Falta mentalidad nueva en los partidos

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La Juventud Colorada no renueva sus autoridades desde 2006. El hecho habla muy poco a favor de la institucionalidad de la organización juvenil y, por extensión, de la importancia que la Junta de Gobierno de la ANR otorga a los afiliados entre 18 y 30 años, que conforman la gran mayoría del padrón partidario. La conducta de los mayores debe estimular a las nuevas generaciones, en vez de provocar en ellas un enérgico rechazo a todo compromiso con los asuntos públicos. Los jóvenes no deben creer que la corrupción es inherente a la política, pese a que sean muchos los ejemplos repugnantes que hoy puedan darse para justificar esa impresión. Los colorados jóvenes, en especial, deben lanzarse a la arena política para no dejar a su partido en manos de quienes desde hace demasiados años vienen demostrando que están al servicio de inconfesables objetivos particulares antes que el servicio a la patria y al partido. Urge, ciertamente, que la Juventud Colorada renueve sus autoridades, sin ser manipulada por los dirigentes caducos inescrupulosos que se dedican diariamente a desprestigiar la política.

La Juventud Colorada no renueva sus autoridades desde 2006, cuando venció el mandato del Comité Central elegido cinco años antes. El hecho habla muy poco en favor de la institucionalidad de la organización juvenil y, por extensión, de la importancia que la Junta de Gobierno de la ANR otorga a los afiliados de entre 18 y 30 años, que conforman la gran mayoría del padrón partidario. Una de sus comisiones permanentes es la de la Juventud, que, entre otras cosas, administra el fondo de becas del partido para formar a los jóvenes en centros educativos nacionales o extranjeros. Es encomiable que un partido contribuya a la capacitación profesional, pero además debe dar importancia prioritaria a la formación política de sus afiliados.

El estatuto de la ANR dispone que las listas de candidatos estén integradas, como mínimo, por un 20% de jóvenes. También esta norma es oportuna, aunque no creemos que la participación política deba estimularse necesariamente mediante el atractivo de un cargo electivo rentado. La mejor manera de despertar el interés de los jóvenes por la política –al menos el de aquellos que tienen un ideal de patria– es depurarla de las prácticas aberrantes que la convierten en una actividad cuasi delictiva.

La conducta de los mayores debe estimular a las nuevas generaciones, en vez de provocar en ellas un enérgico rechazo a todo compromiso con los asuntos públicos. Los jóvenes no deben creer que la corrupción es inherente a la política, pese a que sean muchos los ejemplos repugnantes que hoy puedan darse para justificar esa impresión. Los colorados jóvenes, en especial, deben lanzarse a la arena política para no dejar a su partido en manos de quienes desde hace demasiados años vienen demostrando que están al servicio de inconfesables objetivos particulares antes que el servicio a la patria o al partido. Lo que a ellos menos les interesa es que se vuelquen a la actividad política quienes tienen el corazón y las manos limpias, algo que, sin embargo, no siempre tienen todos los jóvenes. En efecto, la juventud no garantiza que se esté libre de vicios, herencia del sectarismo ramplón de tantos viejos dirigentes que se formaron políticamente bajo el estronismo. Por ejemplo, el ministro de la Juventud, Marcelo Soto, hijo del diputado Mario Soto Estigarribia, dio recientemente una muestra acabada de esa mentalidad retrógrada al proferir que “el peor colorado es mejor que el mejor liberal”. Se retractó más tarde, pero evidentemente lo que dijo respondía a sus íntimas convicciones. Por supuesto, no hubo ninguna sanción para él, que continúa en el cargo gubernamental.

El historiador Blas Garay –un gran colorado– se refirió una vez a “la tierna podredumbre”, la que sin duda también existe hoy. Nuestro diario alienta la generosa participación política y ofrece sus páginas a aquellos que no tienen apetencias personales que satisfacer, sino el deseo de servir a sus compatriotas desde su partido y, eventualmente, desde la función pública.

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La sana explosión juvenil puede transformar a nuestro país, como bien lo demostraron los jóvenes estudiantes universitarios y secundarios que con sus manifestaciones pacíficas sacudieron los cimientos de la atrofiada educación secundaria y universitaria, con saludables efectos. Urge, ciertamente también, que la Juventud Colorada renueve sus autoridades, sin ser manipulada por los dirigentes caducos inescrupulosos que se dedican diariamente a desprestigiar la política. Pero más allá del funcionamiento regular de una organización juvenil, lo que importa es que llegue mentalidad nueva a los partidos, que imprima rebeldía contra la mediocridad, la corrupción, el clientelismo y otras lacras que tanto daño hacen a nuestro país. Que los jóvenes se vivifiquen mediante el idealismo de los paraguayos que no tienen ataduras con el pasado ni están corrompidos por las miserias del presente.