El respeto a las Fuerzas Armadas

Este artículo tiene 9 años de antigüedad

El presidente Horacio Cartes dijo que el comandante de las Fuerzas Militares, general Luis Garcete, goza de su confianza y que “debemos respetar una institución tan importante como las Fuerzas Armadas”. Todo indica que se refería a las publicaciones de nuestro diario, que desnudaron varias irregularidades en el seno del estamento militar y afectaron, sobre todo, al mencionado comandante. Por nuestra parte, estamos convencidos de que ABC Color no ha incurrido en irrespeto a las Fuerzas Armadas por denunciar, con elementos de juicio, entre otras cosas, las actividades de la esposa del Gral. Garcete, la señora Lucía Duarte de Garcete, que afectan lo que debe ser el desenvolvimiento normal de la milicia. Tampoco creemos que fuera una falta de respeto a las Fuerzas Armadas nuestra denuncia de que un lavarropas cuesta 91 millones de guaraníes y de que esa máxima institución militar realiza contratos directos por 24.000 millones de guaraníes. Dicho lo cual, resulta alarmante que la crítica a una gestión sea equiparada a la falta de respeto a un organismo del Estado, tal como se desprende de las palabras del presidente Cartes.

En una reciente conferencia de prensa, el presidente Horacio Cartes manifestó que el comandante de las Fuerzas Militares, el general de ejército Luis Gonzaga Garcete, goza de su confianza “por estar donde está” y que “debemos respetar una institución tan importante como las Fuerzas Armadas”. Todo indica que el Primer Mandatario se refería a las publicaciones de nuestro diario, que desnudaron varias irregularidades en el seno del estamento militar y afectaron, sobre todo, al mencionado comandante, que goza de su entera confianza.

Por nuestra parte, estamos convencidos de que ABC Color no ha incurrido en irrespeto a las Fuerzas Armadas por denunciar, con elementos de juicio, entre otras cosas, las actividades de la esposa del Gral. Garcete, la señora Lucía Duarte de Garcete, que afectan lo que debe ser el desenvolvimiento normal de la milicia. Allí estaba la mencionada dama, sin ninguna prerrogativa militar, pasando revista a tropas formadas, o teniendo a sus órdenes a una teniente y a una sargento en una organización no gubernamental (ONG) que ella presidía, y que tenía su sede en el mismísimo Comando de las Fuerzas Militares, que comanda su esposo.

Tampoco creemos que fuera una falta de respeto a las Fuerzas Armadas nuestra denuncia de que un lavarropas cuesta 91 millones de guaraníes y de que esa máxima institución militar realiza contratos directos por 24.000 millones de guaraníes.

Dicho lo cual, resulta alarmante que la crítica a una gestión sea equiparada a la falta de respeto a un organismo del Estado, tal como se desprende de las palabras del presidente Cartes. El respeto es la consideración debida a una persona física y no a una jurídica de existencia ideal que, como tal, carece de voluntad y por lo tanto no puede ser culpable ni acreedora de nada. Los méritos y los deméritos de una institución son atribuibles solo a los hombres y a las mujeres que la dirigen e integran. Por eso, el hecho de que las cámaras de Diputados y de Senadores tengan el tratamiento protocolar de “honorables” no conlleva necesariamente que cada uno de sus miembros merezca ese calificativo. Desde luego, la buena o mala conducta de quienes forman parte de una entidad pública influye decisivamente en la imagen que de ella tiene la ciudadanía, pero eso no debe ocultar que la responsabilidad es siempre individual.

Todos los beneficios, en un solo lugar Descubrí donde te conviene comprar hoy

Por otra parte, es inadmisible que un organismo estatal sea identificado con quien la encabeza, que es lo que hizo el Presidente de la República. Esa identidad es usual en los regímenes dictatoriales o totalitarios, donde incluso puede darse una suerte de fusión entre el líder y el país, hasta el punto de que el disenso sea calificado de traición a la patria. Si el presidente Cartes fuera coherente, debería afirmar también que las críticas al presidente de la República, al del Congreso Nacional o al de la Corte Suprema de Justicia implican una falta de “respeto” a los poderes del Estado.

Las publicaciones referidas al general de ejército Luis Gonzaga Garcete de ninguna manera significan un ataque a las Fuerzas Armadas, pues responden al interés de que el dinero público sea bien empleado y el Estatuto del Personal Militar tenga vigencia efectiva. Es decir, lo que se pretende es velar por el dinero del contribuyente y, al mismo tiempo, recordar que los cadetes, suboficiales y oficiales tienen derecho al “respeto” del comandante de las Fuerzas Militares.

Hace poco recordábamos en otro editorial que “la defensa de la dignidad y el honor de las Fuerzas Armadas” fue uno de los motivos que impulsaron la gesta del 2 y 3 de febrero de 1989. Los atropellos cometidos por la dictadura en contra de los uniformados fueron tan amplios a lo largo de décadas, que se justificaba invocar el honor y la dignidad en defensa de toda la institución castrense. Si se critica al comandante de las Fuerzas Militares es también porque se desea que la opinión pública tenga en buena consideración a los uniformados, y que no suponga que todos ellos están habituados a recibir órdenes de la esposa de su comandante o a prestar servicios en instalaciones ruinosas, mientras se malgasta el dinero público en construcciones que no son imprescindibles para la seguridad nacional.

Quien faltó o falta el “respeto” a las Fuerzas Armadas es, en verdad, el general de ejército Luis Gonzaga Garcete, así que es a él a quien el Presidente de la República debería dirigir su amonestación. En la misma conferencia de prensa, sostuvo que “debemos ser muy serenos y maduros en cada decisión que tomamos”. El ministro de Defensa, Diógenes Martínez, lo fue al disponer el desalojo de la ONG de la señora de Garcete, liberando así a sus dos subordinadas de uniforme del deber ilícito de obedecer sus órdenes.

Antes que intentar justificar lo injustificable, el presidente Cartes debería demostrar acierto y firmeza en sus decisiones, para que la población vuelva a creer en su promesa del “nuevo rumbo”, hoy bastante olvidada.