La Municipalidad está en contra de Asunción

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La insensata idea nacida en la Municipalidad de Asunción y ejecutada a los tropezones, consistente en edificar 16 casillas para vender comida en el paseo central de la avenida Acuña de Figueroa (Quinta) del Barrio Obrero, recibió el más decidido rechazo de la ciudadanía desde el momento mismo en que se la dio a conocimiento público. Pero la institución comunal, indiferente, prefiere soslayar el interés general. Realmente, se hace difícil explicar el empecinamiento con que las autoridades comunales capitalinas llevan adelante un proyecto que provoca tanta antipatía ciudadana. El esperpento urbanístico en que están convirtiendo la avenida Acuña de Figueroa no va a promover la calidad de vida de los asuncenos ni el desarrollo integral de la zona. En el mejor de los casos, va a proteger de la lluvia a unos cuantos vendedores informales que hasta ahora trabajan a la intemperie. Y esto, francamente, constituye un objetivo que está demasiado alejado de la justificación política que funda y sostiene una institución tan antigua como es la Municipalidad. Los vecinos directamente afectados por las obras y los demás del Barrio Obrero deben continuar con sus protestas para la demolición de lo construido y la recomposición del lugar.

La insensata idea nacida en la Municipalidad de Asunción y ejecutada a los tropezones, consistente en edificar dieciséis casillas para vender comida en el paseo central de la avenida Acuña de Figueroa (Quinta) del Barrio Obrero, recibió el más decidido rechazo de la ciudadanía desde el momento mismo en que se la dio a conocimiento público. Pero la institución comunal, indiferente, prefiere soslayar el interés general.

En vez de embellecer un espacio tradicional para uso y disfrute de miles de personas, resulta que prefiere complacer a unas cuantas. Si en vez de casillas hubiese sembrado árboles y plantas ornamentales, instalado fuentes de agua, pérgolas, esculturas y otros atractivos que suelen emplearse en esos espacios urbanos, habría enriquecido estética y funcionalmente un área de la capital muy apreciada por residentes y peatones.

Es muy comprensible que los vecinos afectados vengan protestando contra tales construcciones, así como también distinguidos arquitectos que ven en el caso un atentado contra la armonía urbanística y belleza de la zona en la cual esa avenida hace de eje. En marzo pasado se presentó ante la Comuna un pedido formal, suscrito por 5.000 personas, para que esas casillas sean demolidas, que no recibió respuesta alguna porque el despropósito prosiguió tranquilamente contra viento y marea.

Para empeorar la situación, este proyecto absurdo, que se inició en setiembre del año pasado, fue suspendido a medio hacer hasta que fue reanudado lentamente. Pero, en el ínterin, ya se robaron partes instaladas o se destruyeron algunas construcciones, de manera que, según se aprecia en este momento, esa parte de la avenida Acuña de Figueroa aparece ante la vista con una pésima imagen estética.

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Realmente, se hace difícil explicar el empecinamiento con que las autoridades comunales capitalinas llevan adelante un proyecto que provoca tanta antipatía ciudadana. Para apaciguar algunos ánimos se hicieron unas pequeñas correcciones al adefesio original, con las que, por supuesto, no se resolvió ninguno de los inconvenientes temidos por el vecindario. Correr las edificaciones unos metros hacia acá y ampliar espacios unos centímetros más allá no son medidas que tendrán la virtud de impedir la desnaturalización del conjunto al que están pretendiendo presentar como “solución social”.

Las soluciones realmente sociales no consisten en crear ventajas para unas cuantas personas en perjuicio de una gran mayoría; todo lo contrario. Los escasos comerciantes informales que impedían el cumplimiento de la finalidad de ese paseo central, como hacen también en otros puntos similares de la ciudad, tendrían que haber sido desalojados, reinstalados o hacer con ellos lo que legalmente corresponda, pero sin consolidar su ocupación, sabiendo que esta medida crea un vicio que muy pronto será imitado, induciendo a otros informales a aprovechar los espacios públicos desprotegidos, que en Asunción son la gran mayoría. Así se les enseña que instalándose y aguantando un poco de tiempo, podrán obtener el provecho permanente. Hay tantos ejemplos de estos abusos que ni siquiera hace falta señalarlos.

El esperpento urbanístico en que están convirtiendo la Av. Acuña de Figueroa no va a promover la calidad de vida de los asuncenos ni el desarrollo integral de la zona. En el mejor de los casos, va a proteger de la lluvia a unos cuantos vendedores informales que hasta ahora trabajan a la intemperie. Y esto, francamente, constituye un objetivo que está demasiado alejado de la justificación política que funda y sostiene una institución tan antigua como es la Municipalidad.

Por todo esto, la ciudadanía, los medios de prensa y las autoridades que tengan facultades en esta materia deben secundar y apoyar decididamente a los vecinos del Barrio Obrero que están manifestándose en contra de este despropósito de la Comuna, que se lleva adelante contra todo consejo y sentido común. Los 16 comerciantes informales a los que se quiere dar un establecimiento permanente en el paseo central citado no deberían estar allí, usurpando lo que pertenece a todos, sin prestar ningún servicio apreciable para los transeúntes sino que, por el contrario, representando un estorbo general y una fuente de desorden y de suciedad.

Los vecinos directamente afectados por las obras y los demás del populoso Barrio Obrero deben continuar con sus protestas y reclamar con firmeza y perseverancia la demolición de lo construido y la recomposición del lugar para que cumpla con su meta urbanística. Y la Municipalidad tiene la obligación de escuchar a los contribuyentes con cuyos impuestos y tasas mantiene a sus más de 8.000 funcionarios, gran parte de ellos puro zánganos.