En un día como hoy, hace 25 años, nacía en Asunción el Mercado Común del Sur (Mercosur), compuesto por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Un enfoque retrospectivo a lo que es hoy esta organización, a un cuarto de siglo de su creación, nos muestra una parodia de libre mercado que ha servido más para perjudicar que para favorecer la integración económica regional que impulsara su creación con la firma del Tratado de Asunción el 26 de marzo de 1991. Lo que pretendió ser una iniciativa geoeconómica cuya fuerza gravitacional acabara atrayendo a los demás países de Suramérica, al final resultó un fiasco. La emergencia de gobiernos populistas de izquierda en los países signatarios lo convirtió en un foro ideológico en el que lo político pasó a prevalecer sobre lo jurídico, desnaturalizando su rol eminentemente económico y comercial.
Con Hugo Chávez en Venezuela, Luis Inácio Lula da Silva en Brasil, Evo Morales en Bolivia, Néstor y Cristina Kirchner en Argentina, Rafael Correa en Ecuador, José Mujica en Uruguay y, por un tiempo, Fernando Lugo en Paraguay, Suramérica dio un brusco giro geopolítico a la izquierda, bajo la batuta del presidente brasileño y el incentivo económico de los petrodólares del pueblo venezolano generosamente repartido por su mesiánico gobernante fallecido. En manos de una pléyade de gobernantes populistas, el Mercosur se convirtió en foro ideológico del Socialismo del Siglo XXI, un residuo de la vulgata marxista preservada en el continente americano por los hermanos Fidel y Raúl Castro y políticamente revalidado por el hoy desprestigiado expresidente brasileño Lula, para impulsar proyectos geopolíticos contrapuestos a los sustentados por Estados Unidos en el hemisferio.
Copado el Mercosur, los gobiernos bolivarianos de la región, liderados por Brasil, pasaron a constituir la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), ampliada con la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), organización continental esta diseñada con la finalidad geopolítica de restar protagonismo a la Organización de Estados Americanos (OEA) e indirectamente a los Estados Unidos. Este contubernio de gobernantes autoritarios y populistas tuvo su punto alto con la escandalosa intromisión en los asuntos internos de Paraguay en ocasión de la destitución mediante juicio político, en 2012, del entonces presidente Fernando Lugo, por mal desempeño de funciones. Una patota de cancilleres bolivarianos encabezada por el actual presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, irrumpió en el Palacio de Gobierno con la intención de impedir la destitución constitucional del mandatario cofrade. Paradojalmente, estas mismas organizaciones regionales se aprestan a dar su apoyo al expresidente brasileño y a su sucesora Dilma Rousseff, acosados por la Justicia de su país en un mar de escandalosa corrupción.
Manipulando el Mercosur, las presidentas Dilma Rousseff y Cristina Kirchner, con la presta aquiescencia del uruguayo, José Pepe Mujica, suspendieron al Paraguay como miembro del bloque económico regional, a los efectos de forzar el irregular ingreso de Venezuela al mismo; ingreso que venía siendo trabado por el Parlamento paraguayo por considerar que el gobierno de Hugo Chávez carecía de la credencial democrática exigida por la carta del Mercosur. A más de esta arbitraria medida, hicieron que sus colegas bolivarianos de Unasur y Celac desconocieran al nuevo gobierno paraguayo instalado tras la destitución del exobispo, sentando un nefasto precedente a contramano de la Carta de la OEA. En este escenario de extremismo ideológico, el Mercosur dejó de existir, virtualmente hablando.
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Como no hay mal que dure cien años, la victoria electoral de Mauricio Macri en Argentina, como también la de la oposición unida en Venezuela y el escándalo de corrupción que mantiene en vilo a la presidenta Dilma Rousseff, así como la derrota de Evo Morales en su pretensión de perpetuarse en el poder, son señales auspiciosas para revitalizar el Mercosur, poniendo fin a la intransigencia ideológica de los presidentes izquierdistas de la región que ahora están en retirada.
Durante la mitad del lapso transcurrido desde su creación, los presidentes de Brasil, Argentina y hasta cierto punto Uruguay, han perdido lamentablemente el tiempo impulsando agendas ideológicas inconsistentes en vez de empeñarse en esfuerzos genuinos para hacer realidad los postulados del Tratado de Asunción. Mientras tanto, y en vista de que se han tirado por la borda los objetivos primigenios del Mercosur, como país mediterráneo el Paraguay ha visto perjudicado su comercio exterior, y por ende su crecimiento económico, a causa de las trabas impuestas por el gobierno argentino de los Kirchner a la libre navegación de la Hidrovía Paraguay-Paraná a los buques de bandera nacional, así como por las barreras paraarancelarias y otras restricciones arbitrarias impuestas al comercio bilateral por ese país como por el Brasil. Si a esto se suma la inicua explotación que el país sufre en la usinas hidroeléctricas bilaterales (ni siquiera puede comercializar libremente su energía excedente), Paraguay resulta ser el país que más perjuicio ha sufrido en el ámbito del Mercosur. Por lo mismo, es el más ansioso porque el bloque económico regional, ahora ampliado con Venezuela y próximamente Bolivia, pueda reencauzar su derrotero hacia las metas originalmente visualizadas por los gobernantes fundadores.
Es de esperar que con la emergencia de gobiernos genuinamente democráticos en el ámbito del Mercosur y el inexorable ocaso de los que lo han prostituido en sus fines, las reglas del juego se reviertan efectivamente a favor del libre comercio y una unión aduanera consolidada sin recelos por las mayores economías que lo componen en la actualidad.
En suma, estas bodas de plata del Mercosur lo encuentran en un momento propicio para impulsar su refundación, para que sirva realmente a los principios que originaron su creación.