Homenaje a la libertad de prensa

La libertad de prensa tiene sentido solamente si sirve para la formación de la conciencia cívica en la sociedad, y como medio o vía de la expresión pública de las opiniones de sus integrantes. Sin libertad de pensamiento, de asociación política y de expresión de opiniones (principalmente incluyendo el derecho al disenso con los poderosos), la prensa no serviría más que para promociones comerciales y, eventualmente, para publicitar el pensamiento omnímodo y divulgar los actos de los tiranos. El factor más decisivo para sostener la democracia que en nuestro país comenzó a gatear en 1989 fue, sin duda, la rápida consolidación de la libertad de prensa. Felicitémonos los paraguayos de tener las libertades de opinión y de publicación que nos dimos a nosotros mismos y que, cuidándolas con esmero, las conservamos fuertes y en progreso hacia un constante perfeccionamiento ético, tecnológico y profesional.

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La Asamblea General de las Naciones Unidas declaró en 1993 el 3 de mayo como Día Mundial de la Libertad de Prensa. En 2012, el secretario general de la citada organización internacional, Ban Ki-moon, emitió juntamente con la alta comisionada para los Derechos Humanos y la directora general de la Unesco un mensaje en el que destacan: “La libertad de expresión es uno de nuestros más valiosos derechos. Constituye la base de todas las demás libertades y es el fundamento de la libertad humana. La existencia de medios de comunicación libres, pluralistas e independientes es esencial para poder ejercer ese derecho”.

Este día nos sitúa frente a un valor jurídico y político de los más venerables para la humanidad, que no existió siempre sino apenas desde hace poco, y que no rige victoriosa sino en algunos Estados del mundo, mientras en otros lucha por prevalecerse contra sus enemigos y establecerse permanentemente, y, finalmente, aquellas sociedades desafortunadas que aún subsisten padeciendo infames dictaduras cuyo trámite de tiranía y opresión comenzó justamente destruyendo las libertades básicas de sus pueblos o impidiendo que se consolidaran las que quisieron crecer, como en Cuba.

La libertad de prensa tiene sentido solamente si sirve para la formación de la conciencia cívica en la sociedad, y como medio o vía de la expresión pública de las opiniones de sus integrantes. Sin libertad de pensamiento, de asociación política y de expresión de opiniones (principalmente incluyendo el derecho al disenso con los poderosos) la prensa no serviría más que para promociones comerciales y, eventualmente, como en Cuba, Corea del Norte y los regímenes islámicos fundamentalistas, para publicitar el pensamiento omnímodo y divulgar los actos de los tiranos.

En nuestro país la libertad de prensa fue declarada por vez primera, en 1870, por nuestra primera Constitución nacional, cuyo Art. 18 estableció que, de ahí en más, todos los habitantes de la República gozarían del derecho a publicar sus ideas por la prensa sin censura previa. Desde entonces se desarrolló en nuestro país el ejercicio libre del periodismo y vieron la luz pública los primeros periódicos, que, tropezando una y otra vez con obstáculos y fracasos, avanzando a trancos por la historia, en medio de éxitos y fracasos, acabaron fortaleciendo en la ciudadanía la conciencia de que la libertad de opinión era, en efecto, una de las bases fundamentales para conformar la sociedad que se anhelaba. La larga dictadura liberticida de Stroessner, con todos sus crímenes contra estos derechos, no hizo sino agudizar el deseo popular de recuperar el poder de emitir su voz y de respaldar a los medios de prensa que pudieran hacerla escuchar.

El factor más decisivo para sostener la frágil democracia que en nuestro país comenzó a gatear en el año 1989 fue, sin duda alguna, la rápida consolidación de la libertad de prensa. Cuando los medios de comunicación masiva del país se pusieron al servicio de la voz ciudadana, prestando sus micrófonos y sus páginas a todo quien quisiera opinar respecto a la marcha de los acontecimientos, fue el momento en el que, si alguna duda todavía cabía en alguna mentes acerca de que la prensa era la base de lanzamiento de las ideas libertarias y de los proyectos democratizadores, estas quedaron completamente evaporadas.

