La democracia no es solo elecciones

El expresidente de Brasil Lula da Silva; la canciller del nuevo Gobierno argentino, Susana Malcorra, y exponentes de la izquierda local han venido sosteniendo que en Venezuela rige la democracia por el solo hecho de que allí se hacen elecciones periódicas. Por ese camino, Stroessner, amante de las “elecciones” que se realizaban puntualmente en nuestro país, podría ser considerado entonces el rey de la democracia. Esta, centrada en meras consultas populares demagógicas, generalmente poco transparentes o abiertamente amañadas, antes que fortalecer la representación popular en el gobierno, lleva más bien a una crisis de credibilidad ciudadana en las autoridades.

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En teoría, la democracia es el sistema político más eficaz para prevenir la emergencia de una facción dominante dentro de una sociedad, que podría usar su poder político para tiranizar a su pueblo. Ella logra esto diseminando el poder entre las tres ramas del Gobierno: Ejecutivo, Judicial y Legislativo. Esta división de poderes establecida por la democracia liberal permite la competencia entre los diversos grupos de interés que conforman una sociedad civilizada.

El expresidente de Brasil Luis Inacio Lula da Silva alababa al autoritario régimen populista de Hugo Chávez diciendo que en Venezuela había “exceso de democracia” y no falta de ella, aludiendo a las más de una decena de elecciones y referendos realizados por el fallecido gobernante para ir consolidando su poder bajo la fachada de un fortalecimiento de la representación popular. En nuestro país también, dirigentes de la izquierda como Ricardo Canese, Karina Rodríguez y Aníbal Carrillo piensan igual que Lula. Por ese camino, Alfredo Stroessner, amante de las “elecciones” que se realizaban puntualmente en nuestro país, podría ser considerado entonces el rey de la democracia.

Como ha podido comprobarse con el reciente abrumador triunfo de la oposición unida en Venezuela, la democracia centrada en meras consultas populares demagógicas, generalmente poco transparentes o abiertamente amañadas, antes que fortalecer la representación popular en el gobierno, lleva más bien a una crisis de credibilidad ciudadana en las autoridades.

Esta crisis de representación ocurre cuando los ciudadanos comunes sienten que su supuestamente democrático gobierno no representa sus intereses y está bajo el control de oscuras élites dedicadas a medrar a costa del dinero público invocando banderas de redención social. Lo que resulta irónico y peculiar acerca de este fenómeno es que el mismo ocurre en gran medida por culpa de reformas políticas demagógicas diseñadas por caudillos populistas, supuestamente para hacer más democrático el sistema de gobierno, como fue el caso de Chávez en Venezuela.

Con base en las consideraciones que anteceden, peca de ingenua la declaración de la flamante canciller del gobierno del presidente Mauricio Macri, Susana Malcorra, en el sentido de que no va a pedir la exclusión de Venezuela del Mercosur. Arguye que hubo elecciones, y que las mismas fueron democráticas. Aparentemente también, la nueva inquilina del Palacio San Martín ha hecho suyo el concepto acuñado por Lula en el sentido de que la esencia de la democracia representativa está dada por la frecuencia con que un determinado gobierno convoca a elecciones al pueblo, antes que por la perfección y el respeto por las instituciones por ella establecidas: la representación popular, la responsabilidad de los gobernantes y la gobernabilidad.

Todos estos presupuestos han brillado por su ausencia bajo los regímenes de Chávez y de Maduro, quienes han venido sometiendo y hambreando a su país, además de encarcelar y exiliar a opositores, mediante un Poder Ejecutivo autoritario, unas fuerzas armadas sometidas y un Parlamento y una Justicia títeres.

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