Modernizarse o fracasar

Si de algo ya se habrá dado cuenta el novel presidente Mario Abdo Benítez es de que no podrá llegar muy lejos en búsqueda del éxito en su gestión sin despojarse de los antiguos vicios y lastres que los sucesivos Gobiernos que le precedieron fueron introduciendo en el aparato del Estado. Tuvo tiempo y roce suficientes para comprender que este país requiere hoy un gobernante con mentalidad moderna, dispuesto a actualizar las obsoletas y disfuncionales instituciones heredadas de la dictadura, las que fueron mal concebidas posteriormente, o desvirtuadas por la politiquería. Si los actuales políticos en el ejercicio del poder no se dan cuenta de las transformaciones que se operan en la sociedad, con o sin la participación de ellos mismos, en algún momento serán enviados a la cuneta por el paso arrollador de la historia. Mario Abdo Benítez y sus colaboradores tendrán que dedicarse a la tarea de modernizar, actualizar; si no, la juventud la hará a la fuerza, sin ellos o contra ellos. En el mundo desarrollado, todos los días se están generando las nuevas herramientas que amplían y ampliarán permanentemente los conocimientos y la comunicación. Ante el notorio cambio que la humanidad está experimentando, es necio pretender mantenerse al margen.

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Si de algo ya se habrá dado cuenta el novel presidente Mario Abdo Benítez es de que no podrá llegar muy lejos en la búsqueda del éxito en su gestión sin despojarse de los antiguos vicios y lastres que los sucesivos Gobiernos que le precedieron fueron introduciendo en el aparato del Estado. Tuvo tiempo y roce suficientes para comprender que este país requiere hoy un gobernante con mentalidad moderna, dispuesto a actualizar las obsoletas y disfuncionales instituciones heredadas de la dictadura, las que fueron mal concebidas posteriormente, o desvirtuadas por la politiquería.

Como se puede comprobar en informes de prensa, todos los días, cada funcionario que asume la dirección de una institución pública se considera dueño de la misma y pasa a administrarla como si fuera de su patrimonio personal, produciendo los catastróficos resultados que vemos en casi todas ellas. No hay un solo organismo o empresa pública autónoma que se desempeñe como sus usuarios o clientes merecen y esperan que lo haga; casi ninguna cumple de manera correcta las funciones para las que fue creada.

Es lógico que ocurra esto, si sus gestionarios no la dirigen hacia sus fines naturales sino que simplemente la ven como oportunidad para enriquecerse con sus licitaciones amañadas, contratos dirigidos, obras sobrefacturadas, coimas, etc.; y para aprovecharse de los cargos y remuneraciones de que dispone para moverse en el mercado del tráfico de influencias, sobre el cual construyen su poderío político, porque les sirven para conformar su clientela electoral, indispensable para pretender ascender o, por lo menos, conservar su puesto y sus prerrogativas durante el mayor tiempo posible.

Por este motivo, entre otros, es que en este país, donde uno mete el dedo o requiere resolver una necesidad, tropieza con un aparato burocrático inmenso, ineficiente y corrupto, que frena todos los procesos, hunde todas las iniciativas, sepulta todas las ilusiones.

Mario Abdo Benítez asume y recibe un país en estas condiciones. No deja de ser lógico, por tanto, que encuentre personas que teman que su suerte esté ahora en manos de otro impostor, igual a los ocho que le precedieron desde la defenestración del dictador Alfredo Stroessner, en febrero de 1989.

Del primero que tiene que distanciarse y diferenciarse Abdo Benítez es, sin duda alguna, del que acaba de precederle, Horacio Cartes, quien, cuando asumió, hace cinco años, prometió marcar un punto de inflexión en el errático curso de la conducción política de la nación con un supuesto “nuevo rumbo”, que no fue más que un desordenado accionar que lejos estuvo de aproximarse siquiera a la meta de sacar al país del estancamiento económico y del marasmo de la corrupción.

