En su discurso, pronunciado el último sábado en la inauguración oficial de la Expoferia de Mariano Roque Alonso, el presidente de la Unión Industrial Paraguaya (UIP), Eduardo Felippo, afirmó que “necesitamos mejorar la calidad de los parlamentarios”, pues “los malos son mayoría”.
Tiene toda la razón. La pobreza moral e intelectual que distingue a un elevado número de integrantes del Congreso causa indignación y vergüenza ajena. El diputado liberal Carlos Portillo, quien hace hasta de hazmerreír de la ciudadanía y que cobró un viático sin haber viajado al exterior, no está solo, ni mucho menos.
En el Poder Legislativo se emplea la banca para ejercer el tráfico de influencias, practicar el nepotismo, pagar con el dinero público el sueldo de los empleados domésticos, obtener inmunidad para dificultar procesos legales por fechorías anteriores o hasta para crear o reforzar vínculos con el crimen organizado.
Para mostrar que son laboriosos, los legisladores presentan proyectos de ley para cambiar el nombre de una calle de Asunción, dedicar un día a la conmemoración de un hecho cualquiera, prohibir que los consumidores sean llamados por el número de orden de un “ticket”, aprobar pedidos de informes como el que el año pasado obligó al Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social a responder con el envío de un millón de documentos distribuidos en dos mil biblioratos o declarar de interés cultural y artístico el concierto de un grupo musical italiano de ópera “pop”.
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Duele decirlo, pero en la comparación con el Congreso que existía bajo la dictadura, el de hoy saldría perdiendo, al menos desde el punto de vista intelectual.
Nuestro diario ha venido insistiendo en que las “listas sábana”, elaboradas por los caciques partidarios a cambio muchas veces de “aportes”, son de lo más nefastas y están en el origen de la calamitosa limitación moral e intelectual de los parlamentarios. El poder económico juega, sin duda, un papel decisivo a la hora de competir en unas elecciones para el Congreso. Se compran puestos en las “listas sábana”, pero también votos del electorado empobrecido y sin esperanzas, empezando por los comicios internos de los dos grandes partidos. Se estima que la inversión requerida para aspirar seriamente a una banca en el Senado ronda los 1.800 millones de guaraníes. En el putrefacto ambiente político vigente en nuestro país, los viejos caraduras que ignoran sus limitaciones y tienen las manos sucias gozan de todas las facilidades para conquistar una banca. Por su parte, los dueños de los partidos, los popes que manejan la estructura y el dinero del Estado que les llega como subsidio, priorizan a sus claques y dificultan la entrada en la carrera política de personas jóvenes, honestas y capaces. El afiliado, primero, y el ciudadano, después, se ven obligados a votar por quienes han sido digitados por las cúpulas, sin atender precisamente a sus virtudes sino más bien a su dinero y su obsecuencia.
Las listas cerradas impiden que el elector ejerza su libertad de votar por quienes, a su juicio, son los mejores candidatos, ya que en la oferta electoral abundan los corruptos, los inútiles y los haraganes.
Los “hombres viejos, remendados o escombros”, a los que alguna vez se refirió monseñor Ismael Rolón, tienen todas las ventajas para ocupar un escaño y permanecer en él, aunque su aporte a la excelencia legislativa sea nulo. Si robaron antes, sus chances son considerables: el diputado colorado Elio Cabral reveló el año pasado que él y 48 colegas suyos que pasaron por la función pública tienen “techo de vidrio”.
Es deplorable que la democratización del Paraguay tras la caída de la dictadura de Alfredo Stroessner haya ido de la mano con la mediocrización del Poder Legislativo, ya que necesitamos con la mayor urgencia buenas leyes que sirvan de soporte al desarrollo del país.
Aparte de la indigencia intelectual, muchos legisladores descuellan también por su comportamiento indecoroso, por decir lo menos, lo que resulta aún más indignante. Se trata de un fenómeno que, lamentablemente, se extiende en nuestra región, lo que ha llevado a mucha gente ajena a la política y de las profesiones más dispares, como payasos y prostitutas, a competir por una banca. Así, el payaso brasileño Tiririca llegó a ser el más votado, admitiendo en su campaña previa que él no sabía lo que hace un diputado, “pero me voy a enterar y después les cuento”. Por su parte, una prostituta peruana se candidató con el propósito anunciado de hacer del Congreso “un burdel respetable”. En Ecuador, un grupo de jóvenes candidató en 2013 a un burro para la Asamblea Nacional y, si bien su candidatura no fue aceptada, “don Burro” consiguió más de 10.000 votos en las redes sociales.
Hay otros episodios parecidos que revelan hasta qué punto se ha degradado la imagen de los senadores y diputados por sus prácticas desviadas y corruptas. Por eso, es comprensible la preocupación expresada por el sector productivo en la actual Expoferia de Mariano Roque Alonso, a través de sus más altos exponentes.
Los ciudadanos y las ciudadanas en general también tienen que manifestarse con perseverancia y firmeza en el mismo sentido, y sobre todo para exigir, en todas las instancias que correspondan, la eliminación del funesto método de las “listas sábana”, que secuestra su voluntad a los electores paraguayos.