Los bolivarianos desnaturalizan el rol de las Fuerzas Armadas

Reconociendo el neto corte militarista del régimen que heredó de Hugo Chávez, el presidente de facto de Venezuela, Nicolás Maduro, reafirmó el vínculo de “unidad” existente entre el gobierno, el partido oficial y las Fuerzas Armadas. Aunque se trata del mismo execrable modelo de tiranía que existía aquí en la época de Alfredo Stroessner, llamativamente, ahora nadie en la región levantó su voz de protesta para rechazar la nefasta decisión bolivariana de incorporar a los militares en una tarea que para nada les compete. Lo curioso del caso es que Maduro asegura que milita en las filas de esa misma izquierda que en épocas de gobiernos totalitarios de derecha se rasgaba las vestiduras criticando la injerencia de las FF.AA. en la política. Los bolivarianos son idénticos a los más renombrados exponentes de la derecha totalitaria, que durante las décadas del 1970 y 1980 se pasaron avalando gobiernos militaristas para “salvar” a los pueblos de esa hipotética “amenaza” externa que representaba el comunismo.

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Reconociendo abiertamente el neto corte militarista del régimen que heredó del difunto Hugo Chávez –que inconstitucionalmente lo ungió como “sucesor”–, el presidente de facto de Venezuela, Nicolás Maduro, reafirmó el vínculo de “unidad” existente entre el gobierno, el partido oficial y las Fuerzas Armadas. Aunque se trata del mismo execrable modelo de tiranía que existía aquí en la época del dictador Alfredo Stroessner, repudiado por los sectores democráticos de la sociedad a nivel nacional e internacional, llamativamente, ahora nadie en la región levantó su voz de protesta para rechazar la nefasta decisión bolivariana de incorporar a los militares en una tarea que para nada les compete.

“Esta Fuerza Armada está aquí, que ha construido nuestro padre, guía, maestro, comandante supremo Hugo Chávez; seguirá aquí. La Fuerza Armada Nacional antiimperialista continuará su rumbo; nadie ni nada lo va a detener”, sostuvo Maduro en declaraciones propias del autócrata en el que se ha convertido.

Es de señalar que en los países regidos por democracias transparentes y jerarquías militares subordinadas al orden civil, como es el caso de Chile, Uruguay, Costa Rica, Brasil o Colombia, ningún político alude a las Fuerzas Armadas como brazo del gobierno establecido para combatir “enemigos”. Nunca tampoco se escuchó a sus comandantes proclamar que estaban preparándose para “defender al pueblo” del ataque de algún enemigo misterioso atrincherado en las tinieblas.

Para los nuevos paranoicos del poder bolivariano, esos enemigos “ocultos” solo ellos saben dónde están, tal vez en los Montes Urales o en los rascacielos de Londres o Nueva York. Aunque ahora también podría darse el caso de que esos adversarios se oculten en los edificios de inmensa altura existentes en Shanghái, Shenzhen o alguna otra ciudad de ese nuevo coloso que es China Continental.

Lo llamativo del caso es que Maduro asegura que milita en las filas de esa misma izquierda que durante gran parte de nuestra historia reciente, en épocas de gobiernos totalitarios de extrema derecha, se rasgaba las vestiduras criticando la injerencia de las Fuerzas Armadas en la política.

Aunque no lo quieran reconocer, los integrantes de la nueva izquierda bolivariana son idénticos a los más renombrados exponentes de la derecha totalitaria antidemocrática que durante las décadas del 1970 y 1980 se pasaron protegiendo y avalando gobiernos militaristas para salvar a los pueblos de esa hipotética “amenaza” externa que representaba el comunismo.

En aquel entonces, los militares luchaban contra el marxismo, por lo que eran acreedores de todo tipo de denuestos y repudios. Sin embargo, ahora, en la era del socialismo del siglo XXI, ninguno de los gobiernos democráticos del continente objeta que las Fuerzas Armadas bolivarianas, según la declaración chavista, se aboquen a enfrentar al “imperialismo” que está presto para engullirse a Venezuela.

Como puede observarse, las mentiras no pueden ocultarse, ni antes ni ahora. Lo que estaba mal en los militares hace 30 o 40 años, continúa estando mal ahora. Las Fuerzas Armadas de todos los países donde existe un gobierno democrático deben completa prescindencia de la esfera política y total sujeción a las autoridades civiles elegidas en comicios libres por los ciudadanos.

En este aspecto, deberían ser los propios militares venezolanos quienes breguen por la institucionalización de su carrera, rechazando todo intento de instrumentación, subordinación o desvío de los fines para los cuales la institución a la que pertenecen fue creada. No está entre sus atribuciones luchar contra enemigos imaginarios, ni contra los fantasmas que azuzan los líderes políticos bolivarianos para generar sentimientos de nacionalismo exacerbado de los cuales obtener réditos en términos de consolidación del poder político.

Por lo demás, es bien sabido que cuando las Fuerzas Armadas tienen –como en este caso de Venezuela– influencia directa en el gobierno de sus países, muchos de sus componentes se dedican a robar a mansalva, como sucedió aquí durante los aciagos años de la dictadura stronista. Ese es el precio que el poder debe “pagar” para reconocerles la “ayuda” que prestan para una mal entendida “estabilidad” política: permitirles participar en turbios “negocios” para mantenerlos satisfechos y no piensen en planes que comprometan la estabilidad de los totalitarismos a los que sirven.

Las invocaciones de Maduro desnaturalizan abiertamente el rol de las Fuerzas Armadas en una sociedad democrática, por lo que se merecen el rechazo de todos los defensores y amantes de la libertad.

Sin embargo, por cobardía, conveniencia o complicidad con el nuevo tirano de Venezuela, muchos presidentes de la región supuestamente democráticos, de esos que nos “castigaron” por la destitución de Lugo, guardan un vergonzoso silencio ante la clara amenaza a la democracia del delfín de Hugo Chávez; parecen no estar dándose cuenta de que apañándolo, están sentando un nefasto precedente que podría constituirse en una advertencia para su propio poder en el futuro cercano, porque ya se sabe en qué desventuras lamentables suelen terminar las historias en las que se concede a las Fuerzas Armadas el papel de garantizarle a un partido político que lo van a mantener siempre en el poder, como ocurre hoy con la desdichada Venezuela.

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