El arquitecto Antonio Coscia, jefe de la Dirección de Planeamiento Urbano de la Municipalidad de Asunción, afirmó recientemente, sobre las obras que ya comenzaron a ejecutarse en el paseo central de la avenida Acuña de Figueroa (o Quinta), que “los que hablan no conocen el proyecto”.
Es preciso que estos funcionarios públicos que suelen posar de urbanistas entiendan que el bien más preciado para la ciudad, para los barrios, es el espacio abierto, las áreas verdes, las superficies que aportan aire, luz y una tranquilidad siquiera relativa, en medio de una ciudad como Asunción, actualmente colapsada bajo el peso insostenible de un tránsito automotor invasivo, caótico, ruidoso, contaminante y prepotente.
Se equivoca de medio a medio el señor director municipal. No se necesita conocer los detalles técnicos de su proyecto, que propone modificar el paseo central de la avenida citada, para formarse una opinión concluyente sobre tan mala idea. Dieciséis casillas de material, es decir, calculadas para estar fijamente definitivas allí, van a ser construidas a expensas del espacio abierto, van a ocupar los lugares que deben estar libres para el pasto, plantas con flores y árboles, para los bancos de descanso y las veredas de paseo. ¿Para qué esta sustitución destructiva? ¿Con qué finalidad? Simplemente, para favorecer a unos cuantos “puesteros” o pequeños comerciantes. Dieciséis concesionarios serán privilegiados con el aprovechamiento comercial de un espacio público que, de esta manera, será escamoteado a miles de personas.
¿No era que el interés de las mayorías siempre prevalece sobre el de los individuos? ¿Acaso las sanas reglas del urbanismo no aconsejan ampliar los lugares abiertos y equiparlos para el uso y goce de la mayor cantidad posible de habitantes, al tiempo de reducir en lo posible las áreas construidas?
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Otra “perla” soltada por el arquitecto Coscia fue que las obras proyectadas son para revitalizar el lugar, que hace solo pocos meses era “tierra de nadie”. El funcionario debe una respuesta al público: ¿Y por culpa de quién se convirtió ese paseo en “tierra de nadie”? Pues, como es evidente, precisamente por culpa de la Municipalidad de Asunción, a la que corresponde mantener los espacios verdes aptos para la función que les corresponde y en libre disposición. Por eso se llaman “espacios públicos”, porque fueron delimitados para disfrute general y porque, consecuentemente, no pueden ser enajenados ni destinados a otra finalidad que la que le es inherente y esencial.
Pero la concesión de uso de esos sitios para locales y actividades comerciales particulares es una forma disfrazada, sui géneris, de privatización de sus bienes de dominio público que la Municipalidad comete, en desprecio de prohibiciones fundamentales de su carta orgánica y de los derechos más básicos de los habitantes de la ciudad.
Al edificar casillas en los paseos centrales de avenidas, o permitir su ocupación por comerciantes informales, o tolerar usos degradantes del suelo y de la vegetación en ellos, las autoridades municipales violentan su conciencia ética de administradores que representan –o deberían representar– a todos los habitantes de la ciudad, ignorando que su primera obligación es promover y proteger los intereses colectivos de sus representados. En vez de eso, hacen lo contrario: perjudican a la mayoría para satisfacer los negocios de unos cuantos, incluidos concejales.
Para atenuar las críticas y la oposición que este malhadado proyecto ya generó, el mencionado vocero municipal lanzó una ristra de grandilocuentes promesas, típicas de estos casos. Asegura que las obras aportarán al lugar entretenimiento, seguridad, aseo, orden y vigilancia. ¿Supone el señor director que alguien va a creer esto? Basta observar qué sucede con el Parque Caballero, con la Avenida Costanera, con varias plazas y otros lugares de Asunción para comprobar que la Municipalidad carece por completo de autoridad y no posee herramientas básicas de intervención para hacer respetar sus normas.
De modo que lo que cabe esperar de las dieciséis casillas del paseo central de la avenida Acuña de Figueroa es que, probablemente, después de algún tiempo, serán treinta y dos o sesenta y cuatro. ¿Por qué se les retacearía a otros comerciantes informales –que van a continuar instalándose en el lugar o en las inmediaciones– lo que se les concedió a los 16 iniciales? No sería equitativo ni políticamente conveniente para los concejales municipales negarles otros espacios a los futuros demandantes.
Y así, con esta clase de funcionarios y esta clase de argumentaciones, Asunción va perdiendo sus valiosos espacios públicos, por lo que los vecinos deben organizarse y defenderse –vaya paradoja– de las propias autoridades que se crearon, supuestamente, para representarlos y beneficiarlos.
Esas casillas deben ser demolidas y la avenida Quinta transformada en un jardín. Los vecinos no deben claudicar en sus exigencias y la Municipalidad, cuyas autoridades –intendente y concejales– fueron elegidas por ellos y, por tanto, son sus mandantes, deben consultarlos antes de encarar cualquier emprendimiento que los afecte.