obra por intermedio de las familias, no pudo ser levantada del estado de postración que arrastra desde tiempos de la dictadura.

No solamente nuestro sistema educativo es técnicamente deficiente, sino que tampoco resuelve el acceso de la niñez a sus aulas. Según datos del Banco Central, este servicio se encareció el 40% en los últimos siete años. La corrupción y la politiquería también invaden este ámbito, permitiendo la sucesión de sucios negociados con los desayunos y almuerzos escolares, con la edificación y reparación de locales, con la domesticación partidaria de los docentes, con el pago de salarios de gente que no trabaja y, sobre todo, con la descarada malversación de fondos especiales para la educación (Fonacide).

La obesidad malsana de la burocracia, fenómeno proveniente del mal del clientelismo partidista, mediante la cual los políticos distribuyen empleos estatales a sus secuaces, parientes, operadores y recomendados de cualquier origen, incluso inventando cargos y rubros presupuestarios inexistentes, terminó por convertir el funcionario público promedio en una especie de parásito de las arcas públicas, sin responsabilidades, sin vocación, sin entusiasmo por el trabajo, concentrado en conservar sus privilegios mediante una actitud perruna, lamiendo permanentemente la mano de su “caballo”, del miserable que lo convirtió en una persona insegura, ineficiente, holgazana, sin dignidad y dispuesta a hacer cualquier cosa reprochable legal o moralmente a cambio de la conservación de su puesto.

Detrás de esta estación del viacrucis paraguayo vienen la degradación del régimen democrático y la degeneración de la libertad de conciencia ciudadana, mediante la manipulación impúdica de las carencias y necesidades populares, aprovechando la pobreza y la desesperanza para comprar voluntades y votos y, así, alcanzar el poder escalando sobre estos peldaños de inmoralidad.

Quedan muchas estaciones más, que habrán de seguirse con comentarios sobre la falta de trabajo, la inseguridad, el incremento de vicios y violencia entre los jóvenes, la emigración de talentos, la dilapidación o entrega de los recursos naturales, los grandes negociados con sinvergüenzas del sector privado, beneficiarios-cómplices de licitaciones amañadas, contratos especiales, “reprogramaciones” y sobrefacturaciones escandalosamente ejecutadas o toleradas.

Este viacrucis paraguayo al que aludimos figurativamente en ocasión de esta Semana Santa no acabará tan breve ni gloriosamente como el de Jesucristo. He aquí la gran diferencia. La ciudadanía mentalmente lúcida y éticamente sana tendrá que luchar mucho y con fuerza para hacerlo más abreviado, reduciendo sus estaciones dolorosas a fin de que, en un lapso razonable, alcancemos el estado de progreso y bienestar, de salud física y espiritual que requerimos para poder desclavarnos de las cruces en las que la politiquería y la corrupción nos inmovilizaron.

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