En vez de eso, lo que Horacio Cartes consiguió fue duplicar la deuda externa del país y pervertir la institucionalidad de la República, en sus febriles afanes por aferrarse al poder y hacer manejar los principales negocios públicos por gerentes de sus empresas particulares. Mientras que, para la consecución de su reelección personal, se abocó a la tarea de impulsar un proyecto autoritario, de retroceso democrático, socavando la preeminencia de la Constitución, cooptando con prebendas a una mayoría codiciosa de legisladores, del Poder Judicial, de la Fiscalía del Estado, el Consejo de la Magistratura y otros organismos principales. Afortunadamente, no pudo hacer lo mismo con la ciudadanía, que se alzó en defensa de la Constitución con todos los medios lícitos a su alcance, truncando así su alocada pretensión.

En este nuevo Gobierno que se inicia, aunque en la composición del gabinete de ministros y los principales colaboradores al frente de ciertas instituciones y empresas públicas –incluidas las usinas hidroeléctricas binacionales– se ve todavía a ciertos burócratas y políticos sumamente gastados, algunos comprobadamente corruptos, todavía se espera que, ya con la lapicera en la mano, el flamante mandatario recapacite acerca de la inconveniencia política de volver a recurrir a los “hombres escombro”.

Eso debe cambiar urgentemente y son los jóvenes los que deben ayudar, primero, y obligar, si fuese necesario, a que esto ocurra realmente y de una vez por todas. Y a ellos tendrá que sumarse la ciudadanía consciente y dinámica que entiende que su futuro y el de sus descendientes es lo primero que está en juego.

En efecto, las ansias de superación intelectual de la juventud deben obligar a los políticos viejos a darse cuenta de que el país necesita modernizarse para hacer posible que la libertad individual genere los beneficios que produce en los países más adelantados, para impulsar la iniciativa privada y elevar los niveles de competitividad, de modo de poner al Paraguay a la altura de los tiempos, en todos los órdenes posibles.

Si los actuales políticos en el ejercicio del poder no se dan cuenta de las transformaciones que se operan en la sociedad paraguaya, con o sin la participación de ellos mismos, en algún momento serán enviados a la cuneta por el paso arrollador de la historia. Mario Abdo Benítez y sus colaboradores tendrán que dedicarse a la tarea de modernizar, actualizar; si no, la juventud lo hará a la fuerza, sin ellos o contra ellos.

Tenemos a la vista la experiencia de otros países que, lamentablemente, van en sentido contrario a los tiempos y a los requerimientos de sus pueblos, conducidos por líderes mesiánicos, que se ven como “predestinados”, a quienes Dios les encargó la tarea de salvar a sus pueblos de sus males. Para ello, en vez de abrir la economía y crear responsabilidad en los administradores de la cosa pública, imponen más y más estatismo, que impulsa una economía más concentrada y vinculada al Gobierno, más dependiente de un régimen político que, a su vez, obedece directamente al “mesías salvador”, tal cual y exactamente como era nuestro país en la época del “único líder”, de tan triste y doloroso recuerdo.

Pero ya pasó aquello de que un funcionario designado por el dictador era solamente destituible por él, y que, entretanto, podía hacer en su cargo lo que se le cantara y, desde allí, perpetrar cualquier tipo de atropello a las leyes, porque era intocable mientras el Jefe no le inclinase el pulgar.

En el mundo desarrollado, todos los días se están generando las nuevas herramientas que amplían y ampliarán permanentemente los conocimientos y la comunicación. Ante el notorio cambio que la humanidad está experimentando, es necio pretender mantenernos al margen, sea cual fuere el motivo que se aduzca. Mario Abdo Benítez es hijo de esta generación y de esta época, como algunos de sus colaboradores más cercanos, razón por la que nada deberá excusarle de intentar convertirse en el “hombre de la modernización” del arte del Gobierno en el Paraguay.

Esto es lo que se espera de él y lo que ha de guiar sus pasos, si se propone impedir que su gestión política no sea más que la continuación del régimen anterior.

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