A lo largo de estas décadas, en numerosas ocasiones se hizo notar en la prensa la debilidad institucional crónica que padece la Municipalidad de Asunción, así como muchas otras, pero siendo esta la mayor del país por tamaño y presupuesto, y la principal, por ser la de la capital del país, es la que provoca más inquietud.
En cuanto a su función institucional, esta Municipalidad nunca se hizo respetar, nunca impuso sus reglas; en consecuencia, nadie le presta mayor atención. Cualquier grupo de comerciantes informales, mendigos o gente llegada del interior con cualquier finalidad se apodera de los espacios públicos y ningún funcionario municipal se preocupa de impedirlo o corregirlo. Las autoridades comunales se contentan con aplicar algunas multas o hacen intervenciones aquí y allá, que la mayoría de las veces solo sirven para enriquecer a inspectores, policías de tránsito y los coimeros de sus oficinas, pero no para hacer respetar las reglas, educar a la ciudadanía ni ordenar la vida colectiva.
¿Por qué nadie le “da pelota” a la Municipalidad de la capital? Porque carece de autoridad moral; no es respetable; no despierta temor por la ley. ¿Cómo perdió este atributo esencial de toda institución pública? Por la politización sectaria de sus funcionarios, y la multiplicación desaforada del número de estos, que sobrepasan las siete mil personas, la mayoría de ellas sin ninguna función que cumplir ni sillas para sentarse, debiendo sus cargos y salarios a sus “caballos” políticos.
Por consiguiente, los funcionarios municipales y planilleros NO responden a sus jefes institucionales porque son operadores de los caudillejos que les pagan su lealtad o servicio personal con dinero público, la cómoda y corrupta manera de hacer política que rige en nuestro país.
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Para juzgar rectamente la eficiencia comunal basta con observar los resultados de cada una de sus direcciones. Obsérveselas una a una y dígase qué y cuánto es lo que mejoraron en esta ciudad en lo que va de la gestión de la actual intendencia. Aseo urbano, ornato y cuidado de espacios verdes, ordenamiento del tránsito, pavimentación, señalización en vías de circulación, combate contra la polución ambiental, visual y sonora, regularización de la ocupación ilegal de espacios públicos, vigilancia de la seguridad en mercados, construcciones y lugares de afluencia de gente, etc., etc. No hablemos ya de las aguas servidas hediondas que corren por años por calles y avenidas, como en la Avenida España entre San Martín y Sacramento.
Durante la administración del anterior intendente de Asunción, Arnaldo Samaniego, se dijo reiteradas veces que hasta entonces no había habido un intendente más inútil y haragán en toda la historia de Asunción. Actualmente, a casi dos años de ejercicio, Mario Ferreiro todavía no logró superar un milímetro la esterilidad de su antecesor, suponiendo que lo esté intentando, cosa que también debería poder demostrarse.
El nuevo pavoroso incendio en el Mercado de Abasto, por ejemplo, acaba de poner en evidencia las fallas y corrupción que convierten estos lugares en sitios caóticos y peligrosos. El siniestro afectó al Bloque C, que acaba de dejar en la calle a 400 minicomerciantes. El director de esta dependencia municipal es Víctor “Oti” Sánchez, presidente del Partido de la A, un aliado político del intendente Ferreiro. Las instalaciones de este mercado son obsoletas e inapropiadas, carece de todo sistema de prevención y de socorro. Un centro de concurrencia y movimiento de tanta gente y vehículos como ese debería contar con el más moderno y eficiente equipo para auxilios contra siniestros. Pero no tiene ni baldes de arena. Sus tomas de agua para combatir el incendio son inadecuadas. No obstante, las oficinas municipales son eficientes a la hora de hallar las más sofisticadas técnicas para objetar, inventar defectos, entorpecer y dilatar los estudios y las aprobaciones, con el objeto de cobrar impuestos o coimas.
Por cierto, si se trata de obras de ANDE, Copaco, Essap, las autoridades municipales las miran con indiferencia, para ellas no existen; al igual que los reiterados hechos de que cualquier vecino o constructor destroce veredas y calles, abra zanjas, las deje abiertas cuanto tiempo desee y las tape cuando y como se les antoje, sin que nadie le reclame nada por las canaletas y baches que por mala reparación se forman inmediatamente en esos lugares. Los destrozos que realizan en las vías de circulación las empresas públicas citadas, en particular la Essap, no son cosa de ahora, desde luego, sino de décadas, pero se suponía que la nueva administración municipal no colorada del intendente Ferreiro iba a tener una estrategia diferente para tratar con los principales destructores de las vías capitalinas.
Si la misma autoridad que dicta las leyes no se ocupa de hacerlas cumplir, es obvio que nadie más lo hará. Todos se ríen de las ordenanzas municipales, que cada vez se multiplican más. Cuantas más ordenanzas se promulgan, menos respeto siente el habitante de la ciudad por ellas. Ni siquiera llega a conocerlas.
Resulta que, en realidad y como todos saben, casi todas las municipalidades de nuestro país, desde la capital hasta la última ciudad o pueblito del interior, son botín de guerra de politicastros locales que llegan a sus cargos ávidos de dinero, beneficios y privilegios. Los concejales de las Juntas Municipales vienen a ser una especie de grupos de negociaciones, donde se tratan y reparten operaciones de contratos y preeminencias, se distribuyen canonjías, comisiones y nombramientos, y, por qué no, las coimas para habilitar una estación de servicio, por ejemplo.
Están también las empresas municipales, regidas administrativamente por operadores políticos del propio intendente y de los concejales, como mercados de abasto, mercados zonales, mataderos, terminales, plantas asfálticas, talleres, etc., cada una de ellas convertida en “negocio” que se reparten los concejales para su “aprovechamiento”.
En este alto punto se halla la decadencia moral e institucional de las Municipalidades en nuestro país. El caso de la de Asunción preocupa mucho más, porque de los actuales administradores se esperaba eficiencia y modernidad, sin descartar la honestidad. El intendente Ferreiro tiene aún tiempo de sacudirse y dejar huellas positivas a su paso por la máxima autoridad capitalina.