Desde entonces, la libertad de prensa en el Paraguay es uno de los derechos básicos que mejor fortuna tuvo, pues se puede afirmar sin temor a exagerar que recibió el respeto invariable de los regímenes políticos que se sucedieron hasta ahora, que frenaron con sensatez y buen criterio unos pocos intentos, más o menos abiertos o semideclarados, de ponerle bozales y cortapisas a los medios y a los periodistas.

De este modo, la información “veraz, responsable y ecuánime” que exige nuestra Constitución vigente, hoy en día está plenamente garantizada por la multiplicidad de medios periodísticos que compiten entre sí para brindar a sus seguidores una información con esas exigencias de calidad.

Es sabido que, a menudo, la prensa y los políticos profesionales, en particular los que están en función de gobierno (por el tiempo que estén en él), no siempre se llevan bien. La primera tendencia que muestran los políticos, los grupos de poder y los de presión es servirse del periodismo para promocionarse, fortalecer su posición o potenciar sus ventajas. Buscan a los periodistas para entrevistas o protagonismo de noticias cuando están en campaña electoral, a la expectativa de un nombramiento importante o de la formalización de un negocio interesante. Los rehúyen cuando ya están instalados en cargos relevantes, cuando ya lograron sus metas pero, asimismo, cuando ya les llegó la hora de tener que comenzar a dar explicaciones de sus actos a la sociedad.

Es en esta segunda etapa en que para ellos la prensa se torna cargosa y abusiva, los periodistas les parecen impertinentes, las publicaciones se les antojan mentirosas, que distorsionan la información o forman parte de una campaña personal de descrédito. Entonces, del noviazgo se pasa al divorcio y es cuando comienzan a opinar que “a la prensa debe ponérsele algún límite”.

El periodismo no está exento de cometer pecados y equivocaciones, desde luego. Nadie afirma que la prensa es una institución capaz de mantenerse incuestionable e inmaculada; ni que es la única poseedora de la verdad absoluta. Tampoco todos los medios de prensa persiguen los mismos objetivos ni cuentan con los mismos recursos para prevenirse contra el error. Mas, en general, lo que a la ciudadanía le otorga un seguro infalible para detectar y diferenciar la verdad de la mentira, la buena fe de la mala, la prensa respetuosa de la libertad y la prensa mercenaria, es que tiene muchos otros medios competidores a los cuales recurrir para confrontar y verificar.

En la fecha internacional de la Libertad de Prensa, es oportuno reflexionar sobre estos argumentos porque, pese a que fueron expuestos en numerosas oportunidades anteriormente, todavía hay muchos que muestran su hostilidad hacia los medios periodísticos, y de este modo, parabólicamente, contra la libertad de expresión, proponiendo permanentemente se dicten leyes “especiales”, las que, según ellos, “perfeccionarán” el ejercicio de esta libertad.

En abono de estas opiniones suelen mencionar lo que inapropiadamente llaman monopolios o “concentración de medios en pocas manos”, como justificativo para proponer se dicten estas famosas leyes de prensa que, por supuesto, serán redactadas por ellos, con el fin de “asegurar más equitativamente” el ejercicio de la libertad de opinión.

Ya conocemos estos experimentos. Allí están Cuba, Venezuela, Ecuador y los países dominados por el fundamentalismo islámico, entre otros pocos más del mismo tipo, para entender cabalmente qué es lo que entienden estas personas por “prensa libre”, y cuál es el destino que les espera al periodismo y a la ciudadanía bajo estos regímenes.

Felicitémonos los paraguayos de tener las libertades de opinión y de publicación que nos dimos a nosotros mismos y que, cuidándolas con esmero, las conservamos fuertes y en progreso hacia un constante perfeccionamiento ético, tecnológico y profesional. Sea en el papel, en las ondas de radios, en las pantallas de TV, de computadoras, de teléfonos digitales, el profundo sentido ético del derecho a la libertad de opinión y de información debe mantenerse incólume y sostenido en la conciencia de los ciudadanos y ciudadanas, para formar una opinión pública cada vez más madura y participativa en los asuntos de interés general de nuestro país.

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