El presidente Cartes se niega a aceptar la renuncia del diputado Enrique Mineur (PLRA) al cargo de embajador en Portugal, con el solo fin de impedir que se reintegre a la Cámara y vote contra la enmienda de sangre el próximo miércoles. Quiere que la banca siga siendo ocupada por el suplente Fernando Nicora, liberal llanista-cartista (y primo del influyente Juan Carlos López Moreira, jefe de Gabinete de la Presidencia), imputado por los delitos de lesión de confianza y de estafa, que habría cometido en 2012 y en 2013, al frente de la Administración Nacional de Navegación y Puertos. En el primer presunto delito se le atribuye el pago de salarios a 262 planilleros, y en el segundo, la firma de un contrato ilegal de locación con la firma Suisse Investment Corp SA. Este pájaro de cuentas está dispuesto a apoyar a muerte el proyecto inconstitucional, con la esperanza de que su voto le va a evitar el desafuero y el posterior juicio oral y público. Por de pronto, ya cuenta con el apoyo de los diputados “cartistas”, que rechazaron en la última sesión la reincorporación del diputado titular que ejerció el cargo de embajador mediante el permiso otorgado por la Cámara. El canciller Eladio Loizaga afirmó que el diputado Mineur, que está esperando desde el 30 de enero que su renuncia sea aceptada, terminará su misión diplomática recién cuando Horacio Cartes visite Portugal el 12 de mayo de este año. O sea que hasta entonces seguirá representando al Gobierno aunque ya no quiera hacerlo.
Si el decreto de aceptación de la renuncia fuera indispensable para su reincorporación, podría incluso ocurrir el disparate de que ella no se produzca hasta que concluya el actual mandato presidencial, de modo que el señor Mineur seguiría condenado a presidir la embajada, mal que le pese.
¿Por qué retenerlo en el cargo diplomático, contra su voluntad, solo hasta el 12 de mayo? Quizás porque para entonces ya se habrá resuelto la cuestión que les tiene obsesionados al presidente Cartes y al senador Fernando Lugo. Hasta ahora, habían perjurado, mentido y causado la muerte del joven Rodrigo Quintana. Ahora se sabe que el primero de ellos también se niega a aceptar una renuncia para que un caradura, doblemente imputado, pueda respaldar su demencial iniciativa. Por de pronto, el diputado Édgar Acosta (PLRA), gravemente herido por un disparo a quemarropa hecho por un agente policial, no podrá asistir a la sesión venidera de la Cámara. De todos modos, y para asegurarse, Horacio Cartes quiere impedir otro voto en contra y ganar uno a favor, con el respaldo de sus diputados serviles. Se trata de una canallada, propia de personas que no tienen el menor sentido de la decencia. Si mediante maniobras tan ruines como esta Cartes lograra la reelección inconstitucional, su presidencia no sería más respetable que la jefatura de un capo de la mafia siciliana. Carecería de la menor autoridad moral para conducir el país y enlodaría su nombre de la peor manera. Podría ir aún más lejos, sin duda, embistiendo contra cualquier obstáculo jurídico o moral. Da la firme impresión de que ya quemó sus naves, es decir, que está más empeñado que nunca en huir hacia adelante, con tal de satisfacer su tremenda ambición, en compañía del exobispo. Es decir, se trata menos de una astuta operación política que de una manifestación de vileza, de la que sus hijos no podrán sentirse orgullosos. Si en mala hora se saliera con la suya, estará sentado en el Palacio de López sobre un cadáver y sobre un montón de inmundicia.
En verdad, debería darle vergüenza recurrir a métodos tan inescrupulosos para rendir culto a su desmedida egolatría. La ciudadanía conoce la índole de los legisladores que le secundan en esta aventura, y tiene todo el derecho a suponer que la suya es similar a la de ellos, es decir, a la de Víctor Bogado, Freddy D’Ecclesiis, Perla de Vázquez, Cristina Villalba, Óscar González Daher, Bernardo Villalba, Enzo Cardozo y Fernando Nicora, entre otros desvergonzados. Atendiendo sus últimas actuaciones, el Presidente de la República debe sentirse muy a gusto en semejante compañía. Se diría que comparte con ellos similares nociones acerca del bien y del mal en la función pública, las que, con toda certeza, no son las mismas que tiene un ciudadano honorable.
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Cuando abandone el poder que tanto adora, sea en 2018 o más tarde, gracias a sus múltiples fechorías no volverá a su hogar con la satisfacción del deber cumplido ni con la gratitud de sus compatriotas. Por el resto de sus días, tendrá que sufrir el vituperio y el escrache de la gente honrada, que cree en las leyes y en la moral pública. De eso puede estar muy seguro, así como de que la sangre ya derramada quedará en las páginas de nuestra historia como un tétrico baldón que lo acompañará mientras viva.
El presidente Cartes podrá invocar al papa Francisco o a quien sea, pero nada ni nadie podrá borrar de la memoria de los paraguayos lo que está perpetrando por el mero afán de mandonear. ¿O es que cree que el Paraguay no tendría presente ni futuro sin su gobierno, tan cuestionable como los anteriores? El país va a sobrevivir a su codicia inmensa y su apego al poder.
Es preocupante que, en vez de buscar potenciar su figura para encarar lo que le resta de mando al frente del país, el presidente Cartes, con esta maniobra sucia, decida continuar enfrentando a la ciudadanía que quiere vivir en libertad y legalidad.