Los bolivarianos tuercen las leyes para perpetuarse en el poder

Sin ningún esfuerzo, echando mano de un sinnúmero de “interpretaciones” legales y atajos constitucionales, el presidente de Bolivia, Evo Morales, logró que el Congreso de su país le aprobara una cuestionada ley que le permitirá postularse a un tercer mandato presidencial. Con ello, se convertirá en el mandatario que más tiempo estará al frente de la conducción política del país andino. Cumplirá así con el postulado del manual de todo líder bolivariano “auténtico”: perpetuarse en el poder para conducir progresivamente a su país por el camino de una autocracia totalitaria de corte marxista. Esta es la verdadera aspiración de todos los presidentes bolivarianos. Así lo hizo el extinto Hugo Chávez, que presidió Venezuela durante poco más de 14 años. De igual forma procedió Rafael Correa, también en el poder desde el año 2006, revalidado en la Presidencia en 2009, y atornillado en el gobierno con las elecciones de este año, y otro tanto intenta hacer Cristina Kirchner.

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Sin ningún esfuerzo, echando mano de un sinnúmero de “interpretaciones” legales y atajos constitucionales, el presidente de Bolivia, Evo Morales, logró que el Congreso de su país le aprabara una cuestionada ley que le permitirá postularse a un tercer mandato presidencial. Con ello, se convertirá en el mandatario que más tiempo estará al frente de la conducción política del país andino. Cumplirá así con el postulado del manual de todo líder bolivariano “auténtico”: perpetuarse en el poder para conducir progresivamente a su país por el camino de una autocracia totalitaria de corte marxista.

El texto de la denominada “Ley de Aplicación Normativa” fue sancionado la semana pasada por la Cámara de Diputados de Bolivia. La norma confirma una polémica sentencia del Tribunal Constitucional, que en abril último respaldó la legalidad de una nueva postulación. Según esa instancia judicial, los mandatos de Evo Morales previos al 2009 no deben ser tomados en cuenta, puesto que recién en ese año se produjo la refundación del país con carácter de “Estado Plurinacional”; antes era solo República de Bolivia, así, a secas.

Sin embargo, la Constitución que Evo Morales mismo hizo aprobar casi a la fuerza, ese mismo año, prescribe –exactamente al revés– que los periodos previos a la promulgación de la Ley Fundamental sí deben ser tomados en cuenta en el cómputo total de mandatos consecutivos, que no deben ser más de dos. Desde luego, esta frontal impugnación legal en nada preocupa al mandatario boliviano, cuyo único objetivo es detentar el poder el mayor tiempo posible.

De hecho, Morales asumió la Presidencia de su país en enero de 2006, más de siete años atrás, y si se impone en las elecciones previstas para diciembre del próximo año, como es seguro que ocurra, se convertirá en el jefe de Estado que más tiempo gobierne la nación andina, ya que se aseguraría su permanencia en el poder hasta el año 2020. Allí verá, si fuere necesario, qué nuevo pretexto inventar para continuar en el poder.

Esta es la verdadera aspiración de todos los presidentes bolivarianos. Así lo hizo el extinto Hugo Chávez –mentor de todos los aspirantes a dictador que actualmente existen en la región–, que presidió Venezuela durante poco más de 14 años. De igual forma procedió Rafael Correa, también en el poder desde el año 2006, revalidado en la Presidencia en 2009, y atornillado en el gobierno con las elecciones de este año.

Otro tanto acontece en Argentina, donde el matrimonio Kirchner viene gobernando el país sin solución de continuidad desde mediados del año 2003. El mandato actual de Cristina Fernández se extiende hasta diciembre de 2015, pero el oficialismo argentino ya está moviendo los hilos del poder para promover una reforma constitucional que le permita a la mandataria continuar en la Casa Rosada hasta fines del año 2019.

Si se las miran en su real dimensión y verdadera perspectiva, estas maniobras políticas y legales realizadas por los bolivarianos no difieren de los planes que los déspotas, militares o no, de extrema derecha pusieron en práctica durante el siglo pasado para detentar el poder por tiempo indefinido. En nuestro país, por ejemplo, el tirano Alfredo Stroessner aplicó básicamente los mismos métodos que hoy implementan los Morales, Correa y Kirchner –y en su momento Chávez– para clavarse a la Presidencia de la República. Perversa estrategia que le permitió empotrarse en el sillón de los López durante tres décadas y media.

Estos líderes “providenciales”, estos nuevos mesías, se llenan permanentemente la boca asegurando que son demócratas y que solo buscan el bien de sus pueblos, su “redención” social. Así les gusta expresarse para demostrar sus supuestas buenas intenciones. Pero mienten descaradamente, ya que si realmente fueran respetuosos de las normas de convivencia que deben regir en todo sistema democrático, admitirían que la alternancia política es un componente esencial de todo régimen verdaderamente republicano.

Pero, en su ambición, ellos desprecian el pluralismo. Con espíritu mesiánico, consideran que son los únicos capaces de producir la “revolución”, el rescate social de sus pueblos, y se encaraman en el poder a través de los mecanismos que les garantiza la democracia occidental con la protección de una libertad de prensa sin restricciones, para luego, una vez instalados en él de manera definitiva, consumar viles atropellos no solo al orden constitucional de sus respectivos países, sino hasta de los principios más elementales de una democracia representativa.

Paradójicamente, estos son los líderes que pretenden darnos a los paraguayos cátedra de “respeto y apego” al régimen constitucional, y quienes han tenido el tupé de separarnos de organismos regionales por una supuesta ruptura del orden democrático. Es bueno tenerlo en cuenta y ponderarlo de manera permanente, a fin de calibrar en su justa medida el tipo de figuras que actualmente domina la escena regional, la clase de gente que se erige en intérprete y custodio de un sistema al que ellos mismos desprecian con los métodos que permanentemente aplican para atornillarse en el poder. Una comparsa autoritaria y prepotente.